5 Pesetas 1870. SNM. Gobierno Provisional. El Duro de Prim.

Juan Prim y Prats

Recuerdo que era una fría noche el 27 de diciembre de 1870 en un Madrid completamente blanco por la nieve. Fue un intenso día de debate en el Congreso de los Diputados, pues se ultimaban los detalles de la venida de un rey de origen italiano y que respondía al nombre de Amadeo. La agotadora sesión terminó pasadas las siete de la tarde y nos dispusimos a marcharnos a casa. De camino a la salida, mi señor se encontró con el diputado republicano García López:

-Señor Prim, varíe la ruta a casa.

Con gesto irónico contestó mi señor:

-¿Es otra amenaza, Sr. García, de las tantas que he escuchado ya?

En ese momento se acercan los diputados Sagasta y Herrera de Tejada a comentar algunos aspectos acerca de la sesión de Cortes mantenida, de lo que pude escuchar: “Caballeros, no os preocupéis, el 30 llegará a Cartagena como se ha acordado”.
Ya en la puerta de salida del Congreso se topó con el también diputado republicano José Paul y Angulo calentándose las manos en una estufa y al que le dijo en tono jocoso:

-¿Por qué no viene con nosotros a Cartagena para recibir al nuevo Rey?

A lo que le replicó Paul y Angulo:

-Gracias por la oferta, pero ya sabéis mi opinión al respecto Sr. Prim. La monarquía constitucional no es la solución, lo conveniente es un sistema republicano en España y siempre abogaré por ello. ¡No esta pantomima que usted ha promovido!

Acto seguido, mi señor me sacó del bolsillo del chaleco:

-¿Veis esta moneda Sr. Paul y Angulo? Dentro de unos días desaparecerá esta Hispania recostada y veréis el retrato de un Rey en ella, pues así lo ha querido el pueblo español, mediante sus representantes en el Parlamento, en votación el 16 de noviembre. ¡Esto es lo único que le conviene a España!

Con evidente gesto de enfado el diputado republicano dijo:

-Tenga cuidado, Mi General, pues a cada uno le llega su San Martín.

Acto seguido Prim abandonó el Congreso montado en una berlina verde que le esperaba en la puerta junto con sus dos asistentes, el Coronel Moya que se sentó enfrente y el Sr. González Nandín a su lado. Todo transcurría con normalidad hasta que el coche de caballos entró en la calle del Turco (hoy calle Marqués de Cubas). El cochero divisó dos diligencias al final de la calle obstaculizando el paso por lo que se detuvo. Ante esto, Moya se asomó por la portezuela:

-¿Qué sucede? ¿Por qué nos detenemos?

-Nos cierran el paso, Señor.

En ese instante surgen de la oscuridad dos grupos de hombres que se aproximan al carruaje con armas. Viendo lo que se les avecinaba, el Coronal Moya exclamó: “¡Mi General, nos hacen fuego!”. Acto seguido el estruendo de los disparos y los fogonazos de la pólvora quemándose iluminaron unos instantes aquella tétrica calle nevada. Nandín, que vió como el cañón de un arma entraba por la ventanilla  apuntando a quemarropa a Prim, puso su mano en la boca del cañón al grito de: “¡Cuidado, Mi General!”. Trozos de carne, sangre y humo invadían el habitáculo. El cochero a latigazos con los asaltantes puso a los caballos al galope y rompió el cerco.
Todos estábamos heridos, Prim, Moya, Nandín e incluso yo, pues una esquirla de metal pasó lamiendo mi canto marcándome para siempre. Mi señor, el más grave de todos, falleció a causa de las heridas días después, el mismo día que llegó aquél por el que tanto luchó y no pudo recibir. Si bien no pudo recibirlo con vida, Amadeo sí que pudo despedirse de su máximo valedor y darle las póstumas gracias por hacerlo posible.
Yo, testigo de un episodio trascendental en la historia de España, caí en el olvido de los años. Hoy sólo repiten delante de mi los que me observan: “Bonita pieza, aunque lástima del golpe en el canto”. ¡Ay de aquellos que se compadecen de mí, pues yo me compadezco de ellos al no saber la historia que porto y que guardo en celoso silencio por los siglos de los siglos! Si mi señor fue el valedor del Rey, también lo fue de mí, pues es el único que podría garantizar mi noble e histórica procedencia al reclamarme como suya. Descanse en Paz, Mi General.