Siempre he albergado una duda terrible respecto a los arqueólogos. Cuando encuentran una tumba, ya sea egipcia, romana, micénica o de cualquier cultura que sepulte al abuelo con un ajuar funerario de fuste, ¿cuántas piezas irán a parar a sus bolsillos sin que no se entere ni el tato? ¿Cuántas monedas depositadas en un tarro para que el phantasma del abuelo pueda comprar tabaco en el más allá habrán trincado? Obviamente, acabarán en alguna colección privada tras un trapicheo con peristas de guante blanco que solo tratan con la flor y nata de los coleccionistas de altos vuelos del mundo, esos a los que el Seprona nunca meten un multazo de cojones por pitear en mitad de un sembrado donde nadie buscará jamás un yacimiento.
SILENTIVM EST AVRVM