Heliogábalo, de regalo, te pongo un trozo de un relato (Las voces de la calle) que publiqué hace pocos años:
(...)
Sobre la bicicleta en cuya parte trasera se habían adaptado unas cajas de madera para portar el género, el hombre gritaba a todo pulmón:
-¡Pescaaaaado freeeeesco de Motriiiiil!
-¿Qué llevas? -Desde el balcón le preguntaban.
-¡Boqueroneeees, pescaiiillaaas d’enroscar, almeeejaaas, caramaaales, merluuuza…
Había pescados para pobres y pescados para ricos. Dudaba la madre al pedir: “Con lo buenos que están unos boqueroncitos fritos, pero van a pensar los vecinos que no tenemos dinero…”
Al final se decidía:
-Ponme una pescada.
Y bajaba una cuerda con una cesta de mimbre atada en el extremo, junto al dinero para pagar y un papelito que decía: “Y medio kilo de boquerones”.
El basurero no gritaba, se hacía oír con la trompetilla que llevaba colgada con una larga cuerda al hombro, avisando desde su carro de madera tirado por un mulo, que en breve subiría por los pisos, uno por uno, recogiendo amable los restos orgánicos de las casas.
-Tuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
Las vecinas le tenían ya preparados en la puerta los cubos de estaño cubiertos por dentro de hojas de periódico para no mancharlos. El hombre, cuidadoso, restregaba para limpiarlos de algún resto que pudiera quedar y lo vertía todo sobre una espuerta hecha de cubiertas de camión.
Para la primavera, traía de regalo una bolsa de mantillo, el compost de entonces, para que mi madre abonara las macetas de geráneos del balcón.
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