Buenaaaaaaaaaaaas
Otro cornado de mi colección de medievales os quiere contar cosas del rey que le mandó acuñar:
Hola a tod@s:
Soy un cornado del rey
Pedro I de Castilla que fui acuñado en la ceca de Burgos. Mido 18 mm. y peso 0,67 gr. En el anverso tengo el busto de frente coronado del rey
Pedro I. Alrededor leyenda: PETRVS REX. En el reverso tengo un castillo, debajo la letra B y alrededor leyenda: + PETRVS REX CASTLE.
Bueno, la historia de este rey es muy prolífica, a si que, poneos cómodos:
Pedro I de Castilla (Burgos, Castilla, 30 de agosto de 1334 – Montiel, Castilla, 23 de marzo de 1369), llamado el Cruel por sus detractores y el Justiciero por sus partidarios, fue rey de Castilla1 desde el 26 de marzo de 1350 hasta su muerte.
Nacido en la torre defensiva del Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos,
Pedro era hijo y sucesor de Alfonso XI el Justiciero y de María de Portugal, hija del rey Alfonso IV el Bravo. Fue el último rey de Castilla de la Casa de Borgoña.
Su educación fue muy descuidada, pues Alfonso XI, llevado por su amor a Leonor de Guzmán, dejó la crianza de su heredero a María de Portugal, la reina consorte, que vivió con su hijo en el alcázar de Sevilla.
El comienzo de su reinado en marzo de 1350, cuando todavía no había cumplido los dieciséis años de edad, estuvo marcado por las luchas entre las distintas facciones que se disputaban el poder: los diversos hijos que había tenido su padre el rey Alfonso XI con Leonor de Guzmán, los infantes aragoneses, primos carnales del rey y la reina madre, María de Portugal.
Inicialmente, el poder fue controlado por la facción de la reina madre y del favorito portugués Juan Alfonso de Alburquerque, que le había servido de ayo. Éste, sospechando de las intenciones de la antigua amante de Alfonso, Leonor de Guzmán, aconsejó al rey que prendiera a sus hermanos, el conde Enrique de Trastámara y el maestre de la Orden de Santiago Fadrique, lo que motivó la primera rebelión de los mismos. Sin embargo, estos fueron pronto perdonados por el nuevo monarca que, al aproximarse a Sevilla los que conducían el cadáver de su padre, salió con su madre a recibirlos a mucha distancia de la ciudad.
A mediados de agosto de 1350,
Pedro cayó gravemente enfermo. La posible sucesión apuntaba hacia su primo carnal, el infante Fernando de Aragón, marqués de Tortosa y sobrino de Alfonso XI. Otros preferían a Juan Núñez de Lara, descendiente de los infantes de La Cerda por línea masculina, aunque estos habían renunciado formalmente a la sucesión a cambio de sustanciosas propiedades en tiempos del abuelo de
Pedro, Fernando IV de Castilla. El restablecimiento del joven rey condujo a levantar el sitio puesto a Gibraltar y que cesara toda guerra con los musulmanes. Convaleciente de su enfermedad,
Pedro permaneció en Sevilla hasta los comienzos de 1351.
Señorío de VizcayaPosteriormente, el monarca persiguió a Nuño de Lara, un niño de tres años, hijo del ya difunto Juan Núñez de Lara, para despojarle del señorío de Vizcaya. Aunque no pudo capturarle, sí que hizo suyo el territorio de Las Encartaciones, conquista que realizó Fernán Pérez de Ayala, padre del cronista Pero López de Ayala.
Nuño de Lara falleció al poco tiempo. Juana e Isabel, hermanas del pequeño fallecido, fueron entregadas a
Pedro. Vizcaya, Lerma y Lara, con otras villas y castillos, se incorporaron al dominio real. Juana se casó con el medio hermano bastardo de
Pedro, Tello de Castilla, e Isabel con el infante Juan de Aragón y de Castilla, primo carnal del rey
Pedro y hermano menor del infante Fernando de Aragón.
Fernando fue asesinado años más tarde por orden de
Pedro IV de Aragón. Juana e Isabel Núñez de Lara, el infante Juan de Aragón y la madre de los infantes aragoneses Juan y Fernando y tía carnal de
Pedro I, fueron asesinados en diferentes fechas por orden de
Pedro I de Castilla. De estos crímenes salieron beneficiados finalmente el hijo bastardo del rey Alfonso, futuro Enrique II de Castilla, que se encontraba en el mismo lugar de Aragón en el que fue asesinado el infante Fernando y el hermano de Enrique, Tello de Castilla, señor consorte de Vizcaya, quien ocultó el asesinato por parte de
Pedro de su esposa y señora titular de Vizcaya, Juana de Lara.
Cortes de ValladolidHacia 1351 recibió en Burgos la visita de Carlos II de Navarra, llamado el Malo, a quien regaló caballos y joyas. Posteriormente se desplazó a Valladolid para celebrar Cortes, donde dijo:
Los reyes y los príncipes viven é regnan por la justicia, en la cual son tenudos de mantener é gobernar los sus pueblos, é la deben cumplir é guardar.
Las Cortes de Valladolid duraron del otoño de 1351 a la primavera de 1352, asistiendo el rey hasta mediados de marzo de 1352. En esas Cortes sancionó un Ordenamiento de menestrales, de 2 de octubre de 1351, para intentar paliar las dificultades a la hora de encontrar mano de obra, a consecuencia de la Peste Negra, que asoló Europa en el siglo XIV y que incluso llegó a causar la muerte de Alfonso XI. Se condenaba la vagancia, se prohibía la mendicidad, se tasaban los jornales y salarios, se ordenaban las horas de trabajo en cada estación del año y se fijaba el valor de los artículos o productos.
Por petición,
Pedro ratificó lo pactado en las Partidas sobre la inviolabilidad de los procuradores de las ciudades y villas, prohibiendo a los Tribunales «conocer de las querellas que ante ellos dieren de los Procuradores durante el tiempo de su procuración, hasta que sean tornados a sus tierras.»
En las mismas Cortes confirmó, enmendándolo, el Ordenamiento de Alcalá, ley del tiempo de Alfonso XI que daba fuerza legal a las Partidas; sancionó de nuevo el Fuero Viejo de Castilla que publicó en 1356, y con la intervención del rey se aprobaron leyes contra los malhechores, se reorganizó la administración de justicia, se dictaron las disposiciones para el fomento del comercio, la agricultura y la ganadería, se rebajaron los encabezamientos de los pueblos por haber disminuido el valor de las fincas, se procuró reprimir la desmoralización pública, no menos que la relajación de costumbres en clérigos y legos, y se trató de aliviar la suerte de los judíos, permitiéndoles que en las villas y ciudades ocupasen barrios apartados y que nombraran alcaldes que entendieran en sus pleitos.
Con todo ello el rey afirmó su alianza con las ciudades, lo que los nobles entendieron como un ataque a sus privilegios, aumentando su enemistad con el rey.
Desde Valladolid, de donde salió a finales de marzo de 1352, pasó a Ciudad Rodrigo para reunirse con su abuelo materno, el rey de Portugal Alfonso IV, que le dio prudentes consejos para el gobierno, recomendándole especialmente que viviera en paz con sus hermanos.
Comienzo de la rebeliónDespués de la reunión con Alfonso IV de Portugal, se dirigió a Andalucía para someter a Alfonso Fernández Coronel, que se había sublevado en Aguilar, si bien hubo de encomendar bien pronto a otros aquella guerra por haber sabido que su hermano Enrique se fortificaba en Asturias. No tardó en conseguir que su hermano se le sometiera con las mayores muestras de arrepentimiento. Con igual rapidez y fortuna sofocó los intentos de rebelión de su otro hermano Tello. Así pudo volver a Andalucía y, en 1353, dar muerte por ejecución a Fernández Coronel.
En aquel tiempo ya era amante de María de Padilla. Tras llegar a Valladolid su prometida, Blanca de Borbón, se casó con ésta el 3 de junio de 1353 por razón de Estado.
Pedro abandonó a Blanca a los dos días, ya que Francia había incumplido el pago de la dote, y ordenó que la encerraran en Sigüenza y luego en el Alcázar de Toledo; con ello provocó la ruptura con Francia, la caída de Alburquerque y una rebelión en Toledo, que pronto se extendió a otras ciudades.
En 1354 y tras la rebelión, destituyó al alguacil mayor y a los demás depositarios de la autoridad real nombrados por Alburquerque, reemplazándolos por los Padilla, sus nuevos favoritos. Desposeyó a Juan Núñez de Prado del maestrazgo de Calatrava y se lo dio a Diego García de Padilla, hermano de María, el cual hizo dar muerte a su predecesor en el castillo de Maqueda, perteneciente a la misma Orden, por un tal Diego López de Porras.
Destitución de AlburquerqueEl apartamiento del señor de Alburquerque del servicio del rey no bastó y decidió quitarle los lugares que tenía.
Pedro sitió la plaza de Medellín. Los caballeros que defendían la plaza enviaron un mensaje a Alburquerque en el que le pedían ayuda o que les librara del "homenaje" que, como guardadores de la plaza, tenían prestado a Juan Alfonso, que no pudo ayudarlos.
Al punto marchó
Pedro contra la villa de Alburquerque, pero se negaron a abrirle las puertas. Estaba dentro el comendador mayor de Calatrava,
Pedro Estébanez Carpentero, contra quien dio sentencia el rey por haberle resistido, aunque éste alegó que ni era alcaide de la fortaleza, ni estaba allí por otra causa que por miedo de ser partícipe de la suerte funesta de su tío, don Juan Núñez de Prado, maestre de la Orden.
No fue éste el único castillo que mantuvo el pendón del señor de Alburquerque, por lo que
Pedro se apartó de la frontera, dejando a sus hermanos promovidos por él a conde de Trastámara y al maestrazgo de Santiago, controlados en sus movimientos por Juan García de Villagera, hermano de la amante del rey, y a quien había favorecido con la encomienda mayor de la Orden de Santiago.
Al mismo tiempo envió sus mensajeros a su abuelo el rey de Portugal con quejas contra Alburquerque, los cuales llegaron al tiempo en que se celebraban en Évora las bodas de Fernando de Aragón, marqués de Tortosa y primo hermano de
Pedro I, con doña María, infanta portuguesa. Una parte de nobleza levantisca consideraba seriamente al infante Fernando de Aragón como posible sucesor legítimo del trono de Castilla si
Pedro muriese sin hijos legítimos varones, a menos que éstos fueran eventualmente asesinados o "desaparecidos".
A esta boda asistió también Juan Alfonso de Alburquerque, quien dirigió al monarca portugués un razonamiento sobre los agravios que había recibido y recibía aún de su nieto castellano
Pedro. No faltaron en el discurso suaves amenazas contra Enrique de Trastámara y su hermano, lo que significa que aún no habían comenzado los tratos entre él y ambos bastardos, hermanos de
Pedro. Alfonso IV de Portugal dio a entender entonces las quejas de su nieto
Pedro sobre la gestión de Albuquerque de las rentas de Castilla y, por último, se mostró orgulloso de haber procurado al rey un enlace ilustre y la paz con Aragón, Navarra y Portugal.
El rey de Portugal se puso de parte de Alburquerque, que era su huésped y pariente, y lo mismo hicieron otros nobles de su corte; pero al hablar algunos caballeros castellanos de la comitiva del novio conforme a la pretensión de los embajadores, se embraveció la disputa, de manera que los festejos estuvieron a punto de ser sangrientos, aunque el rey lo impidió con su autoridad y mandato.
TraiciónLa corte portuguesa pasó después a Estremoz, y con ella iba Juan Alfonso de Alburquerque. Allí recibió éste un mensaje de Enrique y Fadrique, quienes habían sido puestos por su hermano para defender la frontera, en el cual proponían pactos y alianzas a Juan Alfonso de Alburquerque encaminados a lograr ventajas para los tres. Se reunieron en Elvas y Badajoz, y tan avanzados iban los tratos, que apresaron a Juan García de Villagera, aunque logró escapar a las pocas horas y presentarse a su señor informándole de la conjura.
El pacto postulaba que la Corona de Castilla fuera para el infante
Pedro, hijo del rey de Portugal, como nieto de Sancho IV el Bravo en lugar de para Fernando de Aragón, primo carnal de
Pedro I de Castilla. El infante portugués recibió las propuestas por boca de Álvar Pérez de Castro, hermano de la célebre Inés, y las admitió, aunque sabedor su padre Alfonso IV de Portugal de lo que se tramaba le hizo desistir de ello, siendo acaso parte en su resolución última su hermana María, madre de
Pedro I de Castilla, que fue a reunirse con
Pedro en Toro.
Nuevo matrimonioIncluso el papa Inocencio VI fue informado en Aviñón de las desdichas de la reina consorte Blanca de Borbón, hermana gemela de la reina consorte de Francia Juana de Borbón, venida de su padre
Pedro sin la dote monetaria pactada por los negociadores castellanos de tal boda. Se consiguió entonces que el rey pasase en Valladolid dos días más al lado de Blanca. Pero se dice que no hizo caso a tales quejas pues ya tenía tratos de casamiento con Juana de Castro, mujer viuda de noble prosapia, a pesar de que vivían tanto su esposa Blanca, como su amante María.
Parece que Juana de Castro se resistía a estos proyectos de nuevo matrimonio porque la viuda creía válido el anterior de
Pedro con Blanca. La pasión acalló de continuo toda prudencia en el rey, quien no sólo ofreció varios lugares y castillos en prenda de que celebraría el matrimonio, sino también quiso probar que no era válido el matrimonio de Valladolid. Parece que dos obispos, el de Salamanca, Juan Lucero, y el de Ávila –no Juan como dicen algunos autores, sino quizá Sancho Blázquez Dávila– estuvieron dispuestos a analizar o reparar lo sucedido. A
Pedro y Juana los casó el obispo de Salamanca en Cuéllar y Juana de Castro tomó el título de reina, aunque los cronistas posteriores aseguran que al día siguiente el rey la abandonó para irse alterado a Castrojeriz por las nuevas que le trajo uno de los suyos.
Se sabe que tuvo con ella descendencia castigadísima por la nueva dinastía de los Trastámara. Juan de Castilla y de Castro murió prisionero en 1405 cuando regresaba de Inglaterra como rehén. El hijo de éste,
Pedro de Castilla y de Eril, arcediano de Alarcón, Obispo de Osma y de Palencia, tendría cuatro hijos con una inglesa del séquito de la reina consorte Catalina de Láncaster, supuestamente nieta ilegítima de
Pedro I, así como otros cuatro hijos con una mujer de Salamanca, todos bien estudiados y registrados. También tuvo otro hijo varón, Alfonso, con María de Padilla, nacido en el otoño de 1359, que sería confiado al nuevo Maestre de Santiago Garci Álvarez de Toledo que es muy difícil de rastrear en la mayoría de los estudios actuales. Además tuvo más con María de Hinestrosa, esposa de un miembro de la poderosa familia Carrillo, con una hermana del canciller Pero López de Ayala y dos más con la burgalesa Isabel de Sandoval.
El Papa comisionó a Beltrán, obispo de Sena o Cesena (los documentos se refieren a él como episcopus senecensis) para que formase proceso canónico contra los obispos de Salamanca y Ávila, y conminase al rey con graves penas para que abandonase a Juana y se uniese a su esposa. De no hacerlo le daba plena autoridad para proceder, no sólo contra el monarca, sino contra sus ayudas y cómplices, siquiera fuesen arzobispos, obispos, cabildos, monasterios, duques, condes, vasallos, castillos y lugares. El Papa escribió también al monarca reprochándole con duras frases sus delitos contra la pública honestidad y el olvido de los deberes de su rango supremo, esperando que al fin volviera a vida mejor y al cariño de su consorte.
María de PadillaLos encuentros entre el rey y María de Padilla cesaron tanto por la condenación papal como por los nuevos amoríos entre don
Pedro y Juana de Castro. María se dirigió entonces al Papa, solicitando licencia para fundar un monasterio de monjas clarisas en la diócesis de Palencia, de donde era originaria, o en otra parte. El rey favoreció las pretensiones de María, como resulta de los documentos pontificios que vinieron de Aviñón, y aún cuando, según se dio a entender al Papa, el propósito de María era hacer en el monasterio vida penitente. Así, se fundó el monasterio en Astudillo no mucho después, pero no entró en él María, sino que volvió a convertirse en amante del rey.
Fernán Ruiz de Castro, un hermano de Juana, deseoso de venganza, acaudilló una nueva rebelión. Creció en tanto el partido de doña Blanca, que llegó a contar con la ayuda de los hermanos del rey, Alburquerque, los infantes de Aragón, Fernando y Juan, de Leonor, viuda de Alfonso IV de Aragón, de María de Portugal, la madre del rey, de la poderosa familia Castro y muchos nobles, todos los cuales exigían con las armas que
Pedro hiciera vida conyugal con doña Blanca.
Aunque esto era el pretexto, lo que en verdad reclamaban era recuperar su influencia perdida en la corte. Como jefe de la liga figuraba Alburquerque, que falleció en octubre de 1354, con sospechas de haber sido envenenado por orden del rey. Los demás confederados no cejaron en sus planes.
Falsos acuerdos en TejadilloEn Tejadillo, entre Toro y Morales, conferenció
Pedro con los nobles de la liga, aunque no se llegó a un acuerdo. Toro, villa de la reina madre, se convirtió en el cuartel general de los confabulados. Juzgó prudente el monarca, de veinte años, trasladarse a dicha plaza, en la que se le trató con respeto; pero como no le permitían hablar libremente con las personas que lo visitaban, se consideró preso.
Cedió en apariencia a cuantas demandas le hicieron; se ganó en secreto a los infantes de Aragón con magníficas promesas y cesiones de tierra; practicó lo mismo con otros caballeros, y así, en diciembre de 1354, aprovechando un descuido de sus vigilantes durante una partida de caza, pudo huir a Segovia. Se dirigió después a Burgos, donde reunió Cortes que le concedieron subsidios para someter a los rebeldes. En Medina del Campo mandó matar el rey en abril de 1355 al Adelantado Mayor de Castilla
Pedro Ruiz de Villegas II, al Merino Mayor de Burgos Sancho Ruiz de Rojas y a un escudero de aquél llamado Martín Núñez de Carandia, todos ellos implicados en la rebelión. Acometió a esta ciudad, pero suspendió sus ataques para someter a Toledo, donde parte de la población se había sublevado a favor de Blanca. En Toledo se trabó un combate, de una parte sostenido por los judíos y partidarios del rey, y de la otra por los soldados de la liga y algunos toledanos.
El 8 de mayo de 1355 entraron en la ciudad de Toledo las primeras tropas reales, pero los sublevados ya habían huido. El monarca, que los seguía, hizo ejecutar a dos caballeros y 22 vecinos de la ciudad acusados de rebeldía. Después de mandar a Blanca de Borbón a Sigüenza, marchó contra Toro con su hueste; corrió la comarca apoderándose de algunas villas; y despreció las intimidaciones de un legado pontificio que le imponía vivir en paz con Blanca y con los señores. El infante Juan de Aragón entraría con sus tropas hasta Ochandiano, cerca de Durango (Vizcaya) pero los enfrentamientos contra Tello de Castilla y Juan de Abendaño no fueron buenos por los bajos ramajes de los bosques circundantes, impedimento para la caballería castellana. No atacó la ciudad de Toro, donde se encontraba su madre, sino que prefirió sitiarla hasta que se rindió en 1356 después de que Enrique hubiere huido y Fadrique fuera apresado.
Guerra con AragónPasado algún tiempo surgió la guerra con Aragón. La causa fue que nueve galeras aragonesas, armadas por mosén Francisco de Perellós, con licencia del rey
Pedro IV el Ceremonioso para ir en auxilio de Francia contra Inglaterra, arribaron a Sanlúcar de Barrameda en busca de víveres y apresaron en aquellas aguas a dos barcos de la República de Génova, que entonces se encontraba en guerra con Aragón.
Pedro I, que se hallaba en dicho puerto, requirió a Perellós para que abandonase su presa; y como el aragonés no lo hizo, el rey castellano se quejó a
Pedro IV, quien regateó las satisfacciones.
El rey de Castilla, previa declaración de guerra, rompió las hostilidades, que hasta principios de 1357 se limitaron a escaramuzas. Antes se había embarcado en Sevilla y perseguido con algunas galeras a Perellós hasta Tavira, pero no pudo darle alcance. En la lucha entre los dos reinos cristianos, Enrique, con otros castellanos favoreció a
Pedro IV, y el infante don Fernando, hermano del rey de Aragón, ayudó a
Pedro I. Entre los dos monarcas mediaron cartas de desafío, el cual no llegó a verificarse por exigir el aragonés que
Pedro I acudiera al campo de Nules, mientras el castellano lo emplazaba ante los muros de Valencia, ciudad que tenía sitiada
Pedro I y a cuyo socorro parecía natural que acudiese el soberano de Aragón.
En 1357,
Pedro entró en tierras de Aragón y se apoderó del Castillo de Bijuesca y de Tarazona el 9 de marzo. En aquel tiempo hizo ejecutar a Juan de la Cerda, cuñado del anteriormente decapitado señor de Aguilar de la Frontera, Fernández Coronel. Por las instancias de un cardenal legado, el 8 de mayo se firmó entre ambos reyes una tregua de un año.
Pedro I regresó a Sevilla; una vez más desoyó los consejos del Papa, que en un breve le recomendaba el respeto a su esposa legítima; preparó las fuerzas que debían continuar la lucha contra Aragón; para proporcionarse recursos profanó los sepulcros de Alfonso X el Sabio y de la reina Beatriz de Suabia, despojándolos de las joyas de sus coronas; tuvo amores con Aldonza Coronel y en vano trató de seducir a una hermana de ésta llamada María, viuda del ejecutado De la Cerda.
Según una leyenda muy popular en Sevilla, donde tiene una céntrica calle dedicada, María Coronel se retiró al convento sevillano de Santa Clara para huir de las apetencias del rey. En cierta ocasión, viéndose asediada por éste hizo uso de su "valerosa pudicia, y viendo no poderse evadir de su llevada al Rey, abrasó con aceite hirviendo mucha parte de su cuerpo, para que las llagas la hiciesen horrible, y acreditasen la leprosa, con que escapó su castidad a costa de prolijo y penoso martirio, que le dio que padecer todo el resto de su vida". Después de esto, María Coronel fundó el convento de Santa Inés en Sevilla y se convirtió en su primera abadesa. Su tumba se encuentra en medio del coro de dicho convento y su cuerpo incorrupto puede contemplarse en una urna de cristal todos los días 2 de diciembre, fecha del aniversario de su muerte. Se afirma incluso que aún se pueden apreciar en su cuerpo los restos de su acción.
Sangrienta venganza (1358-1360)En 1358 quitó la vida a su hermano Fadrique y poco después al infante don Juan de Aragón, hijo de Alfonso IV de Aragón. Prendió a la madre de este último, doña Leonor, a la esposa del mismo, Isabel de Lara, y confiscó los bienes de una y otra. En Burgos recibió las cabezas de seis caballeros a los que había condenado a muerte antes de salir de Sevilla.
En 1358 supo que su hermano había penetrado en la provincia de Soria en son de guerra y que el infante Fernando, marqués de Tortosa, había invadido el Reino de Murcia e intentaba apoderarse de Cartagena. Resistió a todos sus enemigos; se presentó con dieciocho velas en las costas de Valencia y aunque una tempestad le quitó dieciséis, le bastaron ocho meses para construir doce nuevas, reparar quince y llenar de armas y municiones de todas clases los almacenes, a la vez que obtenía diez galeras del rey de Portugal y tres del emir de Granada. Renovadas por un legado de papa Inocencio VI las negociaciones para la paz entre Castilla y Aragón en 1359, no pudo llegarse a un acuerdo.
Pedro I, para vengarse del infante don Fernando, hizo matar a su madre, la reina viuda doña Leonor de Castilla y Portugal, en el Castillo de Castrojeriz. Por odio a Tello, también hizo matar en Sevilla a la esposa de éste, Juana de Lara; poco después mandó envenenar a Isabel de Lara, viuda del infante aragonés don Juan. De Sevilla partió en abril una escuadra de cuarenta galeras, ochenta naos, tres galeones y cuatro leños. Llegó sin encontrar enemigos hasta el puerto de Barcelona y, no pudiendo tomarlo después de dos ataques, se trasladó a Ibiza; pero la noticia de que el aragonés se acercaba con cuarenta galeras lo hizo desistir de la nueva conquista y se volvió a Almería.
Ya en la península, se opuso a que las Órdenes de caballería pagasen al Papa el diezmo. Supo luego que sus tropas habían sido derrotadas en Araviana. Irritado, mandó dar muerte a sus hermanos bastardos, Juan y
Pedro, de diecinueve y catorce años respectivamente, quitando así competidores a su hijo Alfonso. En el mismo año (1359) tuvo por manceba a María de Hinestrosa, hija de Juan Fernández de Hinestrosa, casada con Garcilaso Carrillo, que entonces se pasó al partido de Enrique. Doña María de Hinestrosa era prima de María de Padilla y dio a su amante un hijo, Fernando, señor de Niebla, que no tuvo descendencia.
En 1360, viendo Enrique aumentado su partido, no dudó del buen éxito de una invasión en Castilla. Penetró en ella y al poco tiempo se apoderó de Nájera. Creciendo la furia de
Pedro I, hizo asesinar a
Pedro Álvarez de Osorio, a dos jóvenes hijos de Fernán Sánchez de Valladolid y al arcediano de Salamanca Diego Arias Maldonado.
Con un ejército que por lo menos contaba con 10.000 infantes y 5.000 jinetes marchó en busca de su hermano, a quien halló cerca de Nájera. Cuenta el cronista Pero López de Ayala que allí se le presentó un sacerdote de Santo Domingo de la Calzada diciéndole que el patrón de su pueblo le había mandado anunciarle que, si no se guardaba, su hermano Enrique había de matarle por sus propias manos. El rey mandó quemar al clérigo delante de sus tiendas. En el mismo día de finales de abril atacó y venció a Enrique junto a los muros de Nájera; los vencidos se encerraron en dicha ciudad y el monarca, lejos de acometerlos, regresó a Sevilla, donde se hallaba a mediados de agosto.
En Sevilla mató al capitán valenciano y a las tripulaciones de cuatro galeras aragonesas, apresadas por naves de Castilla. Por entonces firmó con el rey de Portugal un pacto para la mutua entrega de las personas refugiadas en sus reinos. Así pudo el rey castellano vengarse de los señores que le fueron entregados, uno de ellos
Pedro Núñez de Guzmán, padre de Leonor de Guzmán, amante de su padre Alfonso XI de Castilla al que dio diez hijos, y a quien también había asesinado de forma salvaje en 1351, que sufrió cruel muerte en Sevilla.
Igualmente por orden de
Pedro I perecieron en aquellos días Gutierre Fernández de Toledo, Gómez Carrillo (hermano de Garcilaso Carrillo) y Samuel Leví, siendo además desterrado a Portugal el arzobispo de Toledo Vasco Fernández de Toledo, hermano de Gutierre Fernández, ambos hijos de Fernán Gómez de Toledo, canciller y notario mayor de Toledo, y Teresa Vázquez de Acuña que había sido la nodriza del rey
Pedro.
Paz con el reino de Aragón y guerra con el reino de Granada (1361-1364)Renovando las hostilidades contra Aragón, en 1361
Pedro I ganó las fortalezas de Berdejo, Torrijo, Alhama y otras; pero temiendo un ataque de los granadinos, accedió a las súplicas del cardenal de Bolonia y ajustó la paz con
Pedro IV de Aragón el 18 de mayo, obligándose ambos reyes a restituirse los castillos y lugares conquistados.
En aquel año fallecieron Blanca de Borbón, según algunos envenenada por su esposo, y María de Padilla, madre de tres hijas y un hijo (Alonso, muerto en 1362), ambas de unos 25 años de edad.
En 1361, los musulmanes granadinos invadieron el reino de Castilla y León con seiscientos caballeros y dos mil peones, e incendiaron el municipio jienense de Peal de Becerro. Cuando Enrique Enríquez "el Mozo", Diego García de Padilla, Maestre de la Orden de Calatrava, y Men Rodríguez de Biedma, Caudillo mayor del obispado de Jaén, que se encontraban en la ciudad de Úbeda, tuvieron conocimiento de ello, salieron de dicha ciudad junto con los caballeros de su concejo y los de otras localidades, y se dirigieron a ocupar los pasos del río Guadiana Menor.
Posteriormente, en la batalla de Linuesa, librada el día 21 de diciembre de 1361, las tropas castellano-leonesas derrotaron a las granadinas. Los musulmanes fueron completamente derrotados, resultando muchos de ellos muertos o prisioneros, y perdieron el botín del que se habían apoderado durante su incursión.
Posteriormente, el rey
Pedro I se apoderó de los musulmanes que habían sido capturados y se comprometió a pagar por cada uno de ellos trescientos maravedíes a sus captores. No obstante, el monarca no pagó la cantidad estipulada por los cautivos, ocasionando con ello el enojo de los caballeros que habían tomado parte en la campaña, quienes comenzaron a recelar del soberano castellano-leonés.
El día 15 enero de 1362 las tropas musulmanas derrotaron a las tropas del reino de Castilla y León en la batalla de Guadix. Al mando de las tropas castellanas se encontraban los caballeros Diego García de Padilla, Maestre de la Orden de Calatrava, Enrique Enríquez "el Mozo", Adelantado mayor de la frontera de Andalucía, y Men Rodríguez de Biedma, Caudillo mayor del obispado de Jaén. En dicha batalla, que supuso un desastre para las tropas del reino de Castilla y León, el Maestre de la Orden de Calatrava, Diego García de Padilla, fue capturado por los musulmanes, aunque a los pocos días fue liberado por orden del rey Muhammed VI de Granada.
Pedro I de Castilla se apoderó en 1362 de las plazas de Iznájar, Sagra, Cesna y Benamejí y, poco después, Muhammed VI de Granada, acompañado por 300 jinetes y doscientos peones, se dirigió al municipio cordobés de Baena, y desde allí, acompañado por Gutier Gómez de Toledo, prior de la Orden de San Juan, fue a Sevilla para solicitar a
Pedro I el cese de las hostilidades entre el reino de Granada y el reino de Castilla y León. No obstante, a los pocos días
Pedro I dio muerte personalmente al monarca granadino en el barrio sevillano de Tablada.
Pedro I reunió Cortes generales en la ciudad de Sevilla en abril de 1362, en las que reconocieron como herederos de la corona a los hijos del rey y de María de Padilla. En junio celebró en Soria una entrevista con el rey Carlos II de Navarra, prometiéndose los dos mutua ayuda en cuantas guerras emprendiesen, y ajustó otra alianza con Eduardo III de Inglaterra y su hijo, el Príncipe Negro.
Preparado de esta manera, invadió el territorio aragonés sin previa declaración de guerra, cuando
Pedro IV se hallaba en Perpiñán sin tropas, y en pocos días ganó los castillos de Ariza, Ateca, Terrer, Moros, Cetina y Alhama; pero no pudo tomar Calatayud, aunque la combatió con toda clase de máquinas. Sin llevar más adelante las conquistas, volvió a Sevilla. Al año siguiente (1363), prosiguiendo la guerra con Aragón, haciendo suyos los lugares de Fuentes, Arándiga y otros; ganó por sorpresa Tarazona y entró en Magallón y en Borja. También recibió refuerzos de Portugal y Navarra. A su vez
Pedro IV celebró un tratado con Francia y otro secreto con Enrique de Trastámara estipulando que el aragonés lo ayudaría con todas sus fuerzas a conquistar el reino de Castilla, cediéndole Enrique en premio la sexta parte de lo que ganasen.
Mientras,
Pedro I tomó las plazas de Cariñena, Teruel, Segorbe y Murviedro, más los castillos de Almenara, Chiva, Buñol y otros. En todas partes castigaba cruelmente a los vencidos y dejaba guarniciones, con lo que disminuyó sus fuerzas. Llegó hasta los muros de Valencia donde sostuvo muchos combates con sus moradores. El nuncio apostólico Juan de la Grange logró al cabo que se ajustase la paz entre los reyes cristianos el 2 de julio de 1363. Se dice que una de las condiciones secretas fue la de que
Pedro IV daría muerte a Enrique y al infante don Fernando, que en efecto fue asesinado poco después. El convenio, sin embargo, no llegó a ratificarse y se renovaron las hostilidades en la frontera de Aragón.
Pedro I, que tenía una nueva favorita llamada Isabel de Sandoval, penetró en 1364 por el Reino de Valencia, sembrando el terror y apoderándose de Alicante, Elda, Gandía y otros castillos. Llegó hasta la Huerta de Valencia y estuvo a punto de ser sorprendido en El Grao. Entonces mediaron entre los dos reyes los carteles de desafío antedichos. El castellano se embarcó para perseguir a las naves aragonesas, más una violenta tempestad lo puso en trance de muerte, por lo que regresó a Murviedro y luego a Sevilla, donde lo esperaba la citada Isabel, que había dado a luz a un hijo llamado Sancho. Su otro hermano uterino Diego, apresado en Carmona en 1370 y encerrado en la fortaleza prisión del castillo de Curiel, sería liberado en 1434 por la insistente piedad del condestable Álvaro de Luna, que casó a una hija de éste prisionero, María de Castilla y Salazar con un Gómez Carrillo, primo de éste.
El hermano
Pedro estaría además muchos años también en el castillo-prisión de Alaejos, casando con Beatriz de Fonseca de la dinastía Arzobispal, pasada de padres a hijos Arzobispos de Santiago de Compostela al estilo de la Dinastía Arzobispal de los Aragón reales de Zaragoza y en fechas parecidas.
Retorno de EnriqueEnrique, luego Enrique II, hermano bastardo de
Pedro, contrató en Francia un ejército de mercenarios, las llamadas «Compañías blancas» por el color de sus banderas; contando además con el auxilio de Aragón, pasó con sus tropas desde este reino a Castilla en marzo de 1366. En Calahorra, que ni siquiera pensó en resistirse, fue proclamado por los suyos rey de Castilla y de León, ganando bien pronto las plazas de Navarrete y Briviesca.
Pedro I recibió estas noticias en Burgos y apresuradamente marchó a Toledo y después a Sevilla. En aquel tiempo hizo dar muerte a Juan Fernández de Tobar hermano del gobernador que había entregado Calahorra. Al cabo de veinticinco días buena parte del reino se hallaba bajo la obediencia de Enrique, excepto Galicia, Asturias, León, Sevilla y algunas otras ciudades y villas.
Pedro I huyó a Portugal, de allí a Galicia, donde recibió la ayuda de Fernando de Castro, y embarcándose en La Coruña se trasladó a la ciudad francesa de Bayona, no sin antes ordenar el 29 de junio la muerte de don Suero García, arzobispo de Santiago.
Alianza con el Príncipe NegroEn Bayona el rey
Pedro obtuvo el auxilio del Príncipe Negro, comprometiéndose a pagar los gastos de la campaña. Por las cláusulas secretas del Pacto de Libourne, Guipúzcoa, Álava y parte de La Rioja serían para Navarra y el Señorío de Vizcaya y la villa de Castro Urdiales para Inglaterra.
Sin que el navarro pusiera obstáculo,
Pedro y su aliado con un ejército pasaron por Roncesvalles y entraron en Castilla en 1367. El 3 de abril ganaron la batalla de Nájera, en la que cayó prisionero Beltrán Duguesclín, caballero francés que acompañaba a Enrique; y éste huyó al ver perdida la batalla y hubo de refugiarse en Aragón. En el mismo campo de batalla mató
Pedro al desarmado caballero Íñigo López de Orozco, y en Toledo, Córdoba y Sevilla, creyéndose seguro en el trono que había recobrado, quitó la vida a los que juzgaba enemigos. El Príncipe Negro, viendo que el rey no cumplía sus promesas de pagos, salió de la Península Ibérica en agosto. Al saberlo Enrique, que se hallaba en Francia, pasó con un ejército por Aragón; entró en Castilla; llegó a Calahorra; fue bien recibido en Burgos; ganó para su partido Córdoba, Castilla la Vieja y la comarca de Toledo, y vio transcurrir el resto del año y el siguiente de 1368 dueño de la mitad del reino, pero sin decidir la contienda.
Pedro, a quien el rey de Granada envió 7.000 jinetes y mucha infantería, se defendió en Andalucía; pero a principios de 1369 resolvió ir en auxilio de la ciudad de Toledo. Hizo encarcelar en Medina Sidonia a Diego García de Padilla y emprendió la marcha.
Muerte del reyEn el camino halló a su hermano Enrique, a quien acompañaban Duguesclín y sus Compañías Blancas, y trabaron combate cerca del castillo de Montiel, llamado de la estrella. Sus tropas fueron derrotadas.
Tras la batalla, el 14 de marzo, se encerró en dicha fortaleza y sitiado en ella por su hermano, entró en tratos, a través de su fiel caballero Men Rodríguez de Sanabria con Duguesclín para lograr la fuga. El francés lo condujo con engaños a una tienda en la que se hallaron frente a frente
Pedro y Enrique. Corrió el uno contra el otro y abrazados cayeron al suelo, quedando encima
Pedro; pero Duguesclín, pronunciando, según la leyenda, las célebres palabras "ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor", cogió del pie a
Pedro I y lo puso debajo, circunstancia que aprovechó su hermanastro Enrique para apuñalarlo.
Sepultura de Pedro IUna crónica manuscrita conservada en la Biblioteca Nacional de París afirma que Enrique II hizo pasear la cabeza de
Pedro I clavada en el extremo de una lanza por diversas ciudades y castillos que aún defendían la causa del rey
Pedro I.
El historiador Jerónimo Zurita afirma en sus Anales de Aragón que después de haber cortado la cabeza del rey «echáronla en la calle, y el cuerpo pusiéronlo entre dos tablas sobre las almenas del castillo de Montiel».
Los restos del rey permanecieron varios años en el castillo de Montiel hasta que fueron trasladados, en fecha que se ignora, a la iglesia de Santiago de Puebla de Alcocer. En dicho templo permanecieron los restos del rey
Pedro I hasta que, en 1446, el rey Juan II de Castilla dispuso que se trasladaran al convento de Santo Domingo el Real de Madrid, donde fueron colocados en un sepulcro delante del altar mayor.
Cuando el convento de Santo Domingo el Real de Madrid fue demolido, en 1869, los restos mortales de
Pedro I el Cruel fueron llevados al Museo Arqueológico Nacional, hasta que en 1877 fueron trasladados a la cripta de la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, donde permanecen en la actualidad junto a los de su hijo, Juan de Castilla y Castro.
En el Museo Arqueológico Nacional de Madrid se conserva la estatua orante de
Pedro I de Castilla, único resto superviviente del desaparecido sepulcro del monarca.
CaracterizaciónSegún Pero López de Ayala,
Pedro I era blanco, de buen rostro autorizado con cierta majestad, los cabellos rubios, el cuerpo descollado y ceceaba un poco a la manera andaluza. Se veían en él muestras de osadía y consejo. Su cuerpo no se rendía con el trabajo, ni el espíritu con ninguna dificultad. Gustaba principalmente de la cetrería, era muy frugal en el comer y beber, dormía poco, fue muy trabajador en la guerra y amó a muchas mujeres.
Nupcias y descendenciaEstatua orante de
Pedro I de Castilla, conservada en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Fruto de su primer matrimonio con María de Padilla nacieron cuatro hijos:
Beatriz, (1353-1369), jurada para suceder en el trono; pero falleció el mismo año que su padre.
Constanza (1354-1394), esposa de Juan de Gante, duque de Láncaster e hijo de Eduardo III de Inglaterra y madre de Catalina, mujer del futuro Enrique III de Castilla.
Isabel (1355-1392), que dio su mano a Edmundo, duque de York e hijo de Eduardo III de Inglaterra.
Alfonso (1359-1362).
Su segunda esposa, Juana de Castro, le dio otro hijo:
Juan de Castilla (1355-1405). Contrajo matrimonio con Elvira de Eril y Falces. Sus restos mortales reposan junto a los de su padre en la cripta de la Capilla Real de la Catedral de Sevilla.
María González de Hinestrosa, hija de Juan Fernández de Hinestrosa y Sancha González de Villegas, prima hermana de María de Padilla, le dio un hijo:
Fernando, a quien su padre hizo señor de Niebla, pero que debió de morir en la niñez.
Teresa de Ayala, hija de Diego Gómez de Toledo e Inés de Ayala, y sobrina del canciller Pero López de Ayala, le dio una niña:
María; religiosa y priora en el Monasterio de Santo Domingo el Real de Toledo, donde su madre también profesó y fue priora.
Isabel de Sandoval, aya del niño Alfonso, le dio dos hijos:
Sancho (septiembre de 1363 - 1370), que falleció con siete años de edad preso en el castillo de Toro.
Diego (fallecido después de 1434), fundador de la línea de los Guadalajara.
Según parece, dejó el monarca algunos otros hijos naturales, cuyos nombres no han llegado hasta nosotros.
El justiciero o el cruelEl reinado de
Pedro fue fructífero para las artes y las letras. Por orden suya se erigió el palacio mudéjar que lleva su nombre sobre los restos del alcázar de Sevilla, palacio de los antiguos reyes musulmanes. Existe la leyenda de que en el pavimento del alcázar quedó indeleble sobre un mármol de rojizas vetas la sangre de Fadrique.
En Toledo y en otras muchas partes defendieron los judíos decididamente la causa de
Pedro. Éste los protegió sin vacilaciones y trabó amistad con varios de ellos. Tal fue el caso del rabino Sem Tob, también llamado don Santos, natural de Carrión, quien escribió un poema titulado Consejos et documentos al rey don
Pedro. Los cronistas contemporáneos de
Pedro lo calificaron de el Cruel; pero en los siglos XVII y XVIII aparecieron defensores, e incluso apologistas, que lo apellidaron el Justiciero. Así lo hicieron, en el siglo XVII, el conde de la Roca, en su obra titulada El rey don
Pedro defendido; y en el XVIII José Ledo del Pozo, catedrático de Valladolid.
La tradición popular ha visto en este monarca un rey justiciero, enemigo de los grandes y defensor de los pequeños. El pueblo recelaba de la nobleza, por lo que las venganzas del monarca, que recaían por lo general en aquella clase, a menudo fueron percibidas como legítimos actos de justicia. La poesía, alimentada de las tradiciones populares, representó mayoritariamente al monarca con el carácter de justiciero.
Es importante recordar que su fama de cruel es consecuencia de cuanto expresa
Pedro López de Ayala en su Crónica de los reyes de Castilla, escrita durante el reinado de su enemigo y sucesor, Enrique II, a cuyo servicio trabajaba este canciller. La opinión actual, generalizada entre los historiadores, es que
Pedro I de Castilla no fue más ni menos cruel que sus coetáneos.
Pedro en las artesYa en el siglo XVI, Francisco de Castilla, descendiente de
Pedro I, escribió en 1517 un poema sobre la vida del monarca. En el teatro, desde El Infanzón de Illescas, de Lope de Vega, hasta El zapatero y el rey, de Zorrilla, y El arcediano de San Gil, de
Pedro Marquina, la figura de
Pedro aparece como ideal de rey medieval.
Han ilustrado la historia de
Pedro I los trabajos de Tubino, Merimée y Burck, al igual que Guichot (1878) en su Ensayo de vindicación del reinado de don
Pedro I de Castilla y más recientemente, Las memorias de
Pedro el cruel: ¿Rey templario?, ¿Rey Judío? de Julio de Antón, Don
Pedro I el Cruel, un rey entre la realidad y el deseo de Jaime Passolas Jáuregui,
Pedro I el Cruel: Un monarca contra la nobleza de Manuel Barrios y
Pedro I el Cruel y Enrique de Trastámara: ¿La primera guerra civil? de Julio Valdeón Baruque.
En la Biblioteca Nacional de España, en Madrid, se guardan al menos 16 manuscritos que ilustran la vida del monarca.
Bueno, ya esta bien por hoy, os veo con casi dormidos
, espero que os hayais entretenido. Hasta otra, me voy con mis compañeras.
Un saludo.