Me gustan mucho las monedas de la época imperatorial, pero con los precios que alcanzan solo puedo permitirme hacerme con ejemplares mediocres y con cuentagotas. Tenía muchas ganas de meter alguna nueva y de este período de la guerra civil de César, ya que las que tengo son de Antonio y Octavio. Pasé unos meses siguiendo todas las que fui viendo aparecer en subastas hasta encontrar un par que me convencieron. Os presento la primera, vinculada a la última etapa de la guerra y a su escenario en la provincia de Hispania.
Al comienzo de la guerra civil, Hispania, donde Pompeyo tenía sólidas relaciones clientelares, tomó partido por el bando de los senadores. César aseguró Italia, Sicilia y Cerdeña y dejándolas a cargo de Antonio decidió dirigirse a Hispania y tomar el control de la provincia, para evitar una guerra en dos frentes antes de salir a perseguir a Pompeyo en Grecia. Durante el viaje se encontraron con la oposición de Massalia, que retrasó el avance de todo el ejército y dificultó el aprovisionamiento de la avanzadilla en Hispania de Cayo Fabio. Este se encontró con los pompeyanos Afranio y Petreyo, que habían concentrado sus tropas en Ilerda para hacer frente a cualquiera que pudiese llegar por el norte. César dejó el asedio de Massalia en manos de dos oficiales de confianza y se adelantó a Hispania a dirigir la campaña en persona. La situación estuvo bastante complicada para los cesarianos hasta que Massalia se rindió y los refuerzos y provisiones pudieron llegar. Al saberse estas noticias hubo deserciones entre los hispanos, que se pasaron al bando de César aumentando su ventaja. Después de algunos reveses Afranio decidió retirarse hacia las ciudades del Ebro y una noche levantó su campamento. Al día siguiente acabaron en una vaguada rodeados por las tropas de César y optaron por salvar su vida y aceptar las condiciones de rendición de este. La clemencia de César con los vencidos le sirvió para atraerse las ciudades de Hispania, que se sometieron sin resistencia. Antes de regresar a Roma bajó hasta Gades, donde concedió la ciudadanía a sus habitantes y la dejó al mando de Casio Longino.
La gestión de Longino dejó mucho que desear, y acabó por poner en su contra a las élites locales y a las tropas que lo respaldaban. Las legiones se sublevaron y Longino tuvo que dejar el mando. Fue sustituido por Trebonio, enviado desde Roma. El cesado gobernador embarcó en Málaga con un importante botín fruto de sus rapiñas, pero naufragó y murió frente al delta del Ebro. Las cosas se calmaron por un tiempo. Las noticias de la derrota de Farsalia habían llegado a la península Ibérica y las esperanzas de los seguidores de Pompeyo se enfriaron. Pero cuando las fuerzas del partido senatorial se reagruparon en África, los soldados pro Pompeyo enviaron mensajeros a Escipión, poniéndose a su disposición. Escipión vio la oportunidad de abrir un segundo frente contra César, que regresaba a Roma después de vencer en Alejandría y el Ponto, y envió a Gneo Pompeyo el joven salvándolo sin saberlo de morir en la futura batalla de Tapso. La elección del hijo de Pompeyo, sin experiencia militar ni haber ocupado ningún cargo político, fue una maniobra estratégica dadas las relaciones clioentelares de su padre con Hispania. Antes de llegar a la península, tras haberse hecho con el control de las baleares, los soldados y gran parte de las ciudades de Hispania Ulterior se rebelaron y bajo el mando de los caballeros Escápula y Aponio pusieron en fuga a Trebonio. Pompeyo cruzó a la península, sometió Cartago Nova y poco tiempo después recibió los refuerzos de tropas que vinieron de África tras la derrota en Tapso. Entre estos estaba su hermano, Sexto Pompeyo, y Tito Labieno, el lugarteniente de César en la Galia que después se pasó a la causa de Pompeyo y que tendrá un papel muy relevante en las maniobras que tuvieron lugar en el último escenario de la guerra.
Antes de la llegada de César a Hispania el joven Pompeyo decidió retirarse a la Bética y hacerse fuerte allí. Tras una derrota naval frente a Carteya puso cerco a la ciudad de Ulia, que era la única en la región que no se le había unido. En esto llegó César y puso dirección a Córdoba, intentando capturarla desprotegida. Gneo se adelantó, reforzó las defensas y volvió a salir, con Labieno y el grueso del ejército, dejando al mando de la defensa de la ciudad a su hermano Sexto. Con esta maniobra perdió Ulia, ya que no alcanzó a regresar a reforzar el asedio antes de que recibiesen refuerzos de los cesarianos. En cambio, salvó Córduba, a la que César llegó a poner cerco pero que pronto levantó, bien porque como dicen enfermó, o porque no fuese buena idea sitiar una ciudad con un nutrido ejército enemigo aproximándose. La retirada de César inició una suerte de juego del ratón y el gato entre este y el ejército de Pompeyo y Labieno que duró todo el invierno. Las tropas de uno y otro lado pasaron bastantes penurias, en especial las frías noches en tiendas de campaña y la escasez de provisiones. Hubo varias deserciones y cambios de bando en uno y otro lado, y el trato a los cautivos no fue tan generoso como en la campaña de Ilerda al comienzo de la guerra. La captura de Ategua, bien provista de trigo, por parte de César mejoró la situación de sus tropas. Esta causó un importante número de deserciones en las filas de Pompeyo, que en estos momentos deambulaban por el país sin rumbo preciso. El joven Gneo, temiendo que sus hombres pudiesen abandonarlo, decidió plantar cara a César en una batalla decisiva. Y esto a pesar de los múltiples presagios que Dion relata anunciando su ruina.
La batalla tuvo lugar en Munda, un punto no identificado al sur de Córdoba. En la batalla participaron fuerzas auxiliares, tanto de hispanos como de africanos, pero los más numerosos y que más ganas se tenían mutuamente eran los romanos de cada bando. De hecho, en cierto punto de la batalla los auxiliares dejaron de combatir y solo los romanos se mataban unos a otros. Los soldados de César eran más numerosos, tenían a su general que los había llevado por el mundo de victoria en victoria y veían que ganando la batalla terminarían con la guerra. Los de Pompeyo no esperaban clemencia de ningún tipo. Ya habían sido perdonados en Ilerda y tras la revuelta contra Longino y también tuvieron ocasión de desertar durante el invierno y pasarse a César. Luchaban por su vida y solo podían ganar o morir. La batalla tuvo que ser tremenda, hasta el punto de que César, de acuerdo con Plutarco, temió por primera vez por su vida. Una típica escenografía cesariana de presentarse a luchar en primera línea con gladio y escudo arengando a la tropa y una maniobra hábil de la caballería númida le dieron la victoria. Labieno murió en la batalla y los soldados le llevaron la cabeza a César. Gneo escapó, pero no fue muy lejos, fue capturado en una cueva y su cabeza también enviada a César.
Las cuentas que se encuentran en las fuentes hablan de 30.000 muertos en el bando pompeyano y solo 1000 entre los de César. Las cifras están sin duda exageradas pues, a pesar de la escabechina, todavía quedaron muchos pompeyanos en Hispania y a Sexto, que escapó de Córduba antes de la llegada de los cesarianos victoriosos, le costó poco reunir un ejército de antiguos soldados de su padre y su hermano que siguió dando guerra todavía diez años después de la muerte de César. Lo cierto es que de las 11 legiones que Pompeyo juntó para la batalla, solo dos, las que estuvieron a las órdenes de Petreyo y Afranio en Ilerda y encabezaron la revuelta contra Longino, eran de fuerzas regulares. El resto se constituyeron con lo que se pudo, incluyendo esclavos, fugitivos y otros ciudadanos sin experiencia militar.
Exagerada por la propaganda o no, la batalla de Munda fue el golpe definitivo que acabó poniendo a Roma en las manos de un solo hombre. No será en las del mismo Julio por mucho tiempo, pero ese asunto me lo reservo para la otra moneda. Fue en esta campaña donde se fijó en su sobrio nieto Octavio, que acompañó a César, y debió considerar que era merecedor de ser su heredero. El triunfo que se celebró en Roma tuvo un sabor agridulce, ya que mientras las campañas anteriores se vendieron como victorias contra egipcios, pónticos y númidas, en esta los vencidos eran otros romanos.
Para pagar a las tropas que juntó en Hispania Gneo el joven habría emitido dos series de denarios y un as a nombre de Pompeyo Magno. No hay datos concluyentes que permitan localizar las cecas, pero hay bastante consenso en apuntar a Córdoba como el lugar más probable. Además de su uso como pago, estas monedas tuvieron una clara intención propagandística, destacando el papel de Hispania en la resistencia contra César. La pieza que os traigo aquí es el denario acuñado por Marco Poblicio como legado pro-pretor. De este personaje no se tienen más noticias. No jugó ningún papel destacado en las operaciones militares, o el autor anónimo de “La guerra de Hispania” debería haberlo citado en algún momento. El reverso representa el recibimiento triunfal de Pompeyo por parte Hispania, que aparece personificada en una mujer armada ofreciendo la palma triunfal. Hay cuatro variantes en función de la proa de la galera en la que se encuentra Pompeyo y la forma de la palma que le ofrece Hispania, pero no estoy nada seguro de a cuál pertenece esta. Tiene unas muescas en anverso y reverso que no estoy seguro si será algún tipo de contramarca. Aunque no creo que se mantuviese la circulación de esta propaganda después de la batalla. Y no me alargo más, aquí tenéis la pieza, espero que os guste, aunque no creo que tanto como a mi
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Denario de Pompeyo hijo
Córdoba, 46 – 45 aC.
Anv: M
. POBLICI
. LEG
. PRO
. PR, Cabeza de Roma con casco a derecha.
Rev: CN
. MAGNVS
. IMP, Pompeyo en proa de galera recibiendo palma triunfal de Hispania con lanzas y escudo.
Crawford 469
Peso: 3,5g
Diámetro: 18mm