El tío Simón estaba sentado en la plaza, en aquellos bancos de piedra granítica que habían puesto hacía ya unos años. El sol marcaba sus horas más fuertes en aquellos días de diciembre.
Siempre había unos cuantos ancianos en el lugar, que con sus dolencias, recuerdos y añoranzas pasaban las mañanas antes de regresar a sus hogares. El tío Simón guardaba sus pensamientos, era un hombre prudente. Había perdido a cuatro de sus hijos llamados a filas para las sendas guerras de Cuba y Filipinas, su pena residía en no haber podido pagar la liberación de las obligaciones militares de sus hijos. Su vida era un constante calvario, cautivo de su propio dolor, enfermo de la ausencia de cuatro miembros de su familia, anestesiado de las polémicas y alegrías que sucedían a su alrededor desde aquel momento.
Aquellos días, un acontecimiento cambiaría todo por completo...
No había llegado aún la navidad de 1904, año trágico en lo que respecta a la situación política y comercial en el país. Pero eso al tío Simón, le daba completamente igual. Lo único que sabía era que solo le quedaban sus dos hijas vivas y la alegría de sus siete nietos. Pero no era una alegría completa. El estado se había desentendido de él, de su familia, de su pueblo y de su comarca. No había futuro, no había esperanza, no había fe.
Simplemente se oía hablar de malas noticias, de lo que un día fue un imperio y que hoy solo era un país sumido en la miseria, en el desorden político, en la desesperación. No había fabricas en las inmediaciones del pueblo, no había llegado el tren siquiera a la ciudad que marcaba el orden en la comarca.
Todo esto, unido a unas malas cosechas, a la poca lluvia, al profesor que había decidido irse a otro lugar por más dinero, dejando a los pocos niños del pueblo sin conocimientos, al doctor que había aumentado sus emolumentos y tarifas dejando a casi todo el pueblo sin su única esperanza cuando estaban enfermos.
Aquello era simplemente, el día a día de la vida en el pueblo. Solo se habían quedado el señor cura, un par de guardias civiles que pasaban de vez en cuando y el médico que apenas atendía a nadie.
La pobreza, bueno más bien miseria, las muertes por enfermedad, el analfabetismo y las grandes ganas que tenían los jóvenes de marchar eran parte de aquellos primeros años del siglo XX en este pueblo y por que no decirlo en casi toda España en general.
Quedaba unos pocos días para la celebración del día de navidad, el tío Simón acudía a la misa dominical con sus hijas y nietos, apenas llevaban aquellos arapos que aún todavía no tenían agujeros, vamos la ropa de los domingos.
Todo sucedía como siempre, la misa se celebraba con normalidad con todas aquellas mujeres con la cara tapada por el fino velo como marcaban las tradiciones, cuando de repente un grito de "¡¡Padre, Padre, Padre!! ¡¡Por fin estoy en casa!!".
Toda la iglesia se giró hacía la entrada y vieron que era Marcial, el hijo mediano del tío Simón. El tío Simón se acercó hasta su hijo con lágrimas en los ojos, mientras sus dos hermanas caían desmayadas en brazos de sus maridos.
La vida era una auténtica mierda, sí, pero a partir de ese día la vida sería menos mierda!!
Marcial se había perdido durante unos años en la selva de Filipinas y al llegar a la ciudad portuaria mas cercana emprendió el viaje de vuelta a España, entre sus recuerdos de Filipinas estaban el Hambre, la Enfermedad, el Calor, las Lluvias y el ABANDONO sufrido por su regimiento por parte del estado. Eso y una moneda que conservaba de la ciudad portuaria..
Centavo de Filipinas bajo administración estadounidense de 1904. Bronce. 4,7 gramos.
Espero que os guste. Os prometo que esta es la última historia dentro del 2018 y puede que en algún tiempo más.... No quiero que me cojais mania!