Hay que remontarse a la Antigüedad Clásica para comprobar el sueño de todo estadista en el poder: monopolizar la emisión de dinero. Lejos de acuñar monedas de gran pureza, muchos de los gobernantes, no ya antiguos sino modernos, se limitaban a reducir la pureza, sustituyéndola simplemente con metales baratos. De esta forma, Estados y estadistas saldaban las deudas contraídas con otros Estados o particulares. A estas medidas, en principio impopulares, se las acompaña de decretos orientados a declarar nulas las deudas de ciudadanos. El milagro de las economías antigua y moderna sucede cuando, de forma no anecdótica, comprobamos que efectivamente siempre ha habido un número mayor de deudores y no de acreedores. De este modo, estas medidas terminan con resultados favorables. El summus de esta evolución se halla en las economías liberales.
La moneda durante el periodo contemporáneo se caracteriza por el valor fiduciario, es decir, por la confianza que depositan los usuarios a los Estados emisores de las monedas, con un valor en realidad imaginario o simbólico. En efecto, muchas de las acuñaciones ya no se emiten en metales nobles como en oro y plata, sino que ahora tienen especial relevancia el cobre en grandes cantidades o mismamente el níquel, aunque ya con mucha importancia el papel moneda o los billetes.
La carestía de liquidez en las transacciones mundiales junto a una inflación general ocasionó que el oro y la plata fueran refugio contra la inflación, por lo que progresivamente se dejarían de acuñar monedas con estos metales. Bajo el patrón oro, eran impensables crisis como la de los años 30 o la de los años 70; crisis donde los aspectos que más llaman la atención son la descoordinación generalizada de la economía, la mala asignación de recursos y la aparente incapacidad del mercado para atajar estos problemas. Además, el liberalismo rampante ocasionó nuevas actitudes filosóficas como aquella basada en el crédito bancario y en la moneda de papel. La implosión de moneda ficticia en las economías de mercado supuso un verdadero boom que permitió una mayor demanda y consumo, sin que eso fuera en varapalo del oro y la plata, metales-reserva de los Estados contemporáneos. Sin embargo, las excesivas facilidades crediticias que se producen bajo el papel moneda hacen creer que existe más ahorro real disponible del que la economía realmente puede ofrecer.
La Escuela Austriaca de Economía y sus principales representantes, como Menger y Mises, postulan que el dinero debe tener valor intrínseco y con una utilidad que debe ser demandada siempre. Por lo que en la economía liberal se distinguen dos tipos de demandas; esta inicial puede caracterizarse como no monetaria y la otra como la monetaria exactamente.
Frente a esta postura se encuentra Keynes, quien compara el oro con una bárbara reliquia de tiempos pretéritos. Este economista y el más influyente en las economías de mediados del siglo XX, defendía hasta el extremo el gasto público y el papel moneda con el fin de que se fomentara la demanda privada de los ciudadanos para que, de este modo, los estados se recuperaran de las crisis económicas.