En La Moneda se respiraba el aliento de la muerteLo primero que dije cuando entré a la embajada fue: embajador, lamento conocerlo en estas circunstancia. Porque me habían invitado a las recepciones de la embajada pero yo no iba, era una manera de manifestar que yo estaba en oposición al franquismo.
(Enrique Pérez Hernández) era un embajador del general Franco y además conservador.
Y sin embargo, me acogió en su casa e hizo una gestión brillantísima para conseguir un salvoconducto y poder salir del país sin consultar a Madrid. Ese fue el mérito. Porque si hubiese consultado, posiblemente el gobierno le hubiera dicho que de ninguna forma. Los militares me estaban buscando.
Tiene usted los propios cables de los servicios secretos del presidente (de EE.UU., Richard) Nixon, el último se acaba de desclasificar, en el que dicen que le informaron a Nixon, el día 8 de septiembre del 73 y el mismo 11 de septiembre, que la posición del presidente era una salida política a la situación que vivía el país.
Por consiguiente, el golpe, desde el punto de vista del gobierno de Allende, era evitable porque había una salida política a la crisis que se había provocado como consecuencia de una guerra encubierta e híbrida del gobierno de Estados Unidos contra el gobierno de Chile.
Por otro lado, la traición, por primera vez en la historia de Chile, del jefe máximo del Ejército a un presidente de la República es lo que permitió que se produjera el golpe.
Si el jefe del Ejército en el 73 no hubiera sido un traidor, con un fondo criminal, como después se desveló, el golpe hubiera fracasado, tal como fracasaron los intentos anteriores.
Por consiguiente, con oficialidad republicana en puestos claves en las Fuerzas Armadas, más un presidente dispuesto a evitar una confrontación violenta en el país y una vía política abierta para que se encausara por ahí la crisis, el golpe era no solo evitable sino que no debería haberse producido.
Pinochet llegó a la comandancia en jefe por un azar.Porque en el momento en que el general Prats presentó su dimisión, el presidente le preguntó: “¿Qué otro general puede asegurar la lealtad del Ejército?”.
Y Prats le recomendó a su jefe de Estado Mayor, a Pinochet. Si Prats hubiese recomendado a otro, Pinochet hubiera pasado a retiro tranquilamente y nadie sabría de su existencia.
Prats tenía la convicción de que era un hombre leal. Si no, no lo hubiera recomendado.
Y hasta tal punto es la villanía de esta persona (Pinochet), que un año después mandó a asesinar a Prats, que estaba refugiado en Buenos Aires, habiendo sido su superior y su compañero de armas.