Moscas... no me habléis de moscas que todavía tengo un trauma. En mi estancia en la Academia de Toledo, en una de las muchísimas caminatas, acabamos en Layos, no se me olvidará en la vida su nombre. Resulta que los lugareños regaban los campos con los restos líquidos de elaborar quesos manchegos y eso atraía a las moscas y les permitía multiplicarse a millones. El cielo no se ocultaba de moscas, pero el plato de comida, los ojos, la boca... todo, era angustioso, imposible dormir con las moscas andándote por encima. Lo pasamos fatal.