En el llamado bando nacional, la situación era muy distinta, al menos al principio. Bajo su poder quedaron grandes áreas productoras, como es el caso de buena parte de Castilla, y contaban con el apoyo de Alemania e Italia, que ayudaban a mantener el flujo de alimentos. Sin embargo, Nueda explica que “al final de la guerra sí que empezó a haber problemas de abastecimiento en los territorios sublevados porque tenían mucho más territorio y, por tanto, mucha más población a la que alimentar. Pero, por lo menos hasta mitad del año 38 o incluso después de la Batalla del Ebro, las diferencias sí que eran bastante notables”. “En la zona sublevada, hubo control de abastecimientos, pero no recurrieron a las cartillas de racionamiento. Sí que tenían medidas como ‘los lunes sin postre’ o ‘el día sin carne‘”, matiza.
El ‘hambre en la zona roja’ también era desigual. “Dependía en qué parte estuvieses. Si, por ejemplo, pensamos en Galicia, había pequeños huertos y podían acceder a casi todo, pero si pensamos en La Mancha, son grandes latifundios de monocultivo de viña y cereal. Tampoco tenían acceso a mucho más de lo que hubiese ahí, y alimentos como la carne, los huevos o la leche no les llegaban. Entonces, a lo mejor sí tenían alimento, pero era solo uno”, explica.
Nueda también subraya que la academia se ha centrado especialmente en estudiar este fenómeno en Madrid y Barcelona y ha pasado por alto otras regiones de la retaguardia republicana. Las dos grandes ciudades padecieron una mayor escasez debido al propio sistema de distribución, que desconectó las zonas productoras y consumidoras, y “por tanto, la crisis alimentaria fue mucho más grave”. Sin embargo, la historiadora apunta que “los gobiernos siempre se han esforzado en mantener estándares de abastecimiento mucho más adecuados en las grandes ciudades que en las zonas rurales o en las pequeñas ciudades, porque era donde se podían organizar alteraciones del orden público que fuesen graves”.
La historiadora subraya que una de las consecuencias de la escasez fue la pérdida de legitimidad del Estado republicano. “A mí siempre me gusta decir que la tripa vale más que las ideas. En los meses finales del conflicto, cuando estaban pasando mucha hambre, pero también se estaba viendo que no se estaban consiguiendo victorias militares, la mayoría de las manifestaciones en contra del Gobierno no eran por cuestiones políticas, sino por cuestiones de alimentación. Son muy conocidos los lemas de las mujeres madrileñas en la Navidad del 38, en las que perdían ‘Pan y carbón y, si no, la rendición’”. Reinaba la idea de ‘paz y pan’, aunque con el franquismo “no llegó ni una cosa ni la otra”.