En aquellos tiempos de jambres y miserias un padre y un hijo malvivían en un chozo.
Unos días comían poco, otros menos y otros nada.
Un día a la hora de comer, cuando ambos se disponían a meter la cuchara en la sartén de las sopas
colocada en el medio del chozo, llamaron a la puerta.
Se miraron ambos extrañados, pues no eran habituales las visitas
y el padre mandó al hijo a abrir.
Fué el muchacho, de unos doce años a la puerta y se encontró con un pobre
que le dijo que llevaba tres días sin comer, que si podían darle algo.
El muchacho le dijo que esperara a ver qué decía su padre.
El padre, que era persona de buen corazón le dijo ,
dile que entre y se coma unas pocas de sopas con nosotros,
que algo le aliviará.
El muchacho según iba hacia la puerta iba pensando, chacho,
son pocas sopas pa mi padre y pa mí, como entre este
que lleva tres días sin comer no las catamos.
Así que llegó a la puerta y le dijo al pobre,
ha dicho mi padre que como salga te va a dar
unas pocas de hostias.
El pobre agachó la cabeza y echó a andar
diciendo seguramente que había que ver cómo las gastaban allí.
Vuelve el muchacho y al verle solo, el padre le pregunta si no entra,
el muchacho responde que no, que se ha ido.
Se levanta el padre y se encamina a la puerta, qué le habrás dicho,
verás como le llamo yo y entra.
El pobre ya iba un poco retirado, así que el otro desde la puerta del chozo,
empieza a gritarle:
Ven acáaaa, que van a ser pocas, pero calientan el cuerpooooo.
Se vuelve el pobre y le dice:
Esas se las das a tu pu... mad.....