Aquella mañana de octubre, ¡¡aquella mañana!!...
Acaba de amanecer, se preveía un día típico de la campiña inglesa, nublado con intervalos de agua a lo largo de la jornada. Era muy desolador, el verano acaba de terminar y el larguísimo invierno empezaba a tomar protagonismo, la lluvia tan necesaria como incomoda empezaba a ser una compañera diaria, las hojas de los arboles en la tierra copando los caminos y desnudando las ramas, dejando tras de si fríos y grisáceos trozos de madera solitarios en éstos. Los pájaros ya solo aparecían al salir la poca luz del día, dejando tímidos sonidos que, al menos, intentaban alegrar a los habitantes del pueblo.
La vida diaria en estos días era muy parecida al tiempo que se instalaba, era fría, ordenada en un simple y a la vez caótico mar de rutina. Era cierto que la mayoría de los mayores de trece años iban a la mina que se encontraba a apenas unos minutos andando, daba muy poco cobre, apenas había vetas que extraer y con ello el miedo instalado en el pueblo, los dueños amenazaban con dejar de producir, cerrar definitivamente los túneles y con ello cerrar el pueblo entero, cerrar un modo de vida, cerrar la subsistencia de todos aquellos que habían visto y vivido como sus abuelos, padres y sus propios hijos no conocían otro mundo que el de la oscuridad de la mina y las pobres luces del interior.
Los alrededores de aquél lugar eran hermosos, verde por cada una de sus innumerables parcelas, verde oscuro trastocado con ese marrón que aparecía tras las jornadas lluviosas, verde claro reflejado en los charcos que dejaba el otoño en los caminos, verde alegría de aquellos que por su corta edad jugaban en las praderas sin haber conocido la oscuridad del túnel que les aguardaba dentro de poco, verde tristeza, aquél que se reflejaba en los ojos de los habitantes de aquél pueblo de la campiña supeditados a la mina y sus escasas vetas de cobre.
¿Que sería de Jhon el carnicero? ¿Con qué dinero le pagaría la gente, si la mina cerraba?
¿Que sería de David el profesor? ¿Como podría ayudar más a los niños, si sus padres tendrían que ponerles a trabajar para el sustento familiar?
¿Que sería de todos aquellos que vivían indirectamente de la mina? Caos, llantos, miedo y quizás enfermedad y seguramente tristeza, pobreza, emigración y desolación. Eso era la comidilla del pueblo, las mujeres y los viejos tenían esa mirada perdida, ese hilo de voz difuminada en la sombra de no querer mencionar el futuro, difuminada en no querer ser aquello para lo que no tenían experiencia... Abandonar a su suerte a su querido y entrañable pueblo minero de la campiña y convertirse en migrantes de un futuro incierto.
He aquí, que siempre suele haber un hilo de esperanza, un hilo al que agarrarse como a un clavo ardiendo cuando no hay mas donde agarrarse, un hilo de esperanza que bien podríamos definir como una espada mágica que sale de la piedra y revierte las más oscuras situaciones como sucede en las leyendas de caballeros, a fin de cuentas un hilo de esperanza que la mayoría desconocía y que solo unos pocos en el pueblo creían tener el poder de convocar.
Sir Patersoon era miembro del parlamento británico, era laborista y católico, por ello muchos de los suyos bromeaban que era un autentico perdedor en los pasillos del templo democrático.
Pero en realidad era un luchador de las clases sociales, era un autentico enamorado de su trabajo como diputado electo, era simple y llanamente Sir Patersoon. Hacía pocos años que el mismísimo rey le había nombrado caballero por su lucha en pos de todos los británicos, había conseguido grandes avances para una vida mejor en el condado por el que había salido elegido, había luchado por los que en su día votaron y le dieron su confianza y eso tuvo mucho peso en un Jorge V que vio de primera mano como un laborista cuidaba y protegía a los suyos, a sus súbditos, aquellos de los que se preocupaba aunque pareciese encerrado en su palacio de Londres.
Él era la esperanza, pero como llegar a él.
Sir Patersoon, Roos Patersoon era hijo natal de aquel pueblo, había nacido y crecido allí. Su padre era un humilde minero y sus tres hermanos mayores trabajaban hasta la fecha en la misma mina donde vieron fallecer a su abuelo y a algunos amigos. El poco dinero que conseguían en el interior de aquellas rocas había servido para que Roos alargase sus estudios, abandonando el pueblo a la edad de siete años para proseguir con sus estudios en Leeds y avanzar gracias a su don y su entrega hasta el lugar que ocupaba actualmente.
Uno de sus hermanos, escribió una carta a su hermano comentándole la situación. Roos había sido elegido por otro condado, el condado que le había impuesto el partido y apenas tenía tiempo de visitar a su familia. Sabía de sobra que la mina estaba en horas bajas, pero no sabía que estuviese en horas tan bajas.
Al conocer del puño y letra de su hermano la grave situación, acudió inmediatamente aquella mañana de octubre al banco del señor Reesblound e hipotecó su recién adquirida casa en la zona noble de Londres, sí aquella que estaba en la calle adoquinada y llena de espacios verdes. Pero le pidió dos condiciones al señor Reesblound, la primera que avalasé y condonasé parte de la deuda a los propietarios de la mina y la segunda, que todo el dinero que le quedaba dar por la hipoteca de su lujosa casa lo hiciese en Farthings.
Reesblound perplejo intento en vano convencer a Roos de que aquello era una locura, que quizás jamás recuperase su casa, pero éste insistió en su idea.
Pasaron unas semanas y la tranquilidad y ese mar de lo cotidiano y rutinario volvió al pueblo, las miradas seguían siendo tristes pero el estómago al menos estaba lleno, Jhon el carnicero seguía vendiendo carne, David el profesor seguía ayudando a los niños y el resto del pueblo trabajaba en la oscuridad de la roca mientras el verde de las praderas, seguía conservando sus diferentes tonalidades gracias en parte al viento y la lluvia.
Pero, algo más había cambiado en el pueblo, todos los domingos después de la misa estaba Sir Patersoon sentado en una mesa cercana a la entrada de la antigua iglesia medieval, era una mesa de madera carcomida prestada por el carpintero y una silla básica sin más. La mesa estaba llena de papeles y en ellos el diputado apuntaba el Farthing semanal con el que obsequiaba a todos los habitantes del pueblo.
No quería que el dinero se fuese malgastando así que decidió emprender esa obra de caridad, hipotecar su recién adquirida casa e ir dando el dinero a todos aquellos a los que un día fueron sus vecinos.
Sir Patersoon nunca fue ministro en los siguientes gobiernos laboristas, pero siempre fue elegido en los distintos condados en los que el partido fue presentándole, se había ganado la fama de el caballero de la espada mágica, de la espada de compartir y ayudar a los suyos, a los hijos británicos súbditos de aquel rey que le nombró caballero y le mostró su eterno agradecimiento por su incansable labor en pos de los más desfavorecidos en aquella vida de entreguerras que le tocó vivir.
Uno de los Farthings semanales de Sir Patersoon...Espero que os guste