Aquí traigo otra de las piezas con las que me hice antes de vacaciones. Esta, de hecho, es la última que recibí, hace escasas dos semanas. Pero como lo último que puse fue un Tiberio, por seguir un orden cronológico decidí ponerla ahora. Y como se trata de la primera emisión a nombre de este emperador, ahí va un resumen de lo que le tocó vivir mientras se acuñó.
La llegada de Calígula al poder fue recibida como una bendición en una Roma muy maltratada durante el principado de Tiberio. No había mayor fortuna para el imperio que estar gobernado por un hijo de Germánico. Al joven Cayo, que aún no había cumplido los 25, le precedía la reputación de su familia. Siendo hijo de Germánico, nieto de Agripa y bisnieto de Augusto, no había un solo personaje en Roma que le superase en pedigrí. Pronto se formó una leyenda rodeándolo de augurios de fortuna y salvación para el imperio, que incluían su nacimiento en un campamento militar en Germania y su papel, recién nacido, al aplacar la revuelta de los soldados tras la muerte de Augusto, con sus llantos en brazos de su madre. El supuesto incidente, que narra Tácito con detalle, es cuestionado por Suetonio, que afirma haber visto su partida en el Registro situando su lugar de nacimiento en Ancio, y una carta de Augusto en el que anuncia a Agripina que le enviaba a su hijo desde Roma cuando este ya contaba dos años. Fuera como fuese, Roma esperaba grandes y muy buenas cosas del nuevo emperador, y una leyenda de hazañas y prodigios reforzaba esas expectativas.
Parece que tampoco importaba mucho como llegó a ocupar el trono imperial. Suetonio también sugiere que las diferentes versiones de su implicación en la muerte de Tiberio se comenzaron a airear con posterioridad, en parte motivadas por comentarios del propio Calígula. Cuando fue llamado a Capri por Tiberio, a los 19 años, muchos debieron dar al chico por perdido. Aunque de la desgracia de sus hermanos se pudiese acusar a Sejano, no se podía eximir a Tiberio de la persecución de su madre y de cierta aversión paranoica contra la familia y amigos de Germánico. Pero el chico supo manejar la situación, trató de pasar desapercibido, mostró docilidad, no manifestó en ningún momento disgusto a pesar del trato poco amable que le dispensó su tío abuelo. Pero tampoco se privó de vicios y caprichos, a los que se abandonaba siempre que podía. Se hizo amante de la esposa de Macrón, el nuevo prefecto del pretorio tras la caída de Sejano y la utilizó, con promesas de todo tipo, para atraerse el favor de su marido. Con la ayuda de este habría envenenado a Tiberio y luego, convaleciente, ahogado con una almohada. Macrón todavía le prestó otro importante servicio al nuevo emperador. Según Dión Casio, Fue el encargado de leer el testamento de Tiberio en el Senado y trató con los cónsules para que se declarase nula la parte en que el difunto emperador nombraba a su nieto, Tiberio Gemelo, coemperador junto con Cayo por razón de la corta edad de aquel. Así lo apartó del imperio, aunque tomó al muchacho bajo su protección y más tarde lo adoptó. En todo lo demás concerniente al testamento de Tiberio, Cayo procedió con total rectitud. No solo abonó todas las donaciones que se dispusieron en las últimas voluntades de su tío abuelo, sino que las aumentó y pagó también las correspondientes al testamento de Livia que Tiberio había anulado. Era la señal que adelantaba, como esperaban los romanos, el gobierno de un buen emperador.
En su primera aparición en el Senado se dedicó a elogiar a los senadores, se autoproclamó hijo y pupilo de ellos y les prometió compartir el poder y hacer todo cuanto ellos decidiesen. Liberó a los que estaban en prisión e hizo regresar a los desterrados por impiedad, anuló todos estos procesos y quemó públicamente todas las actas y documentos que pudo reunir. Entre los que estaban los de las causas contra su madre y sus hermanos, dando a entender que renunciaba a buscar venganza contra quienes hubiesen participado en la desgracia de su familia. En cambio, no ahorró ningún esfuerzo en restituir los honores de su familia, viajando personalmente a Pandataria a buscar las cenizas de su madre y sus hermanos. Las recogió con sus manos, las llevó de vuelta a Roma y los enterró en el Mausoleo de Augusto con los mayores honores. La inscripción de la tumba de Agripina, sobre una lápida inusualmente gruesa, se conserva en el Tabularium del Museo Capitolino, en ella detalla la grandeza de su madre a través de los hombres de su familia, Augusto, Agripa, Germánico y él mismo. A su abuela Antonia la nombró Augusta y sacerdotisa de Augusto, dándole, igual que a sus hermanas, todos los privilegios de las vestales.
Lápida de Agripina, Museos Capitolinos, Roma.
El Senado decretó que asumiera de forma inmediata el consulado, y que lo asumiera todos los años a partir de ese momento. Aceptó ese primer consulado y, en lo que sería su primera excentricidad, nombró a su tío Claudio como colega. Esté, con 46 años, pasaba en el mismo día a ser senador y cónsul. Ocuparon el consulado dos meses y medio, para devolvérselo a los cónsules designados, tal como había prometido, en el segundo semestre de mandato. Salvando este consulado, en una muestra de humildad, no aceptó ningún cargo que no tuviese ya, como el pontificado que le dio Tiberio y que figura en este as, o que no fuese inherente a su posición, como el de Imperator que aparece en emisiones provinciales de este año como el as de Segobriga. Por supuesto, rechazó el título de Padre de la Patria.
Hasta aquí, el comportamiento de Calígula superaba las mejores expectativas de los senadores. Solo los más prudentes mostraban alguna preocupación por la facilidad con la que se gastaba los dineros públicos y su propio patrimonio. Pero no apreciaban ningún atisbo de maldad ni la sospechaban por su juventud. Cuando a final del año enfermó y entró en coma, temiendo lo peor Roma temió la pérdida de un gran emperador. Y en cierto modo así fue. No se puede saber que fue exactamente lo que sufrió Cayo. Algunos sugieren que pudo tratarse de una dolencia mental previa agravada por la tensión del gobierno. Mas específicamente hay quien sugiere algún tipo de encefalitis que desembocó en demencia, hipertiroidismo o incluso epilepsia. Cayo no murió, sino que se recuperó y despertó del coma, pero ya no fue lo mismo. Los primeros que se enteraron fueron el plebeyo Publio Potito y el caballero Afranio Secundo. El primero ofreció su vida, en juramento público, a cambio de la recuperación del emperador. Al otro le dio por querer luchar como gladiador. Si esperaban algún tipo de recompensa se encontraron ante una acusación de perjurio si no cumplían con sus promesas. El siguiente fue Tiberio Gemelo, al que mandó asesinar porque parece que manifestó esperanzas de llegar al principado antes de lo esperado. De esto último, y de la ejecución de otros que pensó esperaban beneficios de su muerte, no informó inmediatamente al Senado. Pero en lo que se refiere a la gestión del estado, siguió tomando decisiones que le hicieron merecedor de muchos elogios. Hizo públicas las cuentas del imperio, cuyo estado se mantuvo oculto desde que Tiberio abandonó Roma. Promovió el acceso de muchos ciudadanos al orden ecuestre, incluso fuera de Italia. Restituyó las elecciones a las magistraturas de la plebe, anuladas por Tiberio. Amplió en un día, al que llamó “de la juventud, la celebración de las Saturnales. Organizó juegos como no se habían visto en mucho tiempo y repartió generosos regalos entre el pueblo. Suprimió el impuesto de la centésima (RCC), alzado al doble bajo Tiberio, y lo anunció a todo bombo con tres emisiones de los cuadrantes que todos conocemos. Un par de años después, con las cuentas al borde de la bancarrota, lo volvió a aplicar.
Pero al tiempo que restituía las costumbres y libertades del Senado y el Pueblo, aumentaba su crueldad y su falta de contención. Se casó en segundas nupcias con una tal Livia Orestila, a la que arrebató a su prometido presentándose en la ceremonia de boda. Dos meses después los mandó a los dos al exilio acusándolos de seguir viéndose. Se libró de Macrón y su esposa, a pesar de los favores que ambos le hicieron y la lealtad que le mostraron. Primero lo puso al frente de Egipto y después lo envolvió en un escándalo que les costó la vida a ambos. En septiembre murió su hermana Drusila, con la que solía organizar tríos con su marido. La consagró como diosa y la equiparó a Venus, haciendo poner en el templo de la diosa una estatua de su hermana del mismo tamaño y con los mismos atributos. A partir de ese momento no tuvo ningún reparo en acusar y ejecutar a quien fuera por impiedad, al no rendir a su hermana los honores que él consideraba suficientes, o por puro capricho. La pesadilla no había hecho más que empezar, pero el resto ya no corresponde al tiempo en que se estuvo acuñando esta pieza y me lo reservo para el siguiente post, con otra contemporánea.
En el 39 se siguió acuñando el as con Vesta en el reverso, de hecho, es el as más común de este emperador. Pero ya entonces decidió adjudicarse todos los títulos que antes había rechazado y las emisiones posteriores incluyen entre otros la leyenda PP. Se cree, o al menos es la conclusión a la que llega Shuterland, ue es en estos primeros años en los que se decide trasladar la acuñación de áureos y denarios de Lugdunum a Roma. La centralización de la acuñación de cobre y bronce vendría después y se acabaría completando en los primeros años de Claudio.
Aquí tenéis la moneda. Espero poner la segunda parte antes del viernes. Si no que paséis el mejor final de año posible.
Calígula (37 – 41 dC.)
AE As, Roma, 37 – 38 dC.
Anv: C CAESAR AVG GERMANICVS PON M TR POT, busto desnudo a izquierda
Rev: VESTA S C, Vesta sentada a izquierda en trono decorado sosteniendo cetro y patera.
RIC I 38
Peso: 12,3g.
Diámetro: 29 mm.