"Que lo de Wifredo el Velloso es una leyenda, muy bonita pero leyenda, lo sabemos todos, ni el nacionalista más acérrimo lo usaría como argumento".La Generalidad de Cataluña sigue sin aclararse mucho. El linaje de Wifredo el Velloso, publicita la Generalidad, "fue el embrión de la Corona de Aragón" en un linaje catalán, el de la casa condal de Barcelona, pese a que los "territorios catalanes" no tuvieron la consideración de Reino sino de condados que pasaron a incorporarse por vía del matrimonio, con la Reina Petronila, a la monarquía aragonesa. La dinastía o Casa de Barcelona desapareció como tal tras la boda.
"Historia y leyenda confluyen en el nacimiento de Cataluña, ya que el origen entronca con un personaje real, adornado con características épicas: Wifredo el Velloso. A este noble de reconocido valor en la batalla se vincula la tradición del
nacimiento de las cuatro barras, marcadas con sus dedos y su propia sangre encima de su escudo dorado"."Las cuatro barras que derivaron en bandera de Cataluña aparecen ya en un sello de Ramón Berenguer IV en el año 1150, aunque su origen mitológico también se vincula a
Wifredo el Velloso cuando, tras una batalla, el rey franco Carlos el Calvo untó sus dedos en la sangre del noble y dibujó las cuatro barras rojas sobre su escudo dorado, otorgándole así una divisa."
https://web.gencat.cat/es/temes/catalunya/coneixer/cultura-llengua/La historia de las Barras en los historiadores de los siglos XIX y XX es la historia de una discusión: ¿las Barras son de Aragón o de Cataluña?
Es un planteamiento viciado, erróneo, porque la pregunta está mal planteada: las Barras «no fueron en origen un emblema territorial, sino personal.
No representaron a territorios, sino a un linaje de soberanos. Carece, pues, de objeto discutir precisamente si fueron de Aragón o Cataluña. Aparte la tardía creación de lo que se entiende hoy por Cataluña [...]» (Blasón, p. 44).
Las casas reales o de la nobleza tenían enseñas propias,
bien del conjunto de la familia o bien privadas de alguno
de sus miembros. Y esas enseñas podían ser diferentes
de las que usaban los territorios bajo su dominio. Por ejemplo, se sabe que la enseña de la Casa real de Aragón en el
siglo XIV eran las Barras, pero en esa época consta que
Barcelona tenía como enseña una cruz (que aún figura en
el primer cuartel de su escudo) y Aragón la de Alcoraz, y
lo mismo otras posesiones de la Corona como Sicilia, Cerdeña o Neopatria, que tenían cada una su propio señal.
Desde este punto de vista, las Barras no podían ser ni
del Reino de Aragón ni del Condado de Barcelona: eran de
la familia real de Aragón y de nadie más. Lo único que
puede constatarse con certeza es que esas armas fueron
utilizadas por el rey Alfonso II ya que, como se ha comentado, no hay constancia documental incontrovertible de
que ni el príncipe Ramón ni mucho menos los condes que
le precedieron usaran las Barras; y debe recordarse que el
blasón tradicional e histórico de Barcelona ha sido y es la
Cruz (luego, de San Jorge), según consta en múltiples lugares, entre otros en el sitio de honor del escudo de la ciudad, tanto antiguamente como en la actualidad, en muestra
evidente de que la agregación en él de las Barras (disminuidas, por lo demás, ya que sólo figuran dos) es posterior.
Aun si se admite la dudosa tradición que lleva a Barcelona el origen del emblema, tan tardía y falta de fundamento
objetivo, no sería menos cierto que, una vez que se llevó
a cabo el enlace dinástico entre Aragón y Barcelona, «el
escudo palado, fuera invención de quien fuera, ni fue ni
pudo ser otra cosa que las armas de la Casa de Aragón,
y no de la Casa de Barcelona, que jurídicamente se extingue y agota en Ramón Berenguer IV [...]. Desde aquellos
esponsales no hay más Casa ni linaje soberano que el de
Aragón». De la misma manera que también es cierto que
«se sigue hablando de la Casa de Barcelona, por comodidad, rutina, interés localista o inercia en asignar primacía a
la línea paterna» (Blasón, p. 59), sin reparar ni en lo que
dicen los documentos conservados, muy claros, ni en que
se trató de un matrimonio manifiestamente desigual.
También debe recordarse, porque no es menos importante, que los conceptos “Cataluña” y “Aragón” en aquella
época eran territorialmente imprecisos y laxos, aunque el
de Aragón tenía un contenido político preciso y unitario, y
no sólo lingüístico o cultural: Aragón existía como concepto “nacional”, aunque de fronteras aún en expansión y en
constante modificación; pero la idea de Cataluña era todavía vaga y no aludía a territorios sujetos a una sola cabeza
política sino a diferentes condados que rivalizaban entre sí
y con el más poderoso de todos, el de Barcelona, que ya
dominaba a otros varios. Además, señoríos intermedios
como el condado de Ribagorza, el de Pallars, el de Urgel o
los marquesados de Lérida y Tortosa fueron territorios que
tardaron en quedar permanentemente adscritos a una u
otra jurisdicción.
Es obligado mencionar la leyenda de Guifredo, Wifredo
o Guifré el Velloso, aunque sólo sea para informar al lector
sobre su existencia y para asegurarle que se trata de un
invento sin ninguna base histórica. El relato más antiguo
de la leyenda pertenece a Pedro Antón Beuter, un cronista
valenciano del siglo XVI que verosímilmente la copió
de otros libros anteriores que la narraban aunque refiriéndola a tierras y linajes diferentes (véase para más información Blasón pp. 47–50). Se transcribe a continuación la versión de Beuter, pero reiterando al lector su falsedad
manifiesta: «Según he hallado escrito en unos quadernos
de mano, diz que pidio el Conde Valeroso [Guifredo el
Velloso] al Emperador Lois [Ludovico Pío] que le diesse
armas que pudiesse traher en el escudo, que llevaba dorado sin ninguna divisa, y el Emperador viendo que habia
sido en aquella batalla tan valeroso que con muchas llagas
que recibiera, hiziera maravillas en armas, llegóse a él, y
mojósele la mano derecha de la sangre que le salía al Con
de, y passó los quatro dedos ansí ensangrentados encima
del escudo dorado de alto abaxo, haziendo quatro rayas de
sangre, y dixo, estas serán vuestras armas, Conde [...]». Una
historia que «merece colocarse entre los cuentos de caballería», según palabras y contundente demostración del erudito catalán Joan Sans i Baturell, ya en el siglo pasado.
Sans, que fue académico de la Historia, fue también el
autor de una hipótesis sobre el origen de las Barras que ha
tenido bastante aceptación. Según este historiador, éstas
tuvieron su origen en el viaje que hizo a Roma el rey
Pedro II, donde el Papa le honró con el título de “Gran
Gonfaloniero” o portaestandarte de la Iglesia, en cuya enseña, así como en los sellos de las bulas y en el cáliz con
que el Papa celebraba misa, se ostentaban las históricas
Barras. No hay que decir el poco caso que de todo esto
ha hecho la historiografía enamorada de la leyenda wifrediana.
Pero esta hipótesis se contradice frontalmente con el
testimonio de Zurita, quien narra exactamente lo contrario:
que habría sido Roma la que tomó los colores del Señal de
los Aragón, y no al revés. El analista transmite el testimonio de la Crónica de San Juan de la Peña, del siglo XIV, y
el de un «autor más antiguo que fue en tiempo del rey don
Jaime el conquistador», del siglo XIII, muy próximo a los
hechos, por lo que se trata de un testimonio extremadamente valioso.
El papado, según estos historiadores aragoneses, habría
adoptado los colores aragoneses durante la coronación de
Pedro II en Roma el año 1204, como agradecimiento del
Papa a las concesiones jurídicas y monetarias que recibió
la Iglesia del rey en tanto que cabeza de la Casa de los Aragón. Los dos pasajes conservados no dejan lugar a dudas:
«[...] et por aquesta donación el Padre Santo por honor
de la casa de Aragón constituyó quél y todos sus successores levassen un papallón feito a sennal del rey de Aragón.» (Crónica de San Juan de la Peña, ed. C. Orcástegui,
p. 81).
«Escribe el autor de la historia general de Aragón que
entonces el papa, por honra de la casa de Aragón ordenó,
que el estandarte de la iglesia que llaman confalón fuese
divisado de las colores y señales de los reyes de Aragón
que eran las armas de los condes de Barcelona variadas de
listas de oro y colorado. Y esto también se confirma por
otro autor más antiguo que fue en tiempo del rey don Jaime el conquistador. Y juntamente con esto también afirma
que el rey cedió al papa el derecho que tenía del patronazgo de todas las iglesias de su reino» (Anales, 2, 51).
Existe un inconveniente para aceptar la anterior versión,
que es el uso constatado de los colores amarillo y rojo en
los lemniscos o cintillas que acompañaban a los documentos de la cancillería romana antes de 1200, lo que indica
que el oro y el rojo eran desde mucho antes colores rela-
cionados con el Papa con anterioridad a la coronación de
Pedro II. Sin embargo, no puede descartarse la posibilidad
de que la Corte pontificia utilizara oro y gules para diversos usos, pero no en el gonfalón, en el estandarte papal, o
que lo hiciese pero no con la disposición específica de las
Barras. Posibilidad ésta que sí permitiría aceptar por buena
la versión transmitida por Zurita: esto es, que Roma usaba
secularmente hilos de oro en cinta de seda y que pudo
crear un estandarte con sus propios colores, que ya se usaban en la Roma clásica, pero no en la forma concreta en
que los disponía la Casa de Aragón.
Un origen posible del emblema de la Casa de Aragón es,
precisamente, el pontificio. En efecto, Sancho Ramírez, el
segundo rey de Aragón, decidió convertirse en vasallo del
Papado. A cambio de pagar a Roma la fuerte suma de quinientas monedas (mancusos) de oro cada año, el de Aragón obtuvo la protección moral del Pontífice —pues no
había otro rey peninsular en esas circunstancias—, así
como una sede episcopal para Jaca, recién promovida por
él a sede de su Corte y a población con categoría de ciudad (y quizá incluso el propio título real, ya que su padre
Ramiro I nunca se tituló rex, sino filius regis).
Los documentos papales de ese tiempo ya utilizaban el
cintillo de seda roja con hilos de oro; y podría ser que,
siendo el único soberano hispánico protegido por tal
señor, el rey de Aragón hubiese establecido algún uso del
emblema rojigualdo del papa como distintivo propio, en la
medida en que lo ponía bajo la, en aquel tiempo, muy
valiosa tutela directa de San Pedro; lo que, de haber sido
así, nada tendría de irregular o reprochable. Desde entonces, los reyes de Aragón se llamaron con frecuencia Pedro
(o Petronila) y a San Pedro se consagraron catedrales como la de Jaca, monasterios regios como Siresa o San Pedro
el Viejo de Huesca, etc.
El uso de las barras de Aragón por Cataluña (Barcelona
no las usó nunca) es moderno y está bien documentado.
Durante siglos, el sello de las Cortes catalanas fue San
Jorge con su cruz. Acordaron por primera vez hacer uno
nuevo, con las barras del Señal Real de Aragón, el 19 de
octubre de 1701.Texto: Guillermo Fatás y Álvaro Capalvo