Buenaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas
Ahora muestro esta pieza de mi colección para contar el contexto histórico de esta 2ª guerra castellana contra el reino nazarí:
REY: Alfonso X el Sabio
VALOR: Dinero de la 2ª Guerra de Granada
AÑO: Posterior al 1277 d C.
DIAMETRO: 18 mm.
PESO: 0,75 gr.
METAL: Vellón
MARCA DE CECA: Cuenco debajo del castillo
ANV.: Castillo dentro de una orla polilobulada. Alrededor leyenda: + MONETA CASTELL
REV.: León dentro de una orla polilobulada. Alrededor leyenda: + ET LEGIONIS
Y ahora paso a contar sobre lo que ocurrió durante este conflicto:
En 1280 la guerra volvía de nuevo a las fronteras entre Castilla y Granada, con el añadido novedoso de que los benimerines actuarían como socios de los castellanos. Está claro que después de los sucesos de 1279 frente a los muros de Algeciras, la distancia entre Alfonso X y Muhammad II se convirtió en un verdadero abismo: a todos los agravios acumulados desde 1264, incluyendo la petición de ayuda a los norteafricanos en 1274 y los destrozos causados en el valle del Guadalquivir durante la guerra de 1275 y 1277, venía ahora a sumarse la destrucción de su flota en 1279, en parte consecuencia de una nueva “traición” granadina. A estas alturas, la posibilidad de recomponer las relaciones eran nulas: los vaivenes diplomáticos granadinos propiciaron entonces un acuerdo entre Castilla y el emir meriní Abu Yusuf –enojado con los nazaríes por la pérdida de Málaga–, para castigar a Muhammad II.
Como decimos, el enfrentamiento bélico marcaba otra vez el signo de las relaciones entre Castilla y Granada, y así seguiría de momento, hasta 1281. Durante estos años, los granadinos hubieron de soportar la presión militar de castellanos y de meriníes en sus fronteras: por lo que respecta a los primeros, Alfonso X, tras deliberar con sus hermanos, hijos y consejeros en una reunión habida en Badajoz a principios de 1280, anunció que “pues era abenido con el rey Abén Yuçaf, que quería boluer la guerra con el rey de Granada”. Su objetivo no podía ser más ambicioso y maximalista: no se trataba solo de castigar a Muhammad II, sino que planeaba aquel conflicto “porque pudiese seruir a Dios e cobrase esta tierra que los moros auién aquén la mar”. Para ello ordenó concentrar el ejército castellano en Córdoba, bajo el mando del infante don Sancho, con idea de atacar la Vega de Granada. La campaña tuvo lugar durante el verano de 1280 y, tras un desastre inicial en Moclín, las tropas asolaron aquel territorio “quemando los panes e talando e derribando quanto fallaua”. En el verano siguiente una nueva expedición volvería a repetir las mismas escenas de destrucción y saqueo en la Vega granadina, y es posible que algún contingente nazarí fuera derrotado a las mismas puertas de Granada. Los benimerines, por su parte, ante la imposibilidad de efectuar un cerco a gran escala sobre Málaga, debido a los problemas que debían afrontar en su propio territorio, se hubieron de conformar con un intento por arrebatar Marbella a los nazaríes, pero tampoco lo lograron.
Después de dos años consecutivos de talas castellanas por las inmediaciones de Granada y quizás también preocupado porque en la segunda mitad de 1281 los meriníes volvían a tener las manos libres para actuar en al-Andalus, Muhammad II le ofrecía a Alfonso X el tercio de las rentas de su reino en concepto de parias a cambio del fin de las hostilidades. La contraoferta alfonsí, que exigía la entrega de algunos castillos y fortalezas, debió de hacer imposible el trato, aunque de momento parece que las operaciones se detuvieron.
Sin embargo, el estallido de la guerra civil castellana entre Alfonso X y su hijo Sancho vino a añadir otro elemento de confrontación, esta vez el último, entre el rey de Castilla y Granada. Era previsible que aquel conflicto interno afectara de una u otra forma a las relaciones entre los dos estados, pues cabía suponer que cada parte buscaría aliados dentro y fuera del reino. Y dado que la desconfianza y el enfrentamiento habían presidido las relaciones entre Alfonso X y Muhammad II, no era de extrañar que este último intentara aprovechar la ocasión para perjudicar a un rival que no le había dado muchos respiros en quince años. Como era lógico con aquellos precedentes, la corte nazarí se decantó por colaborar con el infante rebelde. Es posible, además, que en la toma de posición granadina influyera en no poca medida la actitud respecto al conflicto de quien en aquellos momentos era su otra gran amenaza: el emir meriní.Como se sabe, una vez que el rey de Castilla pudo comprobar la soledad en la que se encontraba para hacer frente a la rebelión de su hijo, sin hallar apoyos en Aragón, Francia, Inglaterra, Portugal ni Roma y enfrentado a la mayor parte de su reino, se dirigió al gobernante norteafricano buscando un aliado militar, y precisamente allí lo encontró.
Quizás no deje de ser significativo para evaluar la degradación de las relaciones entre los dos reinos, el hecho de que en el patético recorrido de Alfonso X por las cortes peninsulares y europeas más cercanas pidiendo auxilio para su causa, a la única a la que no acudiera fuera a la nazarí. Por lo que respecta al imperio de los benimerines, más allá de la caballerosidad que tanto Alfonso X en su testamento como las crónicas del período le adjudican al gesto del emir, lo cierto es que este encontraba en aquella situación una oportunidad para castigar a Muhammad II y resarcirse de la pérdida de Málaga, y al mismo tiempo sacar partido del enfrentamiento entre los cristianos.
De momento, la alianza con el rey de Castilla le permitía al emir, en colaboración con los escasos efectivos que podía aportar Alfonso X, acercarse hasta Córdoba, saquear sus alrededores, realizar una campaña de destrucciones por tierras de Jaén, Andujar y Úbeda e incluso atravesar Sierra Morena y asolar territorios manchegos, llegando tal vez hasta Toledo y Madrid, todo ello en el otoño de 1282. Hacía muchas décadas que aquellas tierras no veían a un ejército musulmán algareando por sus inmediaciones, de modo que no podía dudarse de la seriedad de la amenaza.
La alianza militar entre los nuevos socios era sólida y empezaba a dar frutos, ante lo cual el infante don Sancho volvió sus ojos hacia el reino nazarí en busca de un aliado con el que compensar la colaboración de los meriníes con su padre. Muhammad II, que perfectamente podía temer que tarde o temprano Abu Yusuf y las tropas alfonsíes intentaran hacerle pagar por antiguas querellas, no dudó en aceptar la oferta, que se concretó en un acuerdo firmado en Priego a finales de aquel año.
Los temores granadinos se hicieron realidad al año siguiente: en la primavera de 1283, el emir meriní, contando con contingentes cristianos aportados por Alfonso X, se dirigió a Granada y le arrebató algunos castillos y villas cercanas a Málaga –Cártama, Coín, Fuengirola–. Quizás las desavenencias entre los efectivos castellanos que lo acompañaban y el gobernante norteafricano, unida a una intermediación del hijo del emir, hizo que este diera por terminada la expedición contra el territorio malagueño, iniciando entonces otra contra los enemigos castellanos de su aliado, Alfonso X, por tierras cordobesas, jiennenses y manchegas.
Finalmente, en abril de 1284 la muerte encontraría a este último aliado a los meriníes y enfrentado a su antiguo vasallo nazarí. Después de todo lo visto, no es fácil saber si Alfonso X tuvo, desde el principio de su reinado, una “política granadina”, esto es, si sus movimientos, antes y después de 1264, estuvieron dirigidos por algún hilo conductor coherente. Si nos atenemos a las palabras expresadas por el propio rey de Castilla en aquel momento de su trayectoria, sería tentador suponer que su política estuvo marcada por la buena voluntad hacia su vasallo, por la colaboración sincera y el afecto, y que el giro radical de las relaciones, la quiebra de la confianza que se produjo a partir de entonces y que no volvería a recuperarse nunca más en su reinado, fuera consecuencia directa de la deslealtad y la traición nazarí.
Pero quizás las cosas no fueron así. No podemos desconocer que la actitud de Alfonso X frente al conjunto del Islam peninsular –el sometido mediante capitulaciones y el sometido vasallática y tributariamente– fue hosca y agresiva antes de 1264. Aunque sus actuaciones no hubieran estado dirigidas contra Granada, en la corte nazarí podían pensar, con razón, que si el rey de Castilla había encontrado razones para violar y desmantelar las capitulaciones de los mudéjares de Murcia y de la Andalucía Bética, para expulsar a los musulmanes de Morón, Écija u Osuna, para atacar y acabar con los reinos de Tejada, Jerez o Niebla, sin que en ningún caso, que sepamos, hubiera una provocación previa, la misma suerte acabaría tocándole a ellos. No estamos seguros, pero tal vez, en el fondo, la “política granadina” de Alfonso X desde el principio de su reinado no fue otra que la expresada en la Cantiga 401: “destruir a los moros descreídos” de España y de África. En relación con Granada, quizás lo que cambió antes y después de 1264 no fue el objetivo de aquella política, sino la forma de aplicarla: antes de 1264, Alfonso X mantuvo formalmente las buenas relaciones con su vasallo, pero dinamitó la “España musulmana” en una dinámica que, ineludiblemente, apuntaba a medio plazo hacia Granada; después, hizo todo lo que pudo por debilitar, arruinar o acabar con el sultanato: apoyo a los rebeldes contra el poder nazarí, mantenimiento a toda costa de la fragmentación del reino, guerra abierta, alianza con los meriníes...
Por su parte, la actitud granadina, antes y después de 1264 parece venir dictada en todo momento por el instinto de supervivencia: en 1252 aceptó continuar en la situación de vasallaje y tributación que se había formalizado en tiempos de Fernando III porque tal actitud había demostrado ser políticamente muy rentable, hasta el punto de permitirle consolidar su reino. Todo permite pensar que la mantuvo mientras hubo alguna esperanza de sobrevivir en aquel estado, pero hacia 1262 contaba ya con abundantes signos que le anunciaban el peligro que corría. Quizás por eso hubo de cambiar radicalmente de política y pasó a conjurar contra Castilla en 1264, a apoyar a los nobles rebeldes castellanos en 1272 y a asumir el enorme riesgo de llamar en su ayuda a los meriníes en 1274, todo ello en orden a sobrevivir frente a su vecino. Si realmente el programa político alfonsí respecto al Islam de al-Andalus en general y a Granada se planteó en esos términos, el balance final presenta luces y sombras: alcanzó su objetivo en Murcia y la Andalucía bética, aunque a costa de minar su base poblacional, y lo logró también en Tejada, Niebla o Jerez.Pero fracasó en Granada: Alfonso X murió en 1284 y tendrían que pasar dos siglos antes de que desapareciera el estado nazarí.
Y para saber un poco más sobre esta pieza:
Las Cortes de 1277 concedieron al rey un servicio anual vitalicio y apoyaron la emisión de una nueva moneda, que circulaba ya en junio de 1278, era la - Moneda nueva blanca alfonsí (moneda de la segunda guerra, o nueva blanca, blanquilla, dinero blanco de los nuevos) (orlas polilobuladas y león hacia la izquierda), peso 0,90-1 gramo, no lleva en la leyenda la titulación regia sino únicamente la frase Moneta Castelle et Legionis. Contenía unos 0,22 gramos de plata y se ordenaba su cambio por seis monedas de la primera guerra, teóricamente el mismo cambio dado al dinero prieto (que ya había desaparecido de la circulación por su alto contenido en plata). Este cambio es chocante si comparamos los contenidos teóricos en plata: 0,22 por 1,02, aunque no tanto si admitimos la teoría de la continuada depreciación en plata de la moneda de la guerra, poniendo de manifiesto con este cambio la realidad de la situación, de hecho las blancas de la guerra se seguirán utilizando para la elaboración de las cuentas reales hasta finales de siglo, muestra de su vitalidad y depreciación. Toda esta política monetaria fue utilizada por los enemigos del rey, y en concreto por el infante D.Sancho en su rebelión de abril de 1282, prometiendo que volvería a acuñar moneda con las características de las anteriores a 1265, primero ordenó reducir a la mitad el valor de curso legal de la moneda de la guerra (la de 1265), y luego empezó a acuñar la nueva moneda de mejor ley, siendo estas piezas el - Dinero del infante Sancho (orla circular y león a la izquierda), peso de 0,90-1 gramos, fabricado a nombre del rey Alfonso pero realizado por su hijo cumpliendo una de las promesas a sus partidarios (1282-1284), volver a una moneda de vellón fuerte, tiene un divisor, el pepión; en ocasiones se les cita según su ceca, llamándoseles "leoneses", “burgaleses" o "salamanqueses".
Webs utilizadas:- Wikipedia- [url=http://pendientedemigracion.ucm.es/info/citechar/jornadas/II JORNADAS/jor09defrancisco.pdf]
http://pendientedemigracion.ucm.es/info/citechar/jornadas/II%20JORNADAS/jor09defrancisco.pdf[/url]
- http://institucional.us.es/revistas/alcanate/4/art_2.pdf- [url=http://www.numismaticamedieval.com/search/label/guerra de Granada]
http://www.numismaticamedieval.com/search/label/guerra%20de%20Granada[/url]
Un saludo