Las “exsequiae” eran en Roma un aspecto del culto a los muertos y uno de los fundamentos de la constitución de la familia romana. Los muertos podian ser inhumados o incinerados; en este caso se debia cortar un miembro al muerto y enterrarlo. La clase media y los humildes construían sepulturas en común con pequeños nichos para las urnas cinerarias, llamadas “columbaria”, por su parecido a los nidos de pichones. Entre las clases nobles o ricas los muertos eran expuestos en el atrio durante 3 dias o más, cubierto el rostro con una careta de cera (“imago”) mientras que plañideras a sueldo no cesaban de invocar al difunto.
En el acto del entierro de los patricios o magistrados abrian el cortejo fúnebre comparsas vestidos con las caretas de los antepasados. Al pasar la comitiva por el foro, un pariente o amigo del muerto pronunciaba una oración fúnebre (“laudatio”) ante el pueblo y los fingidos antepasados, que escuchaban sentados en sillas curules. Para el sepelio, los ricos construían magníficas sepulturas (“monumenta”) a lo largo de las carreteras que salían de Roma, especialmente en la via Apia. Este derecho se conocia como “ius imaginum” y solo era un privilegio de los magistrados y de los nobles que concedía el Senado.