La moneda de los Austrias
LA LLEGADA DE CARLOS I
Carlos llegaba a España en 1517 suscitó grandes resistencias por su condición de extranjero rodeado de una corte de foráneos y con unos objetivos políticos que traspasaban los límites territoriales de la Península. La perspectiva de un rey ausente durante largos períodos, su política de escaso respeto hacia los poderes municipales y la intuición de un desmesurado incremento de la presión fiscal para financiar sus empresas europeas, originaron las insurrecciones urbanas de las Comunidades de Castilla (1520-21) y de las Germanías de Valencia y Mallorca (1519-24), que hubo de sofocar militarmente.
La monarquía hispánica instaurada por los Austrias tenía unos rasgos peculiares. La variedad legislativa hacía que el rey no tuviera el mismo poder en todos los territorios que la formaban y el desarrollo socioeconómico de los reinos revelaba un profundo desequilibrio entre ellos.
Carlos se encontró con una situación en la que los indicadores económicos mostraban indicios reales de crecimiento y los grandes enemigos de la sociedad, el hambre y la peste, habían amainado sus rigores. Además, los peligros de guerra civil habían desaparecido tras superar los episodios de las Comunidades y las Germanías.
Tras la crisis padecida durante la segunda mitad del siglo XV, a causa de los enfrentamientos de la nobleza contra los campesinos y el rey en la guerra civil de los remensas, los territorios de la Corona de Aragón iniciaban su recuperación demográfica y económica. La Sentencia Arbitral de Guadalupe (1486) había resuelto el conflicto favoreciendo el inicio del despegue económico, si bien Cataluña quedaba, en cierto modo, relegada al perder la supremacía en el comercio marítimo a favor de Valencia, debido, principalmente, al traslado de la mayor parte de la actividad comercial desde el Mediterráneo hacia el Atlántico a causa del descubrimiento de América y de la rutas marítimas hacia Oriente abiertas por los portugueses.
En la Corona de Castilla la situación era aún mejor. Castilla era, a la llegada de Carlos, una de las zonas de mayor auge económico del occidente europeo.
La población experimentaba un fuerte crecimiento al estabilizarse las tasas de mortalidad, en especial la infantil, lo que dotó a la sociedad de una fuerza vital que se traducía en un alto nivel de actividad. La población castellana triplicaba a la de los demás reinos peninsulares.
Las malas cosechas de cereal no fueron frecuentes y, por tanto, el hambre sólo se presentó esporádicamente y en zonas muy localizadas. El campesinado generaba excedentes de producción con los que podía comerciar. La climatología benigna también favoreció a la ganadería, y el comercio local e interregional duplico sus intercambios. Los campesinos, pese a que su economía se desarrollaba normalmente a nivel de subsistencia, podían aprovechar la proximidad de los mercados locales, mientras que los más poderosos accedían también a los interregionales para comercializar allí sus productos. Incluso, los campesinos andaluces pudieron beneficiarse de la gran demanda de productos agrícolas proveniente de las Indias. Sevilla era el centro neurálgico de las operaciones.
Aquella bonanza económica repercutió también en las manufacturas y los productos textiles derivados de la seda, lana, cáñamo, etc. Muchos agricultores participaban en estas tareas complementando la actividad agrícola con el modesto telar familiar. Se generó una rica manufactura dispersa que, aunque con muchas dificultades, podía competir con los productos extranjeros. De esta forma, la actividad agraria interactuaba con el comercio y la artesanía urbana impulsándolos. El campo y la ciudad conformaban así los dos pilares más dinámicos de la economía castellana.
Todo el mundo tenía un fácil acceso al mercado laboral. Los mercaderes, que comerciaban con las Indias, buscaban los productos y pagaban por ellos precios muy altos, estimulando de esa forma la producción y consiguiendo que los talleres manufactureros mantuvieran una plena actividad y buscaran continuamente aprendices para trabajar.
La situación, que podría calificarse como de pleno empleo, generó un dinamismo social que inevitablemente desembocó en tensiones sociales.
Las relaciones interclasistas se complicaban en la medida de que aquella coyuntura especial producía triunfadores y fracasados. Hubo quienes amasaron considerables fortunas y otros que las perdieron, quienes pugnaron por escalar la pirámide social y quienes descendieron de ella con el desprecio de la expulsión.
La aparición de las nuevas fortunas y el deseo de integración en las clases sociales privilegiadas, provocaron enfrentamientos entre los nuevos potentados económicos y una clase social dotada de una organización estamental propia de un feudalismo basado en los privilegios naturales y diferenciadores. La pugna estaba servida: el poder del dinero frente al privilegio consuetudinario.
De entre los reinos peninsulares, Castilla era el más extenso, el más poblado y el de una economía más dinámica y, por ello, fue el vivero de recursos humanos y económicos de la política imperial de Carlos.
fuente:
https://historiadelasmonedas.wordpress.com/moneda-moderna/la-moneda-de-los-austrias/