Hacía tiempo que no me dejaba ver por aquí con alguna pieza y eso que he seguido metiendo nuevas incorporaciones a la colección que ahora se me acumulan por falta de tiempo para leer y escribir. He tenido un parón largo en la serie que empecé hace un año sobre la dinastía Severa, así que me propongo terminar con esa historia, de la que ya me quedaba poco.
Lo habíamos dejado en Macrino decapitado y el nieto de Julia Mesa ascendido al imperio bajo el nombre de Antonino. Todo esto como consecuencia de las maniobras de su abuela, que fue expulsada de palacio por Macrino y obligada a vivir en Emesa como una ciudadana común, aunque inmensamente rica. En palabras de Herodiano, Mesa prefirió arriesgarlo todo a vivir como una más, y casi al poner el primer pie en Fenicia comenzó a promocionar a su nieto mayor, Vario Basiano, y a vender el chisme de que era el resultado de los encuentros entre su hija Julia Soemis, con su primo Caracalla. El joven era sacerdote del dios Sol, al que los fenicios llamaban Elagabal. Se había ganado una gran reputación como bailarín, interpretando las danzas en las que consistían los oficios y sacrificios al dios. A esos oficios solían asistir soldados de la guarnición que Macrino había establecido en la provincia, atraídos por el espectáculo y la gracia del muchacho, al que seguían adulando como a un miembro de la familia imperial. Con el creciente descontento hacia Macrino, y la ayuda de su dinero, Mesa consiguió que los soldados aceptasen que Basiano era hijo de Caracalla, lo llamasen Antonino, lo proclamasen emperador y pusiesen fin al principado de Macrino.
Cuando la noticia del cambio de emperador llegó a Roma no fue acogida con mucho entusiasmo por del Senado. Pero tampoco les gustaba Macrino, así que ninguno se opuso al nuevo príncipe nombrado por el ejército. El joven Basiano empezó con poco aprecio por parte de los aristócratas de la Urbe, y a partir de ahí todo fue cuesta abajo. Con el nombre de Heliogábalo llegó a convertirse en el emperador más odiado y vilipendiado de la historia del imperio, por encima incluso de Nerón y Calígula. No solo se le acusó de tener vicios parecidos a los de estos, sino que además le añadieron otros de los que nunca antes se había acusado a un emperador. Es muy posible que la biografía escrita por Elio Lampridio, ya con Constantino gobernando Roma, esté sustancialmente exagerada. Pero Herodiano no los desmiente, aunque no se entretiene tanto en la descripción de los escándalos y no tenemos otra fuente que la contribución de Lampridio a la Historia Augusta para hacernos una idea por la qué muchos autores modernos, como Mary Beard, usan a Heliogábalo como el mayor ejemplo de la locura y maldad de los emperadores romanos.
Como buen adolescente empoderado, el joven príncipe quiso hacer su vida a su antojo, sin importarle las obligaciones de su cargo e imponiendo su forma de vivir a todos los que le rodeaban. Su primera rebeldía frente a un orden establecido desde el comienzo del imperio se manifestó en la forma de vestir, qué típico en un muchacho de esa edad. Pasó su primer invierno como emperador en Nicomedia, en una parada técnica en el viaje a Roma. Allí Mesa y sus asesores le insistieron en que empezase a vestir la toga, para acostumbrarse a la indumentaria que usaría habitualmente en la capital. Pero el chico decidió que debían ser los romanos los que se acostumbrasen a su manera de vestir y ordenó enviar y exponer públicamente en Roma un cuadro suyo engalanado de seda y con todo tipo de guirnaldas y abalorios a la manera en que usaba a ejercer danzando de sacerdote del dios de Emesa, de quien adoptó el nombre. Así ya no se sorprenderían en cuanto lo viesen aparecer. Lo de escandalizarse ya es otra cosa.
En cuanto llegó a la capital impuso el culto a su dios fenicio. Ordenó que fuese nombrado en primer lugar, por delante de cualquier deidad local, en todos los sacrificios. Levantó un templo imponente en el Palatino, donde antes estaba el templo de Plutón, en la esquina de la colina frente al Coliseo. Allí ejecutaba sus danzas rituales todos los días, en las que con frecuencia obligaba a los prefectos y a otros personajes ilustres a participar vestidos a la manera estrambótica de los sacerdotes fenicios. Pretendió supeditar el culto de todos los demás dioses, incluido el Júpiter Capitolino, como si todos fuesen sus sirvientes y esclavos. Buscando esposa para su dios hizo desfilar por su templo las estatuas más veneradas de algunas de las diosas más importantes de la religión local, incluidas la estatua de Atenea traída de Troya o la Urania de Cartago, que para los fenicios es también diosa de la luna. Esta fue la última que compartió techo con la estatua de del dios. De una manera parecida sus matrimonios fueron pasando también en cascada. Repudió a su primera mujer al poco de casarse para obligar a una virgen vestal a romper sus votos, después de haber profanado la casa y el templo e intentar apagar el fuego sagrado. Y después de hacerle comer ese sapo al Senado, también a esta la repudió, para casarse con otra chica emparentada con Cómodo.
La virilidad del muchacho siempre estuvo en entredicho y no es que él se esforzase mucho en afirmarla más allá de sus fugaces matrimonios. No solo eran notorios sus encuentros íntimos con otros hombres, algo, por otro lado, a lo que estaban ya acostumbrados los romanos. Solía maquillarse de manera exagerada, mucho más de lo que se consideraría admisible en una mujer decente, vistiendo ropa femenina, adornado con collares y otras joyas típicas de una mujer. También bailaba de manera obscena interpretando papeles femeninos. Se llegó a decir que incluso consultó a varios médicos sobre la posibilidad de intervenirse de un cambio de sexo. Hizo gala de su feminidad, o su deseo de ser mujer, también en el ámbito de la política. Permitió a algunas mujeres, en especial a su abuela, ocupar asientos en el Senado y participar en las discusiones y votaciones. Fundó un senado de mujeres en el Quirinal en el que participaba como una más en discusiones de protocolos, tratamientos y otros asuntos de la vida social y el papel de las mujeres. Lampridio también menciona su supuesto matrimonio con un personaje de la más baja catadura llamado Zótico.
Designó a libertos, histriones y actores para los puestos más importantes de la república, incluidos los prefectos de la urbe y del pretorio. Las funciones de estos cargos quedaban relegadas a cumplir con las obligaciones con el emperador y su dios, esto es, participar en los sacrificios, bailar y entrar en éxtasis. Fueron especialmente comentados sus banquetes, a los que los asistentes, ya personajes notables o de baja condición, tanto podían disfrutar de excelencias culinarias como ser asesinados. Es famoso el caso de los comensales que murieron sepultados por las toneladas de pétalos de rosas con los que se les cubrió, inmortalizados por el cuadro del decimonónico Alma Tadema. También nos llega su afición a meter leones domesticados en mitad del banquete, o cuando los comensales ya borrachos eran vencidos por el sueño, causando el terror entre los invitados e incluso algún infarto fatal. El ingenio que el emperador desplegó para inventarse platos y divertimentos en esos eventos no tenía límites, y algunos de ellos llegaron a nuestros días, como el salpicón de marisco o los cojines que se desinflan produciendo sonoros pedos para vergüenza del invitado de turno y las risas de los demás.
Con ser escandalosos, los desmanes, sacrilegios y excentricidades del chaval podrían haber sido tolerados si no se metía en los asuntos de la política, y sobre todo si no se hubiese ejecutado a todo aquel que hiciese la más mínima crítica. En el poco tiempo que gobernó, Heliogábalo demostró un inmenso desprecio por la vida de quienes se le pusieron delante, ya sean propios o extraños, senadores o sirvientes. Temiendo la que se le venía encima, Mesa convenció a Heliogábalo para que adoptase a su primo Alejandro para hacerse cargo de las tareas administrativas y de gobierno, y así él podría dedicar todo su tiempo a su dios y sus excentricidades. A este también lo hizo pasar por hijo de Caracalla. De esta forma se aseguraba que si caía uno de sus nietos podía salvarse por medio del otro. Ambos primos compartieron el consulado ese año, con 17 años Heliogábalo y 12 Alejandro. Tan pronto como Alejandro fue proclamado César su primo intentó convencerlo para que se sumase a su estilo de vida, dedicándose a bailarle al dios Elagabal y a todos los demás entretenimientos del príncipe. Pero ya sea porque la abuela y Mamea, su madre y tía de Heliogábalo, lograron convencerlo, o porque el niño ya era de carácter recto en el sentido romano, la actitud y el comportamiento del nuevo César distó mucho de imitar al de su primo. Alejandro se hizo con el corazón de los romanos por su dedicación al deber de sus obligaciones y por su naturaleza bondadosa, y pronto se convirtió en el favorito del Senado y el ejército. La abuela y la madre no escatimaron en poner a su disposición a los mejores maestros y asesores del imperio, de los que sacó grandes enseñanzas y consejos que le servirían para aumentar el aprecio que por él sentían sus súbditos.
Heliogábalo no estaba tan ocupado en sus cosas como para no darse cuenta de cómo su primo pequeño le estaba adelantando por la izquierda, y aunque seguramente no debía temer por su vida, no dudo en que tenía que quitarlo de en medio. Lo intento de múltiples formas, pero Mesa siempre terminaba enterándose, porque parece ser que el mismo Heliogábalo era un bocachanclas que no se sabía estar callado. Todos los intentos de acabar con Alejandro eran desbaratados por los agentes de su abuela y su tía. A partir de aquí tenemos dos versiones que solo coinciden en el final. Me voy a ceñir a la de Herodiano, que es la más breve. Lampridio habla de dos intentos de eliminar al emperador y se extiende más en los detalles. Personalmente doy más crédito a Herodiano, que vivió los hechos que relata, frente al biógrafo de la Historia Augusta, que habla de ellos casi dos siglos más tarde y cuya objetividad esta hoy cuestionada.
De acuerdo con lo que nos cuenta Herodiano, Heliogábalo aisló a Alejandro y difundió el rumor de que estaba agonizando con la intención de quitarlo de en medio sin que nadie se interpusiese. Pero el rumor solo sirvió para alertar a los pretorianos, que ya andaban con la mosca detrás de la oreja. Exigieron ver a Alejandro y, en un conato de rebelión ordenaron a Heliogábalo a que se presentasen ambos en el Castro Pretorio. Llegaron en una litera de oro junto con Soemia y Alejandro fue aclamado con gran júbilo por los soldados, mientras que al primo ni le saludaron. Heliogábalo no se pudo contener y ordenó allí mismo que arrestasen y ejecutasen a los que más entusiasmo mostraron por su primo. Fueron las últimas ordenes que dio. Lo mataron allí mismo junto a su madre, los arrastraron y los tiraron por la cloaca para acabar en el Tiber. Fue el último emperador llamado Antonino, aunque nunca más se le volvió a llamar así, ni tampoco como Heliogábalo. En adelante se referirían a él como el Tiberiano, el Arrastrado o el Impuro.
Aquí os pongo la moneda. Por la fecha, y que después no emprendió ninguna acción militar, entiendo que se refiere a la victoria frente a Macrino. Espero que os guste y paséis todos una muy feliz Noche Buena
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Denario de Heliogábalo
Roma, 218 dC.
Anv: IMP ANTONINVS AVG. Busto laureado y drapeado a derecha.
Rev: IMP ANTONINVS AVG. Victoria avanzando a izquierda con corona y palma.
RIC IV 162
Por si alguno no llegó a ver las piezas anteriores, o ya no las recuerda, y quiere verlas o repasarlas, aquí dejo los enlaces:
https://www.imperio-numismatico.com/t165083-denario-de-caracalla-pontif-tr-p-iii-sol-estante-de-frente-mirando-a-izq-romahttps://www.imperio-numismatico.com/t165118-denario-de-plaucila-concordia-avgg-concordia-estante-a-izq-romahttps://www.imperio-numismatico.com/t165163-denario-de-geta-pontif-cos-minerva-estante-con-escudo-y-lanza-a-izq-romahttps://www.imperio-numismatico.com/t165318-denario-de-caracalla-vota-svscepta-x-206-210-dchttps://www.imperio-numismatico.com/t165439-denario-de-caracalla-libertas-avg-libertad-a-izq-romahttps://www.imperio-numismatico.com/t167792-denario-de-macrino-pontif-max-tr-p-cos-p-p-felicitas-estante-a-izq-roma