Emisión de 1 de Enero de 1884
Como consecuencia de la política de creación de Sucursales del Banco de España, éstas fueron en aumento continuo desde 1874, llegando a abrirse hasta quince en el a ñ o
1884, diez en 1886, y en menor número en los años siguientes. A finales del año 1886, la red de Sucursales del Banco de España cubría ya todo el territorio Peninsular.
Por otra parte, y en virtud de disposiciones internas del Banco de España, en la misma fecha los billetes circulan por toda España, sin la adscripción a las Sucursales que imponía transitoriamente el articulo 7.° del Decreto ley de 19 de marzo de 1874.
Estas circunstancias motivaron, lógicamente, un aumento en las necesidades de la circulación fiduciaria que no podían ser cubiertas con los medios de que disponían los talleres instalados en el Banco de España. En vista de ello el Consejo acude nuevamente a la Compañía "American Bank Note", de Nueva York, con la que se firma un contrato para esta emisión el 25 de octubre de 1883.
Sin embargo, y a pesar de la perfección técnica que alcanza esta fabricación, no vuelve el Banco de España a encomendar sus trabajos a la Compañía norteamericana ABN. Las causas deben encontrarse tanto en la copia de viñetas y motivos ornamentales que fue observada en numerosos billetes de Centro y Sudamérica, como en los errores que se observaron en la numeración y en el hecho de que aparecieran varias falsificaciones de todas las series.
Tirada y dimensiones
100 pesetas: 1.000.000 de billetes.
Medidas: 133 x 87 mm.
Características técnicas
Fabricados, como hemos dicho, por la
"American Bank Note", de Nueva York, con empleo de numerosos medios de la mano del grabador norteamericano George F.C. Smillie.
Las series de 25, 500 y 1.000 pesetas son totalmente calcográficas.
Las de 50 y
100 pesetas están realizadas por procedimientos calcográficos y litográficos.
Las viñetas principales están grabadas a buril y aguafuerte, en general con buena interpretación de línea, responden a las características de los grabadores americanos. En el texto y orlas aparecen labores de torno geométrico en línea blanca, pantógrafo, máquina cicloide y máquina de rayar.
En la serie de 25 pesetas se reproduce en el anverso un cuadro de escuela inglesa, "Lección de geografía", que actualmente es propiedad del Banco de España. Las series restantes llevan en medallón la efigie del famoso financiero don Juan Alvarez de Mendizábal y alguna escena alegórica, en las
100 Pesetas encontramos un grupo de Querubines alados en una carroza acuática tirada por unos delfines jugando.
Todos con matriz en la parte izquierda del anverso, sobre leyenda con las palabras "El Banco de España".
Papel
De poco cuerpo, pero muy resistente, presenta en su pasta un elevado porcentaje de materia fibrosa y poco caolín y almidón.
Ningún billete de esta emisión lleva marcas al agua.
Firmas
Grabadas las de Juan Francisco Camacho (Gobernador) y Benito Fariña Cisneros (Interventor); estampillada la del Cajero Fernando Pérez Casariego.
Numeración
065459Impresa, por duplicado, en el anverso de los billetes. En color rojo, las series de 25, 50 y 500 pesetas, y
en azul, las de
100 y 1.000 pesetas.
Circulación
Los billetes de la serie de 25 pesetas se pusieron en manos del público a partir de 13 de agosto de
1884; los de 50 pesetas, el 17 de mayo de 1886; los de
100, el 24 de diciembre de 1885; los de 500, el 14 de noviembre de 1893, y los de 1.000 pesetas, el 1 de mayo de 1889.
De todos los billetes de esta emisión se ordenó la retirada en junio de 1911.
Juan de Dios Álvarez Méndez
Mendizábal nacido en (Chiclana de la Frontera, el 25 de febrero de 1790 y falleció en Madrid, el 3 de noviembre de 1853) fue un político liberal y hombre de negocios español. De origen relativamente humilde, se convirtió en el principal protagonista de la Revolución liberal española.
Hijo de Rafael Álvarez Montañés, comerciante, y de Margarita Méndez, aprendió idiomas modernos y recibió formación comercial en el negocio de su padre. Durante la guerra de Independencia, sirvió en el Ejército del Centro y, habiendo sido capturado en dos ocasiones, logró fugarse en ambas.
El 21 de febrero de 1812 se casó con Teresa Alfaro, y desde entonces decidió cambiar su segundo apellido, Méndez, por Mendizábal, para ocultar el origen al parecer judío de los Méndez, según la opinión más generalizada, por más que, en 1811, siendo ministro de Hacienda del Ejército del Centro, firmaba ya sus documentos como Mendizábal, tal y como se puede encontrar en el Archivo Histórico Provincial de Albacete, por lo que su nombradía como "Mendizábal" le precedía antes de casarse con el que se otorgaba un origen vasco, garantía en sí mismo de limpieza de sangre. La nueva identidad resultaba tanto más útil para fabricar su imagen, por cuanto que la casa de comercio de Miguel Mendizábal era una de las más importantes del Cádiz dieciochesco». Además, en el acta matrimonial declaró ser natural de Bilbao.
Durante la guerra se ocupó de las tareas de avituallamiento del ejército, a través de las cuales entró en contacto con la familia valenciana Bertrán de Lis, dedicada al suministro de las tropas y cuyo patriarca era Vicente Bertrán de Lis, del que al acabar la guerra aceptó un empleo. En 1817 Mendizábal y su esposa se trasladaron a Madrid y allí nació su primer hijo, del que fueron los padrinos sus patrones Luis Bertrán de Lis y Vicente Bertrán de Lis. Ese mismo año pasó a ser socio de la casa, haciéndose cargo de los suministros de las tropas en la Baja Andalucía, junto con el hijo de su jefe, también llamado Vicente. Este último fue el que lo puso en contacto con el grupo de liberales con los que la familia Bertrán de Lis estaba relacionado — el patriarca Vicente Bertrán de Lis era un importante dirigente liberal en Valencia y por ello fue encarcelado cierto tiempo tras la restauración del absolutismo en una conjura militar presuntamente masónica contra la Monarquía absoluta. en 1814 por Fernando VII; un hijo de aquel, Félix Bertrán de Lis, fue ajusticiado en Valencia en enero de 1819 por haber participado
Junto con otros conspiradores, preparó el pronunciamiento de un ejército financiado por ellos que, encabezado por el general Rafael de Riego, en enero de 1820 obligó al rey a aceptar la Constitución de Cádiz 1812.
No ocupó cargos políticos durante el siguiente Trienio Liberal, pero su significación le obligó a exiliarse cuando los «Cien mil hijos de San Luis» restablecieron en España el absolutismo (1823). Sus actividades comerciales en Inglaterra le proporcionaron una gran fortuna. Y su prestigio político entre los exiliados liberales se acrecentó cuando contribuyó a financiar la expedición militar británica que acabó con el absolutismo en Portugal y aseguró en el Trono a María II (1834) y el sueño de reunificar la península bajo un solo rey.
Por tal motivo, la corriente progresista del liberalismo español le propuso como alternativa para sustituir en el gobierno al moderado Martínez de la Rosa en 1835. Un movimiento revolucionario obligó a la regente María Cristina de Borbón a entregar el poder a Mendizábal, que fue nombrado ministro de Hacienda y primer ministro (1835-36).
La medida más significativa que adoptó fue la llamada desamortización de Mendizábal (1836), proceso de nacionalización de los bienes del clero para venderlos en pública subasta; aquella medida, inspirada por la Revolución francesa, tenía por objeto dinamizar la economía agrícola del país sacando al mercado libre el ingente patrimonio inmobiliario acumulado por las órdenes religiosas, formando además con sus compradores una clase media dispuesta a apoyar el régimen liberal y la causa de Isabel II; al mismo tiempo, la operación serviría para reducir la agobiante deuda pública y proporcionar al Estado medios económicos con los que financiar la guerra civil contra los carlistas (a tal efecto decretó la «quinta de cien mil hombres»).
Lo cierto es que el fin no se consiguió en su mayoría de tierras ya que sea por la corrupción existente (que raro no …) o por que realmente no se quiso la realidad es que el procedimiento seguido para evitar que las propiedades pasaran al pueblo fue el de subastar las propiedades en grandes bloques que los pequeños propietarios no podían costear, aunque lo más determinante seria que se permitió el pago del precio final de los remates con títulos de deuda por su valor nominal, muy por debajo entonces de su valor real en el mercado debido a la crisis y suspensión de pago de los intereses.
Volviendo a la «quinta de los cien mil», Para conseguir los hombres para el ejercito reclutó a la «quinta de los cien mil», que también le sirvió para obtener dinero por cuanto se podía comprar la exención del reclutamiento, lo que por otro lado libraba a las familias acomodadas de enviar a sus hijos a la guerra, la redención de quintas fue un paso atrás en el pensamiento liberal porque era contraria al principio de igualdad. (este hecho ya lo vimos con el billete de 1000 pesetas de Cabarrus).
La desconfianza de la regente le impidió completar su programa con la revisión del Estatuto Real en un sentido liberal y parlamentario, llevándole a dimitir en 1836. No obstante, un nuevo movimiento revolucionario le permitió recuperar la cartera de Hacienda en 1836-37, extendiendo las medidas desamortizadoras a los bienes del clero secular y decretando la extinción del diezmo eclesiástico.
Posteriormente volvió a ocuparse del mismo Ministerio en 1843. Tras la toma del poder por sus adversarios moderados, se exilió en 1844-47. Luego regresó a España y ejerció hasta su muerte como diputado progresista.
«Mendizábal se convirtió en un verdadero mito político desde el momento de su muerte en 1853. Su entierro constituyó una auténtica manifestación del progresismo”. En febrero de 1857 sus restos fueron trasladados a un mausoleo en el cementerio madrileño de San Nicolás erigido por suscripción pública a donde también se trasladaron los restos de José María Calatrava y Agustín de Argüelles, convertidos así en la tríada personal de referencia de los liberales progresistas y de la revolución liberal española. La erección de una estatua ya fundida en su honor tuvo que esperar diez años porque el gobierno lo impidió mediante una argucia legal como la autorización de la erección de la estatua ya estaba concedida, hizo aprobar por las Cortes una ley que impedía la colocación de estatuas en lugares públicos antes de transcurridos 50 años de la defunción de los homenajeados. Finalmente, en el Sexenio Democrático el monumento pudo situarse en la plaza del Progreso de Madrid que, por cierto, se había configurado tras la demolición de un convento de mercedarios desamortizado.
Así nació el mito del Mendizábal revolucionario y estadista, que murió en la pobreza, y que recogerían los hombres del Sexenio y que engrandecerían los historiadores y los escritores liberales, como Benito Pérez Galdós, que le dedicó uno de sus Episodios nacionales. Pero al mismo tiempo nació el mito negativo de Mendizábal, que tuvo tanta fuerza como el positivo, y que lo retrataba como el máximo representante del anticlericalismo, como el desamortizador que había arrebatado sus bienes a la Iglesia en beneficio de sus amigos especuladores, bolsistas y tenedores de deuda pública.
Como recordaba Julio Caro Baroja en su libro pionero sobre el anticlericalismo en España, «cuando las fuerzas del general Franco entraron en Madrid el 29 de marzo de 1939, uno de los primeros actos simbólicos que realizaron fue el de derribar la estatua de Mendizábal y cambiar el nombre de la plaza del Progreso, donde se alzaba aquélla. Lo bueno fue que nombre y estatua los sustituyeron por los de un fraile, que no brillaba por la austeridad de sus ideas: me refiero al maestro Tirso de Molina, creador de Don Juan, Don Gil de las calzas verdes y otras figuras de nuestro teatro, no muy santas en general». La estatua fue destruida a continuación y la calle madrileña que llevaba su nombre pasó a denominarse Víctor Pradera, un tradicionalista carlista.