Aproximaciones al concepto “celta”
I. FUENTES CLÁSICAS. LAS PRIMERAS REFERENCIAS
Los primeros celtas que figuran en la historia escrita, junto a los de las bocas del Danubio, son mencionados por Herodoto (keltoi) junto al territorio de TARTESSOS, en un solar que aparece en tiempo posterior ocupado por los celtici (la Baeturia céltica: N de Huelva, SO de Badajoz y O de Sevilla). Por otro lado la Ora Maritima de Avieno (versificación de un periplo massaliota del VI a.C.) sitúa en el occidente peninsular a otros pueblos que la etnografía tradicional, siguiendo los postulados de Boch Gimpera, Schulten y otros, también señala como célticos: los CEMPSI y los SAEFES. Y tanto Avieno como Herodoros de Herakleia (420 a.C.) incluyen entre los pueblos tartessios a los ILEATES o GLETES, etnónimo a su vez de sugestiva interpretación céltica (gletes-keltes).
Ya en tiempo histórico los autores grecolatinos contemporáneos a la conquista romana aluden también a celtas en la península, llegando inicialmente a considerar céltica toda la zona peninsular al norte de los turdetanos y a occidente de los íberos. Y todavía después, en plena época romana, se señala aún la condición específica de celtas de distintos pueblos hispanos: celtici, celtíberos, berones, callaeci, neri… alcanzando incluso a considerar como tales a los lusitanos y vettones.
II. LA CUESTIÓN “CELTA”
La llegada de pueblos celtas a la península es materia con más de un siglo en permanente discusión sin que aún haya quedado fehacientemente aclarada. La lingüística, las fuentes clásicas y la arqueología ofrecen razones que muestran divergencias sobre la naturaleza de la presencia celta: etnográfica o cultural.
Hoy se define como “celtas”, en sentido estricto, a los pueblos que hablando alguna de las lenguas celtas ocupaban el territorio centro-occidental europeo entre el VI y el I a.C. Celtas serían así las gentes “celtoparlantes” procedentes de la cultura de La Tène o directamente de su antecesora cultura de Hallstatt, y esta consideración tan solo alude a su identidad lingüística y cultural, dejando de lado por desconocida su filiación étnica. Vemos así que la lengua, y en menor grado la cultura material, se constituyen en rasgos directores de la condición de “celta”.
Ahora bien, sin que lengua y cultura vayan necesariamente parejas, la lengua celta remontaría a un “protocelta” procedente del “indoeuropeo” (término acuñado en 1.813 por Thomas Young), del que a su vez se define una fase anterior denominada “antiguo-europeo” (Hans Krahe, 1.957); en tanto que la cultura de La Tène procedería de la de Hallstatt, que surge de la de Campos de Urnas, que a su vez remontaría a la más antigua de los Túmulos. Y aunque desconocemos la lengua hablada por las gentes de cultura Hallstatt anteriores a los celtoparlantes de La Tène, la existencia de un grupo de lengua celta que no acusa rasgos materiales de La Tène, los celtíberos, sugiere un estado Hallstatt en el que la lengua celta quedaría en sustancia ya formada. De tal que la condición lingüística “protocelta” de estas gentes de Hallstatt se establece en virtud de lo dicho y en base a su afinidad cultural y tecnológica con las gentes de La Téne; factores ambos que permiten suponer una continuidad poblacional afectada por un proceso evolutivo endógeno que también alcanzaría a la lengua.
Tenemos así a unas gentes de etnia y lengua desconocidas sobre quienes en base a su cultura material precéltica podríamos definir como indoeuropeos “preceltas” (Bronce Final, Campos de Urnas) e indoeuropeos “protoceltas” (Hierro I, Halls¬tatt), en ambos casos en función a su ascendencia espaciocultural sobre los indoeuropeos “celtas” (Hierro II, La Tène).
III. HISTORIOGRAFÍA TRADICIONAL. MIGRACIONES CELTAS
El carácter expansivo de estas culturas y su condición tradicional de “celtas” propiciaron que los historiadores de primera mitad del siglo XX desarrollaran una serie de teorías sobre sucesivas migraciones “celtas”, integrando en cada una de ellas a un conjunto de pueblos establecidos siglos después en los supuestos puntos de destino.
Como antecedente a las oleadas propiamente célticas, y sin mencionar otras más remotas como los “kurganes”, la cerámica cordada, el campaniforme… se aludió a una serie de migraciones indoeuropeas precélticas durante el Bronce Final. Así D’Arbois de Jubainville postuló una colonización occidental de alcance hispano: la de los LIGURES (teoría defendida por Schulten y otros). Otros autores (Pokorny, Almagro Basch...) señalaron que aquella primera oleada de hacia el 1000 a.C. correspondería en lugar de a los LIGURES a los ILIRIOS; Menéndez Pidal hablaría de AMBRONES e ILIRIOS… Para tiempo posterior se señalaron nuevas oleadas entre las que ya serían “celtas” las dos últimas: hacia el 500 a.C. la de los celtas GOIDÉLICOS y hacia el 270 la de los celtas BRITÓNICOS.
Estas teorías “invasionistas” que postulaban la avenida al occidente europeo de aquellas oleadas “celtas” tendrían en España como principal valedor a Pere Boch Gimpera, quien desarrolló (junto a Almagro Bach, A. Schulten, J. Maluquer, A. Beltrán…) un corpus secuencial de avenidas celtas desde el Bronce Final (X a.C.) que establecería, hasta los años 80, el mapa “oficial” hispano de aquellos movimientos migratorios, de los que llegarían a ser identificados al menos cinco.
Y aunque aquellas teorías han quedado superadas, debido a su interés historiográfico y a la profusión de citas relativas a esas migraciones que podemos encontrar en los textos históricos, las describiré a continuación.
III. 1. Migraciones indoeuropeas “preceltas”. Campos de Urnas
1ª oleada
Sería durante el siglo IX a.C. cuando grupos precélticos aislados penetrarían por los pasos de las Alberas y otros puntos más occidentales de los Pirineos, estableciéndose en la montaña catalana, los llanos de Urgel, el oriente aragonés y algún punto en la Rioja. Se estimaba que dichos grupos llegarían en número limitado y e fusionaron con la población autóctona, a juzgar por los escasos rastros que dejaron. La arqueología les identificaba a través de los “Campos de Urnas”, la toponimia les ponía en relación con los sufijos ‘d/unum’ y ‘acum’, y la etnografía tradicional les asignó la paternidad del pueblo de los BERYBRACES, posteriormente domiciliado en las montañas del suroeste de Castellón. Algunos también les relacionaron con los BERGISTANOS históricos.
III. 2. Migraciones indoeuropeas “protoceltas”. Hallstatt
2ª oleada
Los pueblos de la segunda oleada llegarían atravesando Roncesvalles hacia el 700 a.C. Se trataba ya de gentes de cultura hallstáttica procedentes del bajo Rhin que hallarían asiento en el alto Ebro, en el bajo Aragón y en la Meseta; de donde posteriores avenidas les replegarían a las zonas montañosas que bordean la meseta superior. Entre ellos se identificó a BERONES en la Rioja y PELENDONES en la región de Vinuesa.
A estas oleadas les sucederían durante el siglo VII a.C. al menos otras dos: la de los CEMPSI y la de los SAEFES, ambas todavía de cultura hallstáttica. Veamos:
3ª oleada
Desplazados de Westfalia los CEMPSI atravesarían Holanda, Bélgica y la costa atlántica francesa hasta llegar a la península sobre el 650 a.C., destino que alcanzaron junto a parte de las tribus de GERMANOS, CIMBRIOS y EBURONES que se unieron de camino. Se supuso que estos grupos germánicos habitaron algún tiempo en la Meseta, de donde los CEMPSI partirían hacia tierras extremeñas y el valle del Tajo portugués, mandando avanzadas a las provincias de Huelva, Sevilla e incluso a la serranía de Ronda. En su vecindad se asentarían los EBURONES, que tendrían por capital a EBURA (Évora), mientras CIMBRICUM (provincia de Cádiz) sería la de los CIMBRIOS. Los GERMANOS propiamente dichos se domiciliarían entre ORETANOS arrimados a las ricas minas de Sierra Morena, zona donde tiempo después figurará la población de ORETUM GERMANORUM.
4ª oleada
También los SAEFES, tras ser expulsados del Rhin por la sempiterna presión germana, arrastrarían a otros pueblos en su largo viaje a la península. SENONES, LUNGONES y LEMOVICES se unieron en el este francés al contingente acompañante de los SAEFES, esto es: SANTONES, BITURIGES, NEMETATI, TURODITURONES, BOIOS, DRAGANI y VOLCOS. La caravana en pleno aparecerá hacia el 600 a.C. en la Meseta, de donde se irían repartiendo tomando la mayoría dirección occidental. En las serranías de Teruel y Cuenca permanecerán partes de la tribu de TURODITURONES junto a los VOLCOS. El centro y norte de Portugal sería alcanzado por el grueso de los SAEFES acompañados de BITURIGES, BOIOS y otros. A Asturias llegarían los LUNGONES y parte de los DRAGANI, que se extendieron también por León y por el este de Lugo. NEMETATI, LEMOVICES (LEMAVI) y TURODI se establecerían en territorio galaico, donde tiempo después figurarán, respectivamente, en VALABRIGA (cuenca del Ave), DACTONION (Monforte de Lemos) y AQUAE FLAVIAE (Chaves).
Sobre este pueblo de los SAEFES sabemos que ostentaba como animal protector, de carácter totémico, a la serpiente; circunstancia que refleja su propio etnónimo (‘*saeph-’ es raíz indoeuropea con significado de serpiente), y que protagonizarían antiguas leyendas, difundidas por Avieno (Ora Marítima), que narran una invasión de serpientes que expulsaría a los autóctonos OESTRYMNIOS de sus tierras en el noroeste, en clara y emblemática alusión a aquella tribu. Lo mismo recoge una leyenda local de Entrimo, Ourense (topónimo sospechoso de filiación oestrymnica), que narra cómo los pobladores del Monte dos Castelos resultaron expulsados de sus tierras por una invasión de serpientes llegadas desde el Monte da Serpe hacia las tierras de Bande (territorio de los galaicos QUERQUERNI, pueblo al que Tovar emparentó con los SAEFES). Para más abundamiento se nos transmitirá, como ya vimos, el nombre de OPHIOUSSA (tierra de serpientes) en relación a estas tierras del occidente peninsular. Para García Bellido saefes es nombre con que se denominarían a sí mismos; Ophioussa sería por contra el nombre que serviría a unas gentes extranjeras (griegos) para designar aquellas tierras a través del escaso conocimiento que tenían sobre sus pobladores.
III. 3. Migraciones propiamente “celtas”
5ª oleada
La denominada quinta oleada sería la que más población aportara a la península, y en cierta forma la primera en ajustarse a la actual interpretación histórica y al concepto cultural de “celta”. Se sitúa en la primera mitad del VI a.C., cuando entrarían muchedumbres de celtas BELOVACOS, SUESSIONES, NERVIOS, AMBIANOS y VELIOCASSES (celtas belgas), a quienes se unieron los AUTRIGONES. Entre todos ellos serían los BELOVACOS los llamados a ser definitivos propietarios de la meseta castellana, y de su etnia surgirían lo pueblos históricos de AREVACOS, BELOS y TITTOS, entre los que algunos incluyen también a los VACCEOS.
(Arévacos, belos y tittos, junto a LUSONES, serán las tribus que conformen el núcleo de los CELTIBEROS históricos, único grupo étnico hispano de lengua y cultura celtas).
También el pueblo meridional histórico de los CELTICI (Baeturia céltica) se consideró parte de esta misma migración (las fuentes les relacionan con los celtíberos, la arqueología más concretamente con los vacceos), sin que alcancemos a adivinar su genealogía. Estos CELTICI ya históricos tienen el honor de ocupar un territorio donde se sitúan los primeros celtas nombrados por la historia escrita (Herodoto), junto a otros asentados en el alto Danubio; por demás de ser protagonistas de una interesante odisea galaica en el II a.C. que asentaría a grupos de ellos en el Finisterre junto al pueblo de los NERI, conforme describe don Antonio García Bellido; constituyendo dicho episodio una verdadera migración “interna”.
III.4. Migraciones históricas
Posteriormente se registran aún nuevas avenidas, éstas ya de carácter plenamente histórico, como la del año 104 a.C. cuando un nuevo contingente de CIMBRIOS (con ancestros ya incluidos en la antigua oleada de los CEMPSI) entraría en la península por el Pirineo alcanzando la Meseta. La defensa que realizaron los celtíberos de sus tierras les resultaría tan gravosa a estos cimbrios que optaron por volverse hacia las Galias. La noticia procede de Tito Livio, Plutarco, Obsequens, Seneca y Hieronimus.
Se tiene asimismo noticia de una migración de galos llegada a tierras ibéricas de ILERDA en el 49 a.C. acompañando a las legiones de César (acompañando en realidad a la caballería auxiliar gala de esas legiones). Estos GALLI parece que hallarían asiento definitivo en torno al río Gállego (GALLICUS flumen), donde tiempo después figurará bastante toponimia alusiva a ellos (FORO GALLORUM, GALLICUM, GALLICA FLAVIA, GALLORUM pagus…). Es probable que el propio César decidiera aquel asentamiento de los GALLI en la zona del río Gállego, estableciendo así con ellos una especie de limus vasconum a fin de garantizarse la aquiescencia del pueblo VASCÓN, significado partidario de su enemigo Pompeyo y pueblo entonces en fase expansiva suroriental al amparo de aquel desde las guerras sertorianas.
IV. INTERPRETACIONES ACTUALES
A mediados del siglo XX comenzaron a surgir algunas voces críticas cuestionando la realidad de aquellas teorías “invasionistas”. Vilaseca, Maluquer, Sanmartí… admitían únicamente una avenida de gentes indoeuropeas: la correspondiente a Campos de Urnas. Por su parte Gómez Moreno, Tovar y otros reclamaron mayor atención a los registros estratigráficos en relación a los lingüísticos. A Tovar, por ejemplo, se debe la propuesta de establecer tres áreas diferenciadas en la Hispania indoeuropea: área de las centurias del noroeste (hoy denominadas castella), área de las gentilidades (astures, cántabros, pelendones, vettones, lusitanos, carpetanos), y el territorio propio de celtíberos, berones y olcades, que sería el único de lengua celta de tipo goidélico. También será Tovar quien llame la atención sobre un sustrato “indoeuropeo occidental indiferenciado”, que relaciona con el Bronce Atlántico y estaría presente en aquellas zonas. Por su parte García Bellido reduce entonces a tres las grandes migraciones: indogermánicos preceltas, halltátticos protoceltas y belgas belovacos celtas, de las que tan solo a la última atribuye aportaciones étnicas significativas. Caro Baroja ofrecerá a su vez nuevas aportaciones a esta cuestión desde la óptica de las áreas socioeconómicas.
Pero será a partir de 1.976 cuando se desmonte una de las principales estructuras de apoyo de aquellas migraciones: la difusión peninsular de la cerámica excisa y de Boquique. En este sentido Molina y Arteaga establecen un origen autóctono de estos tipos cerámicos en la meseta (por ejemplo entre VETTONES), desvinculando su relación del horizonte halltáttico del Rhin y desmontando así la presunción de unas oleadas célticas basadas arqueológicamente, casi en exclusiva, en ese fósil director.
El conocimiento actual, por lo que a la península se refiere, tiende hoy a aceptar la presencia de rasgos culturales correspondientes a un pueblo de cultura indoeuropea arcaica en toda la denominada área indoeuropea peninsular. Esta presencia lingüístico-cultural (anterior a la formación de la lengua y del propio pueblo celta) se viene denominando “indoeuropeo occidental indiferenciado” o “antiguo-europeo”, y su más clara descendencia lingüística se manifestaría en la lengua lusitana (o lusitano-galaica, según Ulrich Schmoll) a través de sus registros teonímicos, toponímicos y onomásticos y las particularidades gramaticales que presentan: conservación de la /p/ inicial e intervocálica, del diptongo /eu/, de la raíz ‘pent-’… (aunque autores como Michelena y Villar la consideran lengua itálica, modalidad separada tanto del latín como de osco y umbro; pero esta ya sería otra cuestión).
Conforme a la hipótesis formulada por Almagro Gorbea, y aceptada en líneas generales, se detectaría además dicho “sustrato” en el área de las creencias: inclinación al santuario rupestre, teonimia arcaica, saunas iniciáticas…; en el poblamiento y la sociedad: núcleo castreño, economía pastoril, práctica del abigeato, fratrías, división por grupos de edad…; en algunos términos lingüísticos antiguos todavía en uso (río, arroyo, páramo, nava, berrocal…); etc.
Se entiende a su vez que la presencia de este sustrato indoeuropeo arcaico facilitaría la posterior celtización o celtiberización cultural extendida por estas regiones directa o indirectamente por los celtíberos.
V. REGISTROS ARQUEOLÓGICOS
Paralelamente a aquel indoeuropeo arcaico la arqueología pone en evidencia la avenida de pequeños grupos indoeuropeos a través de los pirineos orientales, extendiéndose posteriormente por el valle del Ebro, también al norte del mismo y por algunas zonas de la meseta. Se trata de gentes de la cultura de los “Campos de Urnas”, de la que a su vez se duda del verdadero calado de su presencia: étnica o tan solo cultural. Estas gentes protagonizaron una serie de avenidas limitadas, aunque persistentes en el tiempo, que traerían primero a ciertos grupos de carácter ganadero y posteriormente a otros de orientación agrícola. Uno de los últimos registros arqueológicos de estas gentes lo encontramos al norte del Ebro, en Els Vilars de Arbeca, un poblado del VII a.C. cuyo carácter (Campos de Urnas del Hierro I), posición y cronología lo vinculan a un horizonte Hallstatt de procedencia centroeuropea. Este yacimiento testimonia la primera presencia peninsular de piedras hincadas antecastro, difundidas una centuria después entre PELENDONES y ASTURES meridionales y alcanzando más tarde a los VETTONES.
Para tiempo más avanzado se hace difícil distinguir arqueológicamente otras avenidas, atribuyéndose las peculiaridades de ciertas tribus tenidas por “célticas” tanto al propio proceso interno de desarrollo de su sustrato indoeuropeo como a su posterior grado de permeabilidad a la celtiberización difundida por los celtíberos.
VI. LLEGADA DE LAS LENGUAS INDOEUROPEAS
Como vimos, además de la presencia cultural “antiguo-europea” en el occidente, el registro arqueológico solo evidencia una inmigración de carácter etnográfico, aquella de los Campos de Urnas compuesta por una serie de infiltraciones demográficamente limitadas y efectuadas durante un período dilatado: grupos de gentes de cultura “Campos de Urnas” (Bronce final-Hierro I) y “Hallstatt” (Hierro I) difundidos por Cataluña y por el Valle del Ebro. Sobre esta premisa y desde una óptica arqueológica el resto de rasgos célticos deberían atribuirse a una evolución interna de esa cultura afectada por distintos particularismos regionales.
Sin embargo esa difusión tan limitada no aclara en absoluto un asentamiento peninsular tan extenso de lenguas “antiguo-europeas” e “indoeuropeas”, ni en parte la cuestión del recurrido “sustrato lingüístico común” ni la presencia posterior de un grupo lingüístico verdaderamente celta: el celtibérico.
Intentaremos abordar, o mejor aventurar, un acercamiento a estas cuestiones latentes desde antiguo.
VI. 1. La cuestión de los sustratos lingüísticos
Respecto al debatido “sustrato común indoeuropeo” hemos visto que procedería hablar de dos sustratos: uno correspondiente al Bronce Pleno/Final y asociado tanto al Bronce Atlántico como a Cogotas I, y otro de estímulo centroeuropeo Campos de Urnas. Sobre este último de los Campos de Urnas cabría distinguir a su vez el correspondiente a los grupos más antiguos (Bronce Final/Hierro I) de orientación ganadera y eclosión en torno al Alto Duero, del otro más reciente (Hierro I) de carácter agrícola y horizonte Hallstatt relativo a grupos asentados en torno al valle del Ebro y algunas zonas de la meseta, al que atribuiríamos la génesis “lingüístico-cultural” del grupo celtibérico.
Tendríamos así dos sustratos indoeuropeos principales: uno "antiguo-europeo" atlántico y otro "indoeuropeo" de los Campos de Urnas; sustratos “precélticos” sobre los que se apoyaría una posterior celtiberización cultural.
VI. 2. Primer sustrato: el “antiguo-europeo” del Bronce Atlántico
Este primer sustrato correspondería al Bronce Pleno/Final proyectándose asociado al comercio metálico de la fachada atlántica, ceñido por tanto a las rutas del estaño y a la navegación de cabotaje. Algunos autores señalan que este tipo de navegación efectuaría un “salto” desde la Bretaña a la cornisa cantábrica eludiendo la actual zona vasca y el oriente cántabro (área coincidente con la zona no afectada de sustrato indoeuropeo), y realizando ya una navegación de cabotaje pegados a la costa hasta alcanzar la imponente escollera artificial de Estaca de Bares (obra de la época), puerto de refugio donde ya recalarían durante meses en espera de las pocas semanas al año que permiten “dar el nuevo salto” de la Costa de la Muerte y continuar con su comercio por la fachada atlántica. Navegación de higos a brevas, que decían los marineros.
Este primer sustrato correspondería por tanto a aquellos dilatados contactos comerciales del mundo atlántico, probablemente acompañados de pequeñas migraciones, y estaría presente en toda el área indoeuropea peninsular y en el mismo Tartessos. Más tarde quedaría difuminado en el suroeste por las colonizaciones mediterráneas y en el resto debido a la implantación acumulativa del segundo sustrato (que ahora veremos), y de la celtiberización o iberización; salvo en el caso del grupo lingüístico lusitano-galaico no alcanzado por ninguna de aquellas influencias, esto es: no orientalizado ni iberizado ni celtiberizado. Y es aquí, en el grupo lusitano-galaico, donde en tiempo histórico encontramos los rasgos que definen a aquel sustrato lingüístico “antiguo-europeo”.
A este primer sustrato correspondería la vivienda redonda (petrificada por el segundo), la estructura social por grupos de edad, una numerosa hidronimia y teonimia antigua, las prácticas “endémicas” del abigeato, las fratrías, el bandidaje tradicional (y sacralizado: BANDUE) y el grupo lingüístico “antiguo-europeo” de la lengua lusitana o lusitano-galaica.
VI. 3 Segundo sustrato: el “indoeuropeo” de los Campos de Urnas
El segundo sustrato estaría asociado a los Campos de Urnas y sería difundido en dos etapas: una antigua de carácter ganadero (Bronce Final/ Hierro I) y otra más reciente de economía agrícola (Hierro I).
a) Indoeuropeo Campos de Urnas, grupos ganaderos
Esta facies estaría relacionada con ciertos grupos ganaderos que tras pasar a la península (IX-VIII a.C.) algunos de ellos alcanzarían aposento y eclosión cultural en torno al Alto Duero. Su impronta lingüístico-cultural resultaría completamente anulada al norte del Ebro por el iberismo, pero conformarían la cultura de los “castros sorianos” en el Alto Duero, desde donde difundirían en torno al VII-VI y vehiculado a través del Duero y sus afluentes el mencionado primer sustrato indoeuropeo.
Esta aculturación alcanzaría, con mayor o menor intensidad en función a la distancia y al carácter más o menos ganadero-pastoril de los “destinos”, a los futuros territorios AUTRIGONES y CANTABROS meridionales (Pisuerga, Arlanza, Arlanzón), a los ASTURES meridionales (Esla, Tera, Órbigo), a los VETTONES (Tormes, Águeda, Côa)… Sin embargo en el territorio AREVACO-VACCEO del mismo Duero su huella quedaría desdibujada debido a la arraigada presencia “Soto de la Medinilla” de carácter agrícola en la zona, así como a la posterior, fuerte y temprana celtiberización de la misma.
Este sustrato sería lingüísticamente detectable en la abundante toponimia provista del sufijo “arcaico” ‘-nt’ distribuida a lo largo de esos ríos: Visontium, Numantia, Akontia, Termantia, Confluent[ic]a, Secontia, Pintia, Septiman[ti]ca, Palantia, Lancia, Sentice, Salmantica, Pallantia, Lancia Oppidana… zonas donde también podemos encontrar sus rasgos de cultura material en la “petrificación” de la vivienda redonda del primero, en el castro amurallado y con defensas, en el santuario rupestre (atribuido por otros al sustrato “antiguo-europeo”), en el sistema gentilicio…
b) Indoeuropeo Campos de Urnas, gentes agrícolas
La otra fase de este segundo sustrato “indoeuropeo” estaría también relacionada con gentes de “Campos de Urnas”, aunque ya enmarcada en el Hierro I y ahora a cuenta de ciertos grupos agrícolas de horizonte Hallstatt que encontramos asentados en torno al valle del Ebro en el VII a.C., con registros surorientales que alcanzarán el Alto Tajo-Alto Jalón, como el caso de Reillo. Entendemos que estas gentes agrícolas de cultura “indoeuropea” llegarían acompañadas de una lengua protocelta: la hablada por aquellos grupos centroeuropeos Hallstatt inmediatamente anteriores a la formación de la cultura de La Tène.
Su presencia “indoeuropeizaría” en mayor o menor medida a las gentes que ocupaban territorios posteriormente asignados a CELTÍBEROS orientales, a TURBOLETES, a LOBETANOS, a SUESSETANOS… e incluso a zonas después consideradas por completo ibéricas, como el solar de SEDETANOS y el de ILERGETES meridionales.
Este sustrato “indoeuropeo agrícola”, debido a su corta pervivencia cultural, apenas un siglo, y a resultar pronto y sucesivamente aculturado por el iberismo y por la propia celtiberización, se manifestará más diluido e imperceptible que el anterior de los grupos ganaderos y que el “antiguo-europeo” atlántico. Sin embargo acaso sea esto en apariencia y tal vez nos confunda, por imprevista, la propia vitalidad de unos rasgos culturales que lejos de mantenerse inertes evolucionarían con rapidez alcanzando una nueva identidad: la celtibérica. Actuaría así este sustrato en la formación de la única lengua celta de la península ibérica, a la vez que en la formación de los mismos pueblos celtíberos. No en vano y conforme a la arqueología de estos territorios, se hace difícil distinguir etnográfica y demográficamente a estos grupos “indoeuropeos” de cultura Campos de Urnas–Hallstatt de los denominados “protoceltíberos”.
VII. CELTIZACIÓN DEL ÁREA INDOEUROPEA
VII. 1. El celtíbero, único pueblo “celta” en la península
Quedando así lo “celta” definido por sus rasgos culturales y lingüísticos y siendo en la península tan escasos los primeros, conforme a los segundos tan solo los celtíberos se consideran “celtas”. No cabe ya duda de la condición lingüística “celta” del grupo celtibérico, gentes de carácter expansivo que celtizarían a su vez a una serie de pueblos peninsulares de sustrato lingüístico-cultural “antiguo-europeo” o “indoeuropeo”, como veremos. Ahora bien, entendiendo (según J. P. Mallory, 1.990) que la lengua celta contaba en el continente con tres grupos lingüísticos: lepóntico, galo y celtibérico, hemos de atribuir al celtibérico una base arqueológico-cultural correspondiente a un tiempo inmediatamente anterior a La Tène y aún relacionado con Hallstatt o Campos de Urnas (1.100-500 a.C.), dado que no se aprecian en la península registros arqueológicos de La Tène salvo ciertos tipos de espada “lateniense” (ejemplares celtíberos “modificados” de Gormaz, Atance, Arcóbriga… junto al vacceo de La Hoya, los vettones de Osera y Tamusia, los lusitanos de Herdade das Casas y Redondo y los célticos de Capote), además de unas cuantas fíbulas de La Tène y las adopciones “latenienses” del nordeste, estas ya en el ámbito ibérico.
Sobre el asunto de la presencia en la península de esta lengua celta, el celtíbero, aparentemente inexplicable sin venir acompañada de aportaciones étnicas significativas, tal vez proceda, como ya dijimos, contemplar su arribada en un momento de formación de la lengua celta continental (de ahí su arcaísmo con respecto a aquella), asociada a un entorno final de Campos de Urnas (Hierro I ― Hallstatt), y aportada por aquellos grupos de orientación agrícola cuya presencia es detectable durante el siglo VII a.C. en el valle del Ebro y el Alto Tajo-Alto Jalón.
En estas zonas, donde quedarían sus asentamientos originales, se verifica en ese tiempo (VII a.C.) un proceso de ocupación sistemática del territorio mediante una serie de pequeños establecimientos de carácter agrícola; proceso que resultaría abortado por el posterior abandono de la mayoría de esos núcleos entre final del VI y mediados del V a.C., cuando se manifiesta una clara inclinación al sinecismo que llevaría a la concentración poblacional en núcleos mayores, menos numerosos pero mejor protegidos, que a su vez conduciría a la superación del sistema de jefaturas tribales y a una transición progresiva a la ciudad-estado; entidad que resulta ya evidente a mediados del IV a.C. en todos estos territorios. Se trata de un proceso similar al experimentado con anterioridad en el ámbito ibérico, con el que la zona protoceltíbera manifiesta ya acusadas relaciones.
El progreso material producido por ese contacto ibérico convertiría a estos grupos célticos en un pueblo más capacitado y de carácter expansivo: los celtíberos; pueblo que extendería progresivamente su presencia hacia occidente celtiberizando a otros pueblos (recordemos: de común sustrato) y extendiendo de esta forma su propia lengua celta como lengua “de cultura o vehicular”, constituyéndose la misma en un rasgo de identidad propia al que sumar ya su condición de cultura superior “ciudadana” recientemente adoptada de los íberos (la que a ellos mismos define como “celtíberos”).
Por contra las zonas orientales del solar protoceltíbero perderían su propia lengua al quedar después completamente iberizadas (sedetanos, ilergetes meridionales, tal vez olcades…); aunque de no mediar ese progreso material celtíbero, que facultaría también la posterior adopción de la escritura ibérica, nunca se habría manifestado esta lengua celta con la fortaleza con que hoy la conocemos (teserae, tabulae, monedas, inscripciones rupestres, grafitos cerámicos, mosaicos…), conformando por sí misma uno de los tres grupos lingüísticos de las lenguas celtas (galo, celtíbero y lepóntico).
VII. 2. Aculturación de los sustratos: iberismo y celtiberización
Sobre aquel primer sustrato “antiguo-europeo” y sobre el segundo “indoeuropeo” se implantaría después alguna de estas dos aculturaciones: iberismo o celtiberización.
Así el iberismo, más acusado en la cultura material que en la lengua, afectaría a los CARPETANOS, CELTÍBEROS orientales, VETTONES meridionales… desdibujando el antiguo sustrato lingüístico-cultural de estos pueblos.
Pero serán los CELTÍBEROS los encargados de la progresiva celtización ideológica y cultural, que no lingüística, de todo el área indoeuropea peninsular (LUSONES, TURMODIGOS, VACCEOS, PELENDONES, BERONES, VETTONES y ASTURES cismontanos en mayor grado; levemente CARPETANOS, LUSITANOS, GALAICOS, ASTURES tramontanos y CANTABROS; enviando incluso contingentes netos (VACCEOS según otros) a la periferia turdetana y a algunas ciudades del Valle del Guadalquivir, donde formarían el pueblo histórico de los CELTICI.
Pero ni el iberismo ni la celtiberización alcanzarían directamente al núcleo LUSITANO ni al GALAICO, resultando estos pueblos escasa e indirectamente irradiados desde, respectivamente, territorio de VETTONES y de ASTURES meridionales; por lo que lusitanos y galaicos, junto a cántabros y astures tramontanos, aparecen como los pueblos menos celtizados del área indoeuropea, y en todo caso de forma escasa y tardía como demuestra su apego aún en tiempo histórico a tradiciones “precélticas” como la vivienda redonda, el sistema social, los grupos de edad, la economía de subsistencia… En estos territorios el proceso de romanización resultaría tan débil que los escasos rastros célticos que poseían tuvieron la virtud de conservarse en tanto que otros pueblos más celtizados habían perdido aquella identidad debido a su profunda romanización (caso similar, por ejemplo, al de la condición ibérica de los CERETANOS); apariencia que fomentaría la terca inclinación de décadas pasadas a catalogar en estas tierras cualquier rasgo prerromano como "céltico", pasando así por alto la procedencia cultural atlántica de los mismos y la pervivencia del sustrato “antiguo-europeo”.
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Como podéis ver, la cuestión de la presencia de pueblos celtas en la península ibérica continúa siendo un tema de estudio y discusión. El progreso paralelo de la lingüística, la arqueología, el estudio de las fuentes clásicas y el apoyo de las ciencias y tecnologías actuales… facultará que poco a poco vayamos despejando ciertas incógnitas que aún oponen una franca resistencia.
Pues esto a día de hoy es lo que hay. Saludos.
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