Os traigo hoy un artículo publicado en la revista ALHÓNDIGA que me pareció interesantísimo y que muy amablemente me ha permitido su autor y la propia revista reproducir para el Foro. Trata de desenmascarar una más de las leyendas negras que han atenazado la historia de España y que desgraciadamente nosotros mismo nos hemos creído. Ya se ha hablado en más de una ocasión de temas similares, y nunca está de más abrir los ojos a una nueva forma de contar la historia.
Aquí va el artículo (no muevo ni una coma, os lo pongo tal cual se publicó):
Es indudable que
Granada tiene motivos sobrados para sentirse orgullosa de su patrimonio cultural. ¿Quién, observándola desde el Mirador de San Nicolás, no ha viajado en el tiempo y ha paseado entre los patios, jardines y salones de la Alhambra? ¿Quién no ha querido perderse en el Generalife o en las callejas del Albaicín? lugares que, como la Alhambra, son ya Patrimonio de la Humanidad. Y no son los únicos lugares insólitos y maravillosos de
Granada, ahí están su magnífica Catedral del siglo XVI, la Carrera del Darro o el Sacromonte, lugares que inspiraron a poetas y viajeros sueños de amor y de aventuras.
Pero además de edificios y lugares de ensueño,
Granada tiene otros méritos por los que también debería ser recordada. Como en otras ciudades españolas, en
Granada han pasado cosas, hechos de gran trascendencia que forman parte de la gran historia de nuestro país, pero también hay otros, igual de relevantes, pero apenas conocidos, quizás por esa costumbre española de restar importancia a nuestra historia.
Uno de esos acontecimientos, fue una reunión que tuvo lugar en 1526, el mismo año que se decidió el establecimiento de un tribunal estable y definitivo de la Inquisición en la ciudad de
Granada. La reunión fue convocada por quien entonces era Inquisidor General de España, el cardenal y arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique. El asunto a discutir: las brujas. ¿Qué había de verdad sobre ellas y cómo habría que tratarlas?
Esto puede parecer un tema banal, insignificante, sin embargo tenía extrema importancia teniendo en cuenta que en el resto de Europa estaba teniendo lugar una cruenta persecución que duraría casi tres siglos y acabaría con la vida de más de 200.000 hombres y mujeres de todas las edades, acusados de adorar al diablo y causar todo tipo de males. El Inquisidor General consideraba que era preciso conocer el problema en profundidad antes de atacarlo, saber a qué se enfrentaban para evitar que en España se desatara una epidemia de brujomanía como la que se padecía más allá de nuestras fronteras, especialmente desde la promulgación, en 1484, de la bula Summis desiderantes affectibus por el pontífice Inocencio VIII que, aunque dirigida a las diócesis alemanas, donde se había descubierto una secta de mujeres que adoraban al diablo, acabó teniendo una divulgación internacional al ser incluida en las numerosas ediciones del Malleus maleficarum, un auténtico bestseller de la época, obra de los mismos inquisidores enviados a investigar y acabar con dicha secta, Jacob Sprenger y Heinrich Kramer.
No fue el primer tratado de brujería o demonología, ni sería el último, pero ninguno tuvo tantas reediciones ni se tradujo a tantos idiomas ni, por tanto, tantas consecuencias. Según estos tratados, la bruja, hombre o mujer, era un ser pervertido por el Diablo, al que adoraba besándole en el culo, y a quien el Maligno daba poderes para hacer el mal entre la población. Podía provocar enfermedades y esterilidad en los campos, el ganado y los humanos, causar tormentas, granizo, sequías o aguaceros. Su pacto con el demonio incluía raptar niños para fabricar ungüentos para hacerse invisibles, volar o transformarse en animales, o para formar parte del menú en el banquete caníbal que tenía lugar durante sus grandes reuniones o aquelarres. Esta descripción de la bruja desató el miedo y el odio entre la población analfabeta y la erudita, y jueces y teólogos se esforzaron inventando métodos para reconocer a las brujas y torturas para hacerlas confesar su crimen. La cifra de condenados a muerte en procesos de brujería no se conoce con certeza ni se sabrá jamás. Mucha documentación ha desaparecido y no todas las ejecuciones se registraban, como tampoco los casos de linchamientos por parte de la población, y tampoco se ha tenido en cuenta el destino de la familia de la bruja o el brujo, que quedaba marcada y en la más absoluta indigencia al serle incautados todos los bienes.
En España no era desconocida la brujería, ya se habían ejecutado algunas personas por este delito, la mayoría en tribunales de la Justicia Real. Por esta razón, después de que en 1525 el Consejo Real de Navarra mandara quemar a 30 personas acusadas de brujería, el Inquisidor General Manrique decidió reunir en
Granada a un grupo de teólogos, inquisidores y legistas para deliberar sobre este asunto y determinar qué debía creerse sobre dichas acusaciones, si había algo de realidad en todo ello y qué castigos deberían imponerse. El grupo estuvo formado por el Arzobispo de
Granada, Don Pedro Ramírez de Alba; el Obispo de Guadix, Don Gaspar de Ávalos; el Obispo de Mondoñedo, Don Jerónimo Suárez; los Doctores Arcilla, Coronel, Guevara y May; el Maestro Arrieta, y los Licenciados Polanco y Valdés, éste último sería tiempo después Inquisidor General. La fecha exacta de la Congregación de
Granada se desconoce, aunque es probable que se celebrara en los últimos meses del año 1526 y, con toda probabilidad en el convento de Santa Cruz la Real, primera sede de la Inquisición antes de su traslado definitivo a la calle Elvira, aprovechando la estancia en la ciudad del rey Carlos I y su Corte. Los asistentes conocían bien el tema que se iba a debatir, lo que se había dicho y escrito de las brujas, sus supuestos poderes, y también el trato que recibían en el resto de Europa, así que la discusión se centró en seis cuestiones para debatir hasta llegar a un acuerdo sobre las normas que seguirían los tribunales inquisitoriales ante las acusaciones de brujería. Dichas cuestiones eran:
1. ¿Cometen las brujas los delitos que dicen o se engañan?
2. Si los delitos se han cometido realmente, ¿qué castigo debe dárseles?
3. ¿Si se engañan y no han cometido esos delitos debe, no obstante, castigárseles?
4. Si los delitos de la brujería corresponden a la Inquisición, y si es así cómo debe tratarlas.
5. Si los acusados deben ser juzgados por sus confesiones sin otras pruebas, y si se les ha de castigar con penas ordinarias.
6. Cuál podría ser un remedio universal para acabar con la brujería.
Hoy, hasta los mayores detractores de la Inquisición reconocen que el solo hecho de que se sometiera a debate estas cuestiones demuestra la intención de ser justos en el tratamiento de la brujería, algo que no ocurrió en ninguna otra parte de Europa.
Las disposiciones tomadas en la Congregación se publicaron para que se hicieran efectivas en todos los tribunales:
- La Inquisición se reservaba la jurisdicción sobre las brujas porque si el vuelo y muchas de las cosas que se decían de ellas eran ilusorios, también podían serlo los homicidios.
- Cada caso debería investigarse en el lugar y no aceptar las acusaciones ni las confesiones sin más.
- Solo cuando se probara el homicidio real, el reo sería relajado al brazo ordinario de la ley.
- Además, a cada región se enviarían sacerdotes que hablaran bien la lengua o el dialecto de aquellas comunidades para poder inculcarles la buena doctrina.
Los efectos de aquellas disposiciones solo empezaron a dar su fruto a partir de 1530, no obstante hubo problemas con algunos tribunales. El de Zaragoza mandó quemar a una bruja en 1535, y al de Barcelona le costó aceptar que el Consejo de la Suprema suspendiera la ejecución en la hoguera de unas supuestas brujas y les obligara a dejarlas en libertad; las disputas con este distrito se mantuvieron hasta 1550. La Inquisición tampoco pudo evitar la desobediencia de algunos tribunales laicos, y a pesar de los acuerdos tomados en
Granada en la Congregación de 1526, las autoridades civiles de Navarra, Aragón y Cataluña siguieron juzgando y condenando a muerte a reos de brujería, aunque los inquisidores pudieron arrancar algunos de ellos de las garras de sus verdugos, lo cual provocó serios conflictos con la Justicia Real. Curiosamente, también en Andalucía, una tierra poco dada a la brujería pero bastante a la hechicería, hubo un episodio parecido en 1554. La Suprema, advertida de que la Justicia Real de Almería había torturado y condenado a unas mujeres de Adra acusadas de brujería, ordenó a los inquisidores de
Granada que las pusieran bajo su protección y luego las dejaran en libertad.
A pesar de la contención de los tribunales inquisitoriales en los delitos de brujería, en 1610 se produjo una ruptura en la red tejida por la Suprema, y el tribunal de Logroño condenó a la hoguera a unas personas acusadas de brujería, y las ejecutó sin esperar el dictamen del Consejo. Fue el famoso caso de las brujas de Zugarramurdi. El proceso es harto conocido por lo que no abundaré en detalles. Aquel tribunal de Logroño, estaba dirigido por tres inquisidores con los mismos poderes, de modo que para cualquier actuación o sentencia debían estar los tres de acuerdo, en caso contrario había que pedir la mediación de la Suprema. Durante el proceso 31 reos fueron encerrados en la cárcel de Logroño, 13 de los cuales fallecieron durante el encierro. Concluido el juicio, cinco de los fallecidos fueron condenados a la hoguera, así que sus cadáveres se conservaron hasta el día del Auto para luego ser allí quemados; de los 18 que quedaban vivos, seis fueron también condenados al fuego, con el voto en contra de uno de los tres inquisidores, Alonso de Salazar. Aunque se envió el informe con las sentencias a la Suprema, el tribunal logroñés celebró el auto y ejecutó a los seis reos en la hoguera antes de que llegara la respuesta de Madrid. La Suprema encargó después al inquisidor Salazar una investigación profunda del asunto, la cual puso de manifiesto que en ese periodo hubo robos y asesinatos, pero todos de forma natural y por motivos mundanos, y que no encontró ningún indicio que apoyara la acusación de brujería. Así que, según su informe, todo era fruto de la imaginación y el deseo de algunos acusados de darse importancia. Aconsejaba además que se dejaran de poner bandos en plazas ni iglesias sobre los actos de las brujas, porque con eso solo se estimulaba la imaginación.
La Suprema tomó buena nota de estos informes y en agosto de 1614 envió una carta con 32 artículos a todos los tribunales, llamando a actuar con precaución y benignidad en las investigaciones de brujería para que no volviera a ocurrir un nuevo Zugarramurdi.
Puede que Carlos I (Carlos V en Alemania) fuera ya moderado y algo escéptico en el asunto de las brujas, o puede que las decisiones tomadas en
Granada por la Congregación de 1526 influyeran en su pensamiento, el hecho es que mientras las leyes contra las brujas se endurecían en otros estados, y se permitían todo tipo de abusos en su persecución, aceptando cualquier acusación y acusador, sometiéndolas a ordalías y todo tipo de torturas, y obligándolas después a incriminar a amigos y familiares, en los territorios controlados por el emperador estuvo vigente desde 1532 la Nemesis Carolina, un conjunto de leyes dadas por él, donde la brujería solo se castigaba con severidad cuando se demostraba que había provocado daños al prójimo. Y en 1570 dictaba además una ordenanza para acabar con los abusos de jueces locales que condenaban a inocentes sin causas legítimas. Mientras, en los territorios alemanes no dependientes del emperador, las Constituciones Saxónicas decretaban que toda bruja debía ser quemada por el solo hecho de haber concluido un pacto con el diablo.
Tiempo después, mientras arreciaba la persecución de las brujas y algunas poblaciones de Alemania, Suiza o Inglaterra veían disminuir drásticamente el número de ciudadanos, cuando alguien preguntaba: ¿Por qué no hay brujas en España? La respuesta solía ser: Porque el diablo no se fía de los españoles. Pero ustedes y yo, sabemos que esa no es la respuesta adecuada. Y si aún dudan de la trascendencia e importancia que tuvo aquella reunión de
Granada, les invito a leer algunos de los libros dedicados a la caza de brujas en Europa.
Rafael Martín Soto
Número 15 de Alhóndiga,
Granada, julio-agosto de 2019
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