«Cagancho en Almagro».
Almagro, agosto de 1927. Se anunció que en la corrida del día 26 torearía el maestro Cagancho en Almagro, todo el mundo tuvo claro que se produciría una auténtica marea humana hacia este pequeño pueblo. La principal comunicación con Almagro, en aquellos momentos en que la red de carreteras estaba prácticamente inventándose, era el ferrocarril, concretamente el que venía de Ciudad Real. Y aquel día llegó a la estación de Almagro con gente subida a los estribos, sentada en los topes, en cualquier parte. El tren venía repleto de personas que habían pagado en Ciudad Real auténticas fortunas en la reventa para poder estar en aquella corrida. Con un lleno impresionante; una hora antes de comenzar el festejo ya no se cabía dentro. Las crónicas meteorológicas decian que hacía un sol que derretía. Formaban terna con Cagancho ; Antonio Márquez y Manuel del Pozo, Rayito. Dos toreros de menor jaez. Con toros de Pérez Tabernero. El primer germen de aquella mala tarde, fueron precisamente aquellos largos minutos en los que los aficionados estuvieron en la plaza, pasando calor y escuchando los rumores de los maledicentes, según los cuales Cagancho no llegaría a aquella placita y a última hora se disculparía de actuar. Desde fuera de la plaza, Radio Macuto radiaba que el maestro no había llegado al pueblo. Los nervios se pusieron a flor de piel. Pero llegó. A las seis en punto, hora del paseíllo llegó.
En el primero de Cagancho, era un toro colorado y bragao. Hasta el momento Cagancho ni siquiera había desplegado el capote. Consciente de que era su toro y de que no podía dejar de hacer un quite, Cagancho intentó lancearlo, pero el toro le desarmó, haciendo volar la capa, momento en el que el maestro salió por pies despavorido hacia la barrera. Ahí fue donde empezó la bronca de verdad. En la lidia propiamente dicha, el torero se mostró distante y cobarde. A la mínima que el toro le miraba, echaba a correr. Tanto miedo tenía Cagancho que comenzó a pinchar varias veces al toro, algo inconcebible para un torero de gran fama.
En ese momento el teniente Juan Ayuso, jefe del destacamento de la guardia civil que vigilaba el espectáculo, dio orden a sus hombres de que impidiesen que nadie saltase al callejón. Con ese sexto sentido que da el portar tricornio, ya se había dado cuenta de que aquella tarde se iba a ganar el sueldo.
Cagancho pinchó nueve veces más y entró a descabellar cinco. A la arena comenzaron a llover almohadillas; botas de vino; botijos y despues cualquier cosa sólida.
El personal había pagado una fortuna para ver a un torero huir del toro q mató como pudo.
No obstante, la gente quería que saliera el sexto, a ver si el señor Galáctico destapaba el tarro de las esencias.
Al salir el segundo del turno del Maestro se trataba ahora de un ejemplar negro mirada vivaz…de aquellos. De los que cita la maldición gitana, traia una arboladura por cornamenta, un sombrero de charro bien puesto, iba con la cabeza muy en alto, como diciendo: ¡A ver quien es el valiente que sale!
Cagancho se cubrio, ahora los gritos de sus subalternos, desde el burladero:
- ¡Maestro, salga!.
Salieron los del Castoreño. En la suerte de varas, el toro mató a varios caballos (entonces los caballos de picar no llevaban peto). Todo el mundo en la arena se puso nervioso. Los subalternos toreaban a siete kilómetros de los cuernos, Márquez hizo un quite desde su casa, los picadores temblaban cuando el morlaco todavía estaba a diez metros de ellos, y los banderilleros no banderillearon tirando los garapullos como dardos porque no les dejaron. Cagancho, al parecer, estaba preparado para situaciones así. En la faena propiamente dicha, sacó una muleta descomunal:
- A taparse!
Y comenzó a torear con el pico de la tela, manteniendo por lo tanto al toro en otra galaxia. No contento con eso, en uno de los pases, mientras el toro estaba a su lado, le largó un espadazo repitiendo la suerte hacia la barrera. Y, una vez dentro, ¡le pinchó de nuevo!
El tercer aviso, signo de que el toro es devuelto al corral porque el torero es incapaz de matarlo, sonó mientras Cagancho seguía intentando matar al animal sin salir de la barrera.
Estaba el toro vivo, y el ruedo ya comenzaba a llenarse de espectadores que, sudorosos, cabreados, habían saltado a la arena con la nada serena intención de saltarle los empastes a hostias al torero gitano.
La guardia civil entro al ruedo. Pero una turba enfervorizada pudo con todo. Las gentes comenzaron a perseguir a Cagancho, el cual intentó, con la espada en la mano, salir de najas de la plaza. Un espectador le agarró del cuello y, arrojándole en dirección contraria, le gritó.
‑¡Al toro, coño! ¡Cobarde!
Otro le arreó una hostia en pleno carrillo. Y allí estaba Cagancho, en medio de un ruedo lleno de gente que le rodeaba para darle una paliza; ruedo en el que todavía había un toro vivo (q los subalternos meterian en los corrales).
Entonces cargó el ejército, concretamente un destacamento de Caballería que se encontraba allí reforzando a la guardia civil. A caballo, consiguieron convencer al público de que se tranquilizase un poco. No sin esfuerzo, despejaron el anillo. Ocho guardias civiles rodearon a Cagancho y lo sacaron de la plaza, entre una lluvia de todo tipo de objetos y fluidos corporales humanos, faríngeos, epigástricos y nasales.
El fracaso de Cagancho en Almagro es, efectivamente, la bronca más gorda ocurrida jamás en un espectáculo público en España. La marcha del diestro fue seguida de disturbios en los alrededores de la plaza en los cuales las fuerzas del orden tuvieron que cargar a caballo con una virulencia nunca antes vista. Almagro aquella tarde fue una batalla campal. Tan, tan fuerte, que quedó en la memoria de los españoles, para los cuales, aún sin haber estado allí, aún sin haberlo vivido, «quedar como Cagancho en Almagro».
Cagancho todavía vestido de plata refugiado en el salón de actos del Ayuntamiento de Almagro, custodiado por la guardia civil para que el personal que estaba en la calle no lo matase, fumando indolentemente y como resignado decia:
- 'Así es la vida. Yo quería quedar bien, pero lo que no pue zé, no pue zé.'
Uno de sus subalternos acercándose al guardia civil sin ser visto, le dice por bajo:
-¿Oiga usted Zeño, le parece lógico q al maestro lo quieran meter en la cárcel por no haber matado un toro y a nosotros nos quieran hacer lo mismo por matarlo?
el padre de Joaquín, además de herrero, era vendedor ambulante de colgadores de ropa y pregonaba su mercancía diciendo: “¡A real ca’gancho!”.Y el ca’gancho (cada gancho) se convirtió en Cagancho.