Buenaaaaaaaaaaaaaaaaas
Aquí os muestro esta pieza de mi colección que os quiere contar el contexto histórico de cuando fue acuñada: REY: Alfonso X el SabioVALOR: Dinero de la 1ª Guerra de GranadaAÑO: 1263 - 1264 d C.DIAMETRO: 17 mm.PESO: 0,74 gr.METAL: Vellón bajoMARCA DE CECA: Roeles en 1º y 4º cuartel.ANV.: ALF / ONSVS / REX CAST / ELLE E T LEGIO/ NIS
REV.: CUARTELADO DE CASTILLOS Y LEONES CON ROEL EN EL PRIMER CUARTEL, ENCIMA DEL CASTILLO, ROEL EN EL CUARTO CUARTEL, DEBAJO DEL CASTILLO.
Que la vecindad entre los dos reinos (Castilla y Granada) parece buena en aquellas fechas lo prueban otros testimonios que indudablemente hablan de cooperación en asuntos de interés local, cotidiano y fronterizo: en febrero de 1262, al objeto de establecer el amojonamiento entre los términos de Tiñosa y los de otras localidades cordobesas, todas ellas bajo dominio castellano –Priego, Carcabuey y El Algar– y resolver la contienda que existió entre la iglesia de Códoba y la Orden de Calatrava, se procedió a nombrar varios partidores y no se dudó en solicitar la ayuda de “moros de tierra del rey de Granada” que conocían la zona. Atendiendo a este requerimiento, el monarca nazarí envió a diez moros” comarcanos cuyos testimonios fueron fundamentales para solventar aquella cuestión.
Así pues, según el testimonio del propio rey de Castilla y de otros menos subjetivos, ningún indicio permitió pensar que, al cabo de una década de buena vecindad y leal vasallaje, hubiera algún cambio significativo en estas relaciones hasta 1264, en que la revuelta de los mudéjares, la directa implicación granadina y la guerra vinieron a cambiar radicalmente su cariz.
Parece evidente que, con su política, Alfonso X había llevado a sus súbditos musulmanes y a su hasta entonces vasallo granadino a una situación insostenible. Por lo que respecta a este último, es el propio rey de Castilla, en su versión de los hechos que estamos comentando, quien ofrece una secuencia de acontecimientos y actitudes muy reveladora: inmediatamente después de la exigencia de Tarifa y Algeciras y como consecuencia de ella, en la corte nazarí empezaron a urdir la intriga que conducirán a la rebelión de los mudéjares y a la guerra. Evidentemente, aquella había sido la gota que colmaba un vaso que el monarca castellano había comenzado a llenar desde el momento mismo en que accedió al poder en mayo de 1252. Solo faltaba un leve soplido para que se desbordara, y quizás 疽 eso fue lo que ocurrió en aquel callejón de Sevilla donde Muhammad I fue acorralado con nocturnidad.
La respuesta fue violenta y se tradujo, en la primavera de 1264, en un levantamiento de los mudéjares de Andalucía y de Murcia, acompañado de una intervención militar granadina en tierras castellanas que, además y por si fuera poco, estuvo reforzada por la presencia de efectivos islámicos procedentes del otro lado del Estrecho, lo que venía a significar la reaparición en el horizonte peninsular de la “amenaza africana”, en esta ocasión representada por los meriníes. La descripción que hizo Alfonso X de aquellos acontecimientos en junio de 1264 es expresiva: “corriónos la tierra [el rey de Granada] e combatiónos los castillos e matónos los uassallos, e fázenos agora quanta guerra e quanto mal puede con su poder e el de allent mar”.
La ruptura del vasallaje granadino, la conspiración anticastellana orquestada por los nazaríes, la revuelta de los mudéjares a instancias del sultán granadino y el conflicto bélico consecuente, que duró desde 1264 a 1267, marcó un hito fundamentalmente en las relaciones entre los dos reinos.
El impacto de la crisis de 1264 sobre las relaciones entre Castilla y Granada sería gravísimo y determinante, hasta el punto de que puede afirmarse que todo lo ocurrido entre ambos reinos durante los siguientes veinte años, hasta la muerte de Alfonso X, sería consecuencia directa la quiebra ocurrida en 1264: creemos que ningún hecho posterior en las relaciones entre ambos estados puede explicarse enteramente sin tener en cuenta la ruptura ocurrida entonces.
Tanto los rebeldes mudéjares del valle del Guadalete que consiguieron hacerse con el control de plazas fuertes tan importante como Jerez, como los del reino de Murcia que alcanzaron a dominar la capital, contaron con el apoyo de las tropas granadinas y de sus aliados meriníes. Dada la amplitud del poblamiento mudéjar no solo por las zonas ya citadas, sino también por todo el valle del Guadalquivir, cabe sospechar que, siquiera en los primeros momentos, los ataques musulmanes contra las guarniciones castellanas se extendieran por buena parte de los territorios que habían sido conquistados desde tiempos de Fernando III –el rey Jaime I habla de trescientas localidades, entre ciudades, villas y castillos, perdidas por Castilla en las tres primeras semanas de guerra–, y que al menos en algunos casos la implicación de tropas nazaríes en las operaciones fuera directa, pues como se afirma en la Crónica de Alfonso X “el rey de Granada fazía guerra la más fuerte que podía a los cristianos e mandaua a los suyos que quando más non pudiesen fazer a sus enemigos follasen la tierra”
Por su parte, la reaccón castellana que comenzó a articularse durante la segunda mitad de 1264, se dirigió primero contra algunos territorios sublevados, lo que se tradujo en la recuperación del valle del Guadalete –Jerez, El Puerto de Santa María, Vejer, Medinasidonia, Rota, Sanlúcar, Arcos y Lebrija– y de diversas localidades de la frontera de Granada en la campiña sevillana, como parece ser el caso de Osuna39. Pero al año siguiente la maquinaria militar castellana apuntó directamente contra quien era considerado como el verdadero artífice de aquella conmoción, el reino de Granada, que en el verano de 1265 hubo de padecer los efectos de una cabalgada que, desde Córdoba marchó hacia Alcalála Real y se internó “por tierras de moros talándoles e quemándoles et faziéndoles mucho mal e mucho danno” por la Vega.
Afirma la Crónica de Alfonso X que, a raíz de aquellos acontecimientos, el rey de Granada se avino a solicitar una tregua que se formalizó en Alcalá la Real, de resultas de la cual el monarca nazarí se comprometió a reanudar el pago de parias y a ayudar a Alfonso X a someter a los rebeldes murcianos, a cambio de que el rey de Castilla dejara de apoyar a los Banu Asqilula. Sin embargo, la cronología僘 de estos acontecimientos presenta varios problemas de congruencia con datos que se tienen por ciertos –entre otros, que la revuelta de los Asqilula no tuvo lugar hasta un año después–, lo que ha llevado a González Jiménez a proponer la existencia de dos tratados de Alcalá la Real, uno en 1265 que ser僘 incumplido al poco tiempo por los granadinos, y otro definitivo en 1267. Desde luego, si en la primera de las fechas indicadas llegó a alcanzarse algún tipo de avenencia, lo cierto es que su eficacia práctica fue nula, puesto que las hostilidades bélicas se reanudarían –o continuarían– hasta bien entrado 1267.
No hay duda de que fue entonces, en el otoño de este último año, cuando el rey de Granada se vio obligado, por las circunstancias políticas –la rebelión del clan de los Asqilula y su alianza con Alfonso X– y militares –la conquista de Murcia y el sometimiento de los mudéjares de aquella región a manos de las tropas de Jaime I–, a aceptar un acuerdo que resultaba muy perjudicial para sus intereses, por cuanto significaba la entrega de doscientos cincuenta mil maravedís anuales a Castilla en concepto de parias, la firma de una tregua de un año con los rebeldes granadinos –lo que en la práctica significaba la continuidad de la fragmentación del reino– y el compromiso de ayudar militarmente a Castilla en la represión de los focos rebeldes que aún estaban activos.
Es verdad que aquello suponía la suspensión de las hostilidades y el sometimiento Nazarí a Castilla, pero no por ello se puede hablar de “normalización” de las relaciones entre los dos reinos, al menos si por tal cosa entendemos la vuelta a la situación que se había conocido entre 1246 y 1264. De momento, como muy atinadamente ha resaltado González Jiménez, las relaciones formales de dependencia de tipo feudo-vasallájico que habían sido anudadas en el pacto de Jaén en 1246 y que se habían mantenido hasta el comienzo de la revuelta mudéjar,
no volvieron a recomponerse: Granada ahora –1267– era considerado como un estado tributario de Castilla, pero no como un vasallo, lo que entre otras cosas podría estar hablando de la imposibilidad de reestablecer la confianza mutua necesaria sobre la que se apoyaba este tipo de vínculo político. Y es que, sin duda alguna, aquel conflicto dejó unas heridas muy profundas, cuyas secuelas afectarían sustancial y definitivamente al carácter de las relaciones entre los dos estados.
En adelante, tanto un reino como otro procurarían aprovechar todos los elementos disponibles en orden a desestabilizar o dañar a su vecino, ahora convertido en contrario: la primera guerra castellano–nazarí había terminado en 1267, pero no así la tensión y el enfrentamiento político.
El caldo de cultivo de futuros conflictos militares se seguía僘 alimentando, y a ello no era en absoluto ajeno una cuestión a la que ya hemos aludido brevemente y que sirvió para envenenar las relaciones en los años siguientes: nos referimos al problema de los de los Banu Asqilula.
La intervención de los meriníes en la guerra de 1264 y el amplio poder que Muhammad I les confirió en la esfera militar generó un fuerte descontento entre los miembros de esta familia fundadora del reino nazarí que hasta entonces había tenido una posición predominante en asuntos bélicos y que, como consecuencia de la presencia de tropas norteafricanas, se vio desplazada y acabó por revolverse contra la política del sultán. Ante la situación de postergación en que se encontraron, acudieron en 1266 a la corte del rey de Castilla en busca de ayuda, y allí los dirigentes castellanos no dejaron pasar la oportunidad de aprovechar la ruptura de las solidaridades internas de las elites políticas y sociales granadinas para imponerse al rey de Granada, con quien entonces estaban en plena guerra. Si hemos de creer a la Crónica de Alfonso X, los efectos de la alianza entre los rebeldes al poder nazarí y el rey de Castilla fueron fulminantes, puesto que de forma inmediata Muhammad I se apresuró a solicitar una tregua, precisamente la que se firmaría en Alcalá la Real en 1267.
El fin de las hostilidades militares en aquel año no conllevó una distensión política, puesto que Alfonso X impuso, en el contexto del acuerdo de Alcalá una tregua de un año entre el sultán nazarí y los rebeldes, al cabo del cual el monarca castellano se comprometió a desamparar a los Asqilula si antes no llegaban a una avenencia con el rey de Granada. A pesar de la apariencia pacificadora del acuerdo, la situación era gravísima para los intereses nazaríes, porque en la práctica aquello significaba la continuidad del apoyo de Castilla a los rebeldes y la fragmentación del reino nazarí los Asqilula se mantenían en Guadix, Málaga y Comares como poderes independientes.
Es evidente que aquella situación dejaba a Alfonso X en una posición muy ventajosa frente a los granadinos, puesto que el mantenimiento y protección de los sediciosos era una herramienta muy poderosa para mantener atenazado al monarca nazarí. Según los cálculos políticos que se hacía Alfonso X al respecto, la presión que ejerció contra su antiguo vasallo le permitió no solo exigirle parias, sino también y llegado el caso “cobrar dél la mayor partida del regno”, esto es, conquistar algunos de sus territorios. A un contemporáneo y conocedor de aquellos hechos, como lo era el rey de Aragón Jaime I, tampoco le pasaban desapercibidas las ventajas que una situación como aquella tenía para el rey de Castilla: de hecho, consultado por este sobre aquellas cuestiones, no dudaba en felicitarse del enfrentamiento entre la corte nazarí ・y los arraeces, porque “los havia partits així, que més valia que fossen dues partides que .I.ª sola”. Es compresible, pues, que los granadinos entendieran que todo aquello les colocaba en un estado de “seruidunbre”. Partiendo de estos presupuestos, no puede extrañar que cuando, al cabo de un año y tal como estableció僘 el tratado de Alcalá la Real de 1267, Muhammad I se entrevistó con el rey de Castilla para pedirle que desamparase a los Asqilula, este se negara en rotundo, faltando paladinamente a los acuerdos suscritos. Parece claro que la desconfianza y el resentimiento acumulado en la corte alfonsina a raíz de los sucesos de 1264 según dictando su política frente a los nazaíes, pero la consecuencia de la misma no podía ser más chirriante: la frustración del rey de Granada debió de ser enorme, y de hecho se marchó de la corte castellana “muy despagado”.
No conocemos con precisión cómo se desenvolvieron las relaciones entre los dos estados a raíz坥 de la negativa alfonsina a cumplir con lo estipulado en Alcalá pero hay indicios suficientes como para pensar que la tensión en las fronteras no hizo sino ir en aumento hasta que desembocó en 1272 en otra guerra abierta. Entre estas dos fechas –1268 y 1272–, los preparativos para el conflicto armado que se avecinaba no cesaron, creando un ambiente prebélico cada vez más acusado: ya en la cortes de Burgos de 1269 llegaron a Alfonso X noticias de que “el rey de Granada le quería mouer guerra”, y prueba de ello era que “auía començado a fazer mal e danno a los arrayazes que eran en su seruiçio” Parece, pues, que el incumplimiento de los compromisos adquiridos por parte del rey de Castilla en relación con los Asqilula arrastró a Muhammad I a realizar algún tipo de operación militar para desalojar a estos de sus posesiones, pero dada la alianza de los arraeces con los castellanos aquello podía suponer el reinicio de los choques armados entre los dos reinos: a este respecto, no deja de ser significativo que en la mismas cortes Alfonso X pidiera al reino “seys monedas”, entre otras cosas “para conplir fecho de la frontera”
Tampoco sabemos si la escalada de tensión llegó a desembocar en algún encuentro armado entre Castilla y Granada durante aquellos meses de 1269 y 1270, pero en todo caso la atribulada situación por la que pasaba la monarquía nazarí debió de hacerle comprender que, si quería reunificar el reino y acabar con la presión castellana, debía de acudir en busca de apoyo militar al otro lado del Estrecho: a finales de 1271, el emir meriní Abu Yusuf recibió un legado del sultán granadino “pidiéndole que socorriese a la religión y salvase a los musulmanes andaluces y dándole cuenta de que Alfonso lo había estrechado en su país”.
De momento los benimerines no estaban en condiciones de llevar adelante la “guerra santa” en la Península, pero la mera existencia de estas gestiones diplomáticas venía a demostrar que la situación en la frontera no solo resultaba cada vez más caliente, sino que además疽 conjugaba un número creciente de elementos de tensión. Uno de ellos era la posible presencia norteafricana, pero había otro todavía más cercano, muy peligroso para Castilla y potencialmente muy rentable para Granada: la actitud levantisca de una parte significativa de la nobleza castellana frente a Alfonso X.
Dado el entenebrecido cariz que desde 1264 tenían las relaciones entre Castilla y Granada, y especialmente teniendo en cuenta el apoyo directo –político y militar– que el monarca castellano le prestaba desde 1266 a los arraeces granadinos rebeldes, resultaba bastante lógico y natural que el sultán nazarí se mostrara dispuesto a sostener con entusiasmo cualquier disidencia interna en el reino de Alfonso X. Con ello podía devolver el golpe a Castilla y compensar, con idénticos medios, la presión. Aunque previsiblemente los contactos venían de fechas anteriores, fue en 1272 cuando se le presentó abiertamente una oportunidad: fue entonces cuando los ricos hombres se levantaron abiertamente contra el monarca castellano y encontraron refugio en el reino de Granada, pero eso ya otra historia......
Numismáticamente hablando, este conflicto tuvo en la parte del reino de Castilla, la acuñación de las piezas denominadas dineros y meajas de la 1ª guerra de Granada, más conocido como dinero de las 6 líneas, acuñados entre el 1263 a 1264, y se utilizó para el pago de las tropas. El peso medio del dinero es de 0,9 gr, y de su mitad la meaja, ambos con un contenido en plata que va del 14 al 7 %, con la curiosidad que los que contienen mayor contenido en plata, carece de marca de ceca.
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