La mayoría de los documentos que hablan de una incipiente industria textil en Roma, coinciden en describir una técnica muy extendida: la del abatanado. El uso de la togae y el pallae blancos, exigía que las telas se pusieran en grandes cubas llenas de agua con sustancias alcalinas y arcilla para desgrasar las pieles y telas (“creta fullonica”), batiéndolas con los pies (a modo de lo que se hacia en la vendimia tradicional). Después a las pieles se les sacaba el pelo con unos grandes cepillos de puntas y por último se tendían para su secado. También se solían utilizar prensas (prela) para secarlas.
Otros materiales utilizados eran la seda, tejido más caro importado del oriente y las pieles de animales, que en principio eran propias de pastores y labradores, pero que en época imperial romana se convirtieron en objetos de lujo. Su desgrase se solia hacer con orina.
Los trajes romanos eran muy sencillos y no tan variados como en la actualidad; se trataba de grandes trozos de tela que se adaptaban al cuerpo con diferentes pasadores y cinturones, tal como salían del telar o la tintorería. Los tejidos más utilizados eran la lana en invierno y el lino en verano, y también una mezcla de lino y de algodón. La lana la hilaban en casa las mujeres, especialmente esclavas, pero también se podía confeccionar en talleres especializados. El uso del lino estaba muy extendido por su textura y finura.