Buenaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas
Mi 3ª Maiorina de Flacila:
PAÍS: Imperio romano
EMPERATRIZ: Elia Flacila (esposa de Teodosio I)
VALOR: AE2 o Maiorina
AÑO: 386 - 388 d C.
DIAMETRO: 24 mm.
PESO: 5,23 gr.
METAL: Bronce.
CECA: Antioquía 5ª oficina
REFERENCIA: RIC IX Antioch 62
RAREZA: S (Escasa)
ANV.: Busto diademado y drapeado mirando a la derecha de la emperatriz Flacila. Alrededor leyenda: AEL FLAC – CILLA AVG.
REV.: Emperatriz estante a izq. con cabeza vuelta a dcha, con las manos al pecho. En exergo ANTE. Alrededor leyenda: SALVS REI-PVBLICAE.
Buscando por internet, he encontrado este artículo, “Flacila y Gala: el inicio de una nueva dinastía” Elisabet Seijo Ibáñez Universitat de Barcelona. Grup de Recerques en Antiguitat Tardana (GRAT)
elisabetseib@outlook.com :
El 9 de agosto del año 378 los romanos hicieron frente a una de sus peores derrotas militares, cuyo desenlace se saldó con la muerte del emperador Valente. Atónitos al principio, lograron sobreponerse, y cinco meses después, el 19 de enero del 379, Teodosio I fue elevado a la púrpura. Resulta sorprendente que las miles de publicaciones relativas a Teodosio I no hayan suscitado mayor interés por sus dos esposas (Flacila y Gala), gracias a las cuales el linaje teodosiano gobernó en Oriente y Occidente. Por supuesto, la escasez de datos en las fuentes supone un duro obstáculo, pero si la atención que se ha dedicado a Flacila es mínima, la que ha atraído Gala es paupérrima. En el presente artículo nos proponemos analizar si la fe arriana que Gala habría profesado antes de sus nupcias con Teodosio I fue el motivo principal, si bien no el único, por el cual sería deliberadamente desatendida por los autores cristianos, lo que a su vez habría causado que se enfatizara la fe nicena de Flacila.
1. Los primeros años de gobierno de Teodosio I
El protagonismo de ambas mujeres en las fuentes tiene como origen su matrimonio con Teodosio I, quien tuvo un giro de fortuna tras la derrota romana en Adrianópolis. Por aquel entonces Teodosio I vivía en un retiro prudencial en su hacienda de Cauca, en Hispania, después de que su padre fuera ejecutado en el 375. Fue en este delicado período cuando se produjo su enlace con Elia Flavia Flacila; poco después tendrían a sus dos primeros hijos, Pulqueria y Arcadio. Tras ser proclamado augusto, Teodosio I estableció su cuartel en Tesalónica y durante los dos años siguientes dirigió gran parte de sus esfuerzos a poner fin a la amenaza goda, hasta conseguir la firma de un frágil tratado de paz en el 382. Además de hacer frente a una situación militar comprometida, Teodosio I tuvo que destinar mucha energía al frente religioso. En febrero del 380 se promulgó el célebre Edicto de Tesalónica. Tradicionalmente se ha considerado que el Cvnctos popvlos fue una expresión de la propia y fervorosa creencia de Teodosio I, que a su vez era una manifestación del credo niceno de la Iglesia hispana. Sin embargo, esta afirmación se ha debatido intensamente y algunos investigadores se inclinan por considerar que su promulgación pudo deberse a presiones del bando niceno que predominaba en Tesalónica. Para Errington resulta evidente que Teodosio I, frente a la enorme división religiosa de la pars Orientalis y aconsejado por Acolio, obispo de Tesalónica, creyó que lo mejor para el Imperio sería unificar a la Iglesia en una misma doctrina, la suya; lo que no significa que Teodosio I estuviera más comprometido o tuviera más conocimientos que sus antecesores sobre la cuestión religiosa. El 24 de noviembre del 380 se celebró el primer adventvs de Teodosio I en Constantinopla, y el establecimiento del emperador en la capital oriental favoreció que su esposa, Flacila, tomara mayor protagonismo en la vida pública. Con ella también llegaron otras mujeres de la familia imperial de las que apenas tenemos noticias, a excepción de la célebre Serena. De hecho, Honorio, el segundo hijo de Teodosio I y Flacila, nació en Constantinopla en septiembre del 384, el mismo año en que Serena contrajo matrimonio con Estilicón.
2. Elia Flacila augusta
Que Flacila fuera la madre de los dos futuros emperadores ha dado pie a que sea considerada «la clave de bóveda en la construcción del edificio dinástico de Teodosio I». En la introducción hemos señalado que el motivo principal de la exigua atención que las fuentes cristianas dedicaron a Gala se hallaría en su profesión de la fe arriana antes de su enlace con Teodosio I. Sin embargo, debemos tener en cuenta otros factores que pudieron causar un impacto sustancial en la diferencia de tratamiento entre ambas emperatrices, como lo es la maternidad: Flacila dio a luz a dos hijos varones, Arcadio y Honorio, que crecerían para convertirse en los herederos del Imperio romano y proporcionarían continuidad a la dinastía teodosiana. Por el contrario, la segunda esposa de Teodosio I, Gala, concibió a la célebre Gala Placidia (ca. 390). Gracias a la numismática, sabemos que el mismo año en que Arcadio fue elevado a augusto, el 383, y quizás al mismo tiempo que su hijo, Flacila también recibió la misma distinción. Arcadio apenas era un niño cuando esto ocurrió, lo que respondía perfectamente a los intereses dinásticos de su padre. Al respecto, Marcos Sánchez considera que «la presentación de la familia era la pieza clave a la hora de asegurar la continuidad del Imperio. Y lo era especialmente cuando, como en el caso de Teodosio I, se trataba no de perpetuar una vieja dinastía sino de instaurar una nueva». Añade, además, que la figura de Flacila como augusta, esposa y madre resultaba esencial en la construcción de una imagen propagandística de la casa imperial que ayudara a consolidar la estabilidad dinástica.
No sabemos exactamente qué conllevaba el título de augusta. Poseerlo no implicaba que pudiera gobernar, legislar o liderar ejércitos, pero está claro que se buscaba algún tipo de distinción para honrar a la emperatriz. El origen de este título se remonta al mismo Augusto, quien otorgó este rango a su esposa Livia en su testamento, lo que favorecería una transición más fluida hacia Tiberio, «reforzando la concepción de la domvs Avgvsta como domvs imperial». Cuatro siglos separan a Livia y a Flacila, pero podemos establecer algunos paralelismos entre ellas, como el hecho de que ambas tuvieron que mantener una imagen pública impecable como esposas castas y devotas. Si bien Livia y Augusto no llegaron a concebir hijos juntos, la función principal de la esposa era asegurar la continuidad de la domvs Avgvsta, y Flacila, a diferencia de Gala, proporcionó a su esposo dos hijos que heredarían el Imperio. La propaganda oficial, que Teodosio I empleó con habilidad (así como el propio Augusto), «se sirve, pues, de ellas para refrendar la ideología que concierne al emperador y al gobierno, cuya prioridad era la continuidad dinástica, y en consecuencia la maternidad y la salud del imperio». El título de augusta siguió empleándose durante el Alto Imperio, pero a finales del siglo III d C. su uso se volvió irregular y solo unas pocas mujeres fueron honradas como tales. Como reflexiona Poles Belvis: […] durante el Bajo Imperio [el título de augusta] sólo fuera concedido en momentos puntuales denota su valor propagandístico y alto contenido simbólico. Con todo, aunque resulte difícil determinar el alcance de las atribuciones que este honor les concedió, podemos afirmar que ello les permitió participar de la propaganda imperial y demostrar su asociación con el programa político de los respectivos augustos. Como bien dice Holum, que Teodosio I recuperara el título supuso una innovación que, muy probablemente, respondía a su intención de subrayar que la emperatriz había dado a luz a los futuros herederos de la casa imperial. En efecto, no puede ser mera coincidencia que Flacila recibiera este rango al mismo tiempo que su hijo Arcadio: Teodosio I quiso utilizar ambos acontecimientos como una demostración pública de que él y sus descendientes eran una promesa de seguridad futura para el Imperio romano.
3. La muerte de Flacila y su retrato en las fuentes.
Mientras en Oriente se celebraba la solidez de la casa imperial, desde Occidente llegaron noticias perturbadoras: Magno Máximo, comes Britanniae, había sido aclamado emperador por sus propias tropas, y tras cruzar el canal de la Mancha se había encaminado hacia Lvtecia para enfrentarse a Graciano. Parte de las tropas abandonaron al joven emperador y este fue asesinado cuando huía hacia Lvgdvnvm. Máximo no avanzó hacia Italia, donde permanecía la corte de Valentiniano II, y buscó el reconocimiento de Teodosio I. Durante los siguientes tres años se prolongó una frágil paz entre los augustos. Mientras Arcadio se consolidaba como heredero de su padre y Honorio crecía para convertirse en una promesa, Teodosio I y Flacila tuvieron que hacer frente al fallecimiento de su hija Pulqueria. El 25 de agosto del 385, el obispo Gregorio de Nisa pronunció un discurso fúnebre en su honor en el que afirmaba que la muerte de la niña había sido un duro golpe para Constantinopla, cuyo pueblo compartía el profundo dolor de los emperadores por la pérdida. El día de la procesión, Gregorio había visto con sus propios ojos cómo la multitud se agolpaba en la iglesia, en las calles, en las plazas y en las azoteas, todos en comunión por la congoja. Pulqueria apenas era una niña que empezaba a florecer que no había conocido el tálamo nupcial ni la preocupación por los hijos y, por lo tanto, inocente de los males que acechaban a los adultos. La misma Flacila no tardaría en recibir honores semejantes a los de su hija: cuando su cuerpo, cubierto de oro y púrpura, entró en Constantinopla, personas de todas las edades y origen social, ciudadanos y forasteros, llenaron las calles para ver el cortejo fúnebre. Las aguas termales de la ciudad de Escotumis no habían logrado sanarla y la emperatriz había sucumbido a la enfermedad. Encomendado por el emperador, Gregorio de Nisa pronunció un nuevo discurso fúnebre cuyo destinatario era Teodosio I: según Chiriatti, «este, de hecho, tiene un papel fundamental, al estar el elogio de la emperatriz filtrado implícitamente por la alabanza del emperador». En efecto, la reunión de virtudes que se producía en Flacila solo podía ser igualada por Teodosio I. Según el obispo de Nisa, la emperatriz había sido elevada a tan alta dignidad para que todos fueran testigos de los bienes que habían hecho de su cuerpo y su alma un hogar. De ella, entre muchas otras cosas y con gran pomposidad, se aseveraba su filantropía, su piedad religiosa —en dura competencia con su esposo—, su humildad, la autoridad que compartía con Teodosio I y el amor conyugal que sentía por él. Como broche final a su discurso, Gregorio declaró que Flacila se opuso fervientemente al arrianismo, situándolo al mismo nivel que la idolatría pagana, en sintonía con la fe con la que había crecido. Gregorio no es el único autor que resalta el empeño de la emperatriz por defender el credo niceno. Entre otros, contamos con un valioso testimonio de Sozomeno, quien nos relata el temor que asaltó a Flacila cuando esta supo que su marido planeaba entrevistarse con Eunomio, obispo de Cízico. Este sacerdote era conocido por su radicalismo arriano, así como por su habilidad dialéctica. Dicha entrevista iba a producirse a raíz de la decisión de Teodosio I de reunir a diferentes líderes religiosos para resolver de una vez por todas las divergencias que mantenían divididas las iglesias. Como era esperable, el debate no llegó a buen puerto. En cualquier caso, lo que nos interesa es que Sozomeno nos informa de que Flacila temió que su marido fuera subyugado por la dialéctica de Eunomio y por ello le convenció para que no se reuniera con él. Ambos autores, Gregorio y Sozomeno, dan a entender que Flacila custodiaba fielmente el credo de Nicea. Sin embargo, nos preguntamos si esta premisa se acerca a la realidad. Teniendo en cuenta su lugar de origen, lo más plausible es que Flacila profesara la fe nicena desde su niñez, si bien McLynn se muestra prudente a la hora de dar por hecho el activo niceísmo de los obispos hispanos. Además, el mismo autor recomienda cautela a la hora de valorar cuál era la relación de Flacila con la Iglesia de Hispania, así como cuál fue la evolución de sus creencias. Desde luego, Flacila no se crió en el mismo ambiente que su esposo, por lo que su piedad pudo ser más apasionada que la de él, o mucho menor, e incluso pudo haberle influenciado. Si bien no podemos estar seguros de si el episodio relatado por Sozomeno fue real, es posible que trate de un recuerdo de la participación o intervención de Flacila en esta empresa, aunque fuera en un segundo plano. La emperatriz pudo ser o no una firme y activa defensora del credo niceno, pero está claro que las fuentes así la describen. Quizá es un reflejo de la realidad, pero nos decantamos por considerar que se trata de una construcción posterior con el fin de enfatizar su piedad religiosa. Y es que, además de piadosa, Flacila también fue célebre por su filantropía. Gregorio lo manifestaba claramente en su oratio, y Teodoreto lo reafirmó: en su opinión, el emperador contaba con una gran ventaja, ya que la mujer que había escogido para estar a su lado no le permitía olvidar las leyes divinas. Y ni siquiera su elevación a emperatriz había hecho mella en su humildad y en su ardiente deseo por Dios. Atendía a impedidos y a leprosos y les suministraba los cuidados que necesitaban sin el apoyo de ningún sirviente o miembro de su cortejo. Visitaba los hospicios que dependían de las iglesias para cuidar a los que yacían postrados en la cama, les daba de comer y limpiaba los utensilios —lo que no dejaba de ser trabajo propio de sirvientes, nos dice el autor—. Por supuesto, algunos se oponían a que se ocupara de ciertas tareas, pero ella replicaba que sus servicios formaban parte de la distribución de riquezas que convenía al poder imperial. Por último, se afanaba en recordar a su esposo que debía agradecer al Señor el lugar al que le había elevado y gobernar siguiendo sus mandatos. En lo que respecta a la piedad y la filantropía de la emperatriz, algunos investigadores han trazado paralelismos con el encomio de Helena que Eusebio de Cesarea incluyó en su Vita Constantini. En su peregrinaje a Oriente, la madre de Constantino I mandó construir nuevos monumentos en Tierra Santa que el emperador embelleció con donaciones de oro y plata, prodigó sumas de dinero a soldados y a desfavorecidos, liberó a presos de minas y cárceles e incluso consiguió que algunos exiliados volvieran a su tierra. Su virtud y su piedad la acompañaron hasta el lecho de muerte, y su cuerpo fue llevado a Constantinopla con grandes honores. Como bien nos dice Poles Belvis, «detrás de esta caridad también existen intenciones políticas: mantener el apoyo de grupos determinantes para el triunfo de Constantino como el ejército y la Iglesia, entre quienes Helena reparte donaciones, y difundir por oriente la nueva política religiosa imperial». Efectivamente, detrás de la labor caritativa de Flacila podría haber razones de peso político, como la consolidación de la política religiosa pronicena de Teodosio I: su asistencia regular a hospicios de ciertas iglesias bien se podía entender perfectamente como una muestra del apoyo imperial. Además, dejarse ver en según qué círculos y no en otros era una señal inequívoca de la política religiosa del emperador. En definitiva, todas las fuentes a las que hemos aludido han contribuido a la construcción de una imagen de emperatriz piadosa cuyo origen puede rastrearse hasta Elena. Mientras que Teodosio podía moverse con soltura entre las altas esferas políticas y religiosas, Flacila reforzaba las decisiones de su esposo entre la plebe: ella se convirtió en su representante más carismático, porque donde él no podía acudir, ella deslumbraba. Desconocemos la regularidad de las salidas de Flacila, pero suponemos que trascendían la mera anécdota. Sin embargo, observamos posibles indicios de exageración en el relato de Teodoreto, y creemos que dicho autor pudo maquillar la actuación de la emperatriz para insuflar mayor piedad cristiana a su retrato.
Flacila acabó por convertirse en la «madre de la dinastía» teodosiana así como un prototipo de emperatriz, tanto en lo literario como en la numismática. Incluso su praenomen, Aelia, perduraría en las siguientes generaciones de mujeres de la casa imperial como señal de distinción. Sin irnos tan lejos, es difícil que los ciudadanos romanos la olvidaran fácilmente, ya que habría estatuas suyas repartidas por muchas ciudades, como la que Teodosio I había mandado colocar en el mismo Senado para que acompañara a la suya propia y a la de su hijo. Los habitantes de Constantinopla también conocerían el Pallativm Flaccianvm, erigido en el 385. Y los de Antioquía tardarían en olvidar la cólera que despertó en Teodosio I cuando los retratos de su familia, entre ellos el de Flacila, fueron asaltados por una turba enfurecida que protestaba por unos impuestos.
4. Gala en el olvido, Teodosio I no permaneció viudo durante mucho tiempo.
Sus segundas nupcias fueron la consecuencia directa del avance hacia el sur de las tropas de Máximo. Tres años después del asesinato de Graciano, Máximo resolvió abandonar su posición en la Galia. El joven Valentiniano II y su madre Justina huyeron a Tesalónica y allí se fraguó la intervención de Teodosio I y el matrimonio entre él y Gala. De entre todos los autores que mencionan el enlace, Zósimo se recrea maliciosamente, aprovechando una nueva ocasión para denigrar al emperador cristiano. Como es bien sabido, este historiador manifestaba una ideología marcadamente pagana y no desperdiciaba ningún momento para aguijonearle con sus duras críticas: si al comienzo de su gobierno lo tildaba de gandul y perezoso, no debe extrañarnos que expusiera la lujuria de Teodosio I como el estímulo definitivo que le llevó a la guerra contra Máximo. El historiador pagano ofrecía detalles de cómo el usurpador consiguió superar el camino de los Alpes con sorpresiva rapidez y de cómo Valentiniano II, su madre Justina y su hermana Gala huyeron por mar hacia Tesalónica. Tras llegar a la urbe enviaron una embajada a Teodosio I para que tomara las armas contra Máximo, y aunque el emperador accedió a reunirse con ellos, su holgazanería le impedía tomar tal resolución, escudándose en la posibilidad de dialogar con él. Ahora bien, Justina, que contaba con sobrada experiencia en materia de Estado y sabía que Teodosio I era susceptible a la debilidad de la carne, llevó consigo a su hermosa hija Gala cuando se reunió con él para rogarle que actuara contra Máximo. El emperador quedó anonadado por la belleza de Gala, y aunque en dicha reunión no se comprometió a nada, el deseo por ella le hizo pedir su mano a Justina. Esta aceptó con la condición de que Teodosio I marchara contra Máximo y devolviera el poder a su hijo Valentiniano. El emperador accedió y se preparó para cumplir la promesa. Al igual que muchos investigadores, consideramos que la explicación de Zósimo tiene pocos visos de credibilidad. El matrimonio con Gala dotó de legitimidad una campaña militar que Teodosio I no podía eludir si quería deshacerse de un rival que amenazaba con dominar la parte occidental del Imperio y colocar en el gobierno a un augusto más manejable. La campaña contra Máximo no se alargó demasiado; en el verano del 388 sus propios hombres lo entregaron a Teodosio I para su ejecución. De Gala apenas tenemos un puñado de noticias, pero consideramos que con toda probabilidad profesó la fe arriana al igual que su célebre madre Justina, y que debió renunciar a ella antes de su enlace con Teodosio I. A nuestro parecer, su breve matrimonio con el emperador, además de su fe original, causaron su desatención en las fuentes. Para los autores cristianos resultaría imposible obviar que Gala era hija de una emperatriz que mantuvo un dilatado y duro enfrentamiento con el obispo Ambrosio de Milán en el conocido como conflicto de las basílicas (385-386). Los autores cristianos adjudicaron a Justina el liderazgo del bando arriano en este enfrentamiento, lo que puede deberse a que fuera la figura más visible del grupo o, más probablemente, a que se tratase de una estrategia para describir el conflicto como una persecución contra un obispo católico en vez de la refutación de Ambrosio de ceder el uso de una basílica en base a una petición imperial. En cualquier caso, Gala era hija de una emperatriz que fue representada en las fuentes como una arriana ferviente e incluso comparada con Jezabel. Por estos motivos consideramos que, a pesar de su cambio de fe, en el ámbito religioso Gala permaneció bajo la larga sombra de su madre y ello influyó decisivamente en su retrato en las fuentes cristianas. La relación de Gala con sus hijastros, o al menos con Arcadio, no debía ser muy buena, ya que, según el Chronicon de Marcelino, el augusto la expulsó —si bien desconocemos de dónde—. La brevedad con la que se explica el incidente da pie a muchas cábalas sobre si la echó del palacio o de la ciudad, si estamos ante una hostilidad puntual o antigua, si Arcadio fue el propulsor principal o lo fueron otros, y cuáles fueron los motivos que llevaron a una acción tan drástica. A Gala le esperaban aún peores noticias: el fallecimiento de su hermano Valentiniano II Otra vez es Zósimo quien nos explica que Gala perturbó la paz del palacio con su llanto y que Teodosio I se irritó sobremanera, y es que, después de la reciente campaña contra Máximo, Occidente volvía a estar en manos de un usurpador y Teodosio I había perdido a su títere. El emperador se preparó para la campaña y cuando había de marchar hacia Occidente, Gala se puso de parto. Ni ella ni el niño sobrevivieron. Es posible que la emoción de lo que estaba sucediendo adelantara el alumbramiento o le afectara negativamente. En todo caso, Teodosio I siguió con su propósito, logrando una gran victoria militar en el Frígido y la muerte de Eugenio y de Arbogastes. Restableció la situación en Occidente e hizo llamar a Honorio a la ciudad de Milán mientras se proponía volver a Oriente, pero la enfermedad le atrapó y Teodosio I apareció en público por última vez en los juegos preliminares que se celebraban por su aniversario y el de Arcadio como augustos, el 17 de enero del 395, y esa misma noche falleció. Cuarenta días después, Honorio, Estilicón y representantes del ejército asistieron al discurso funerario pronunciado por el obispo Ambrosio de Milán. Tras su muerte, el emperador, de augusta memoria, por fin podría reunirse con su esposa Flacila, fidelis anima deo. A Gala ni se la menciona, lo que bien puede explicarse por el conflicto que había enfrentado a Ambrosio y a Justina. Pero el prelado milanés no fue el único autor que ignoró la existencia de Gala o la minimizó a una mera anécdota. No se ha conservado ningún poema funerario, si bien la pronta marcha de Teodosio I pudo hacerlo imposible. Tampoco contamos con evidencias numismáticas para avalar un título de augusta, aunque, si seguimos la teoría de Marcos Sánchez de que el emperador elevó a la púrpura a Flacila para proclamar a los cuatro vientos la solidez y la legitimidad de la casa imperial80, realmente no hizo falta que Gala portara el mismo título. Para cuando llegó el momento de casarse con ella, Teodosio I estaba en una situación muy diferente a la del año 379, ya que no necesitaba mayor legitimidad de la que ya gozaba. En conclusión, el retrato de ambas emperatrices en las fuentes cristianas puede deberse a diversos factores ya señalados, como la maternidad de los herederos varones o la duración del matrimonio. No obstante, consideramos que la muy probable fe arriana de Gala anterior a su enlace con Teodosio I (y el hecho de ser la hija de Justina) condicionó su escaso protagonismo en las fuentes y favoreció que Flacila fuera enfáticamente representada como una emperatriz ejemplar por su piedad, virtud y defensa del credo niceno.