¿ Que es un plomo ? es una moneda con unas particularidades muy singulares que inicialmente eran usadas como monedas de uso interno en las comunidades eclesiásticas, pero en épocas de escasez monetaria, hacían la función de moneda pequeña de curso general. Los plomos están estampadas en las dos caras ( anverso y reverso) y como bien dice el nombre están hechas de plomo, se utilizaron a partir del Siglo XIV y se utilizaron en Mallorca hasta finales del siglo XIX o principios del XX.
En la Isla de Mallorca hay constancia que se emitieron plomos en las iglesias de los municipios de: Alaro, Alcudia, Artá, Binisalem, Calvia, Campanet, Campos, Felanitx, Inca, Llucmajor, Manacor, Montuiri, Muro, Petra, Sa Pobla, Pollensa, Porreres, Santa Margarita, Selva, Santany, Sencelles, Soller; y en la ciudad de Palma en las iglesias de: La Sang, San Jaime, San Miguel, San Nicolas, San Pedro y San Bernardo, Santa Cruz, Santa Eulalia y en la Seu ( Catedral).
¿ Que es una Pellofa? Este nombre, de apariencia vulgar y con cierto toque despectivo, nos abre la puerta a uno de los episodios más apasionantes de nuestra historia monetaria. No nos debe extrañar, pues, que importantes coleccionistas que manejaron con abundancia las preciadas onzas o incluso los míticos cincuentines, acabasen por sentir un afecto especial y hasta cierto punto de fascinación por una serie aparentemente tan humilde como las de las pellofas y los plomos.
La Pellofa es una moneda, ciertamente, pero con las particularidades muy singulares. Para empezar, no hay ningún acuerdo sobre su nombre. Las pellofas son monedas incusas, es decir estampadas con una sola acuñación por una de las caras sobre una fina lámina de metal, de forma que la estampación marcada en el anverso aparece, en negativo, en el reverso. El nombre parecer aludir a esta condición de moneda hecha con una fina lámina de metal. Pero, ¿ deriva de paja ( palla), y entonces se debería escribir pallofa, o de piel (pell), cosa que nos daría pellofa?.
Está muy claro, en cambio, que el nombre pellofa y los plomos han acabado por designar, sobretodo, las monedas eclesiásticas de presencia. Eran monedas de uso interno de las comunidades eclesiásticas, tanto si eran en los capítulos de las catedrales, en cuyo caso eran de uso por parte de los canónigos que estaban adscritos, como si eran comunidades de presbíteros de las iglesias parroquiales y entonces los usuarios eran los sacerdotes llamados beneficiados.
¿ Cómo eran usadas? Últimamente oímos decir que una ilustre numismática aseguraba que tanto las pellofas como los plomos eran distribuidos a los fieles que asistían a la iglesia. Demasiado grande hubiera sido el éxito de esta medida. Las iglesias se hubieran quedado seguramente muy pequeñas. No, las pellofas y los plomos no eran destinadas a los feligreses sino que eran dadas a los clérigos en función de su asistencia a los actos litúrgicos. De esta forma, los canónigos de las catedrales, por ejemplo, recibían una asignación fija que se conocía con el nombre de " grossa", y que complementarían las llamadas distribuciones, que solo recibían si asistían a determinados actos, tanto en la misma iglesia, como las misas, como al menos en parte, fuera de ella, como en los entierros.
Las pellofes y los plomos eran pues un premio a la asistencia y se entregaban sólo a aquel que estaba presente en determinadas funciones religiosas. Normalmente, y dado que cada una de estas funcione tenían una asignación concreta, los presentes recibían también las de los ausentes. Y finalmente, para evitar fraudes, las distribuciones no se hacían en un único momento sino que se solían repartir al principio, la mitad y al final de cada función.
las pellofas y los plomos constituían un método ingenioso, practico y seguro de premiar la asistencia sin las posibilidades de error que podría haber traído el uso de anotaciones. Un sistema que fue utilizado en Cataluña, incluida la del norte, y en Mallorca, pero que exceptuando la Seu ( catedral) de Valencia, no se ha detectado, al menos hasta ahora, en ningún otro territorio peninsular. Es entonces una moneda específicamente catalano- mallorquina y un poco valenciana, aunque se sabe que también se utilizó en otros países europeos.
Así habríamos definido bastante bien las pellofas y los plomos, si no fueran necesarias toda una serie de aclaraciones. Para empezar., si bien las iglesias usaron monedas incusas, también hay muchos pueblos catalanes que usaron este tipo de piezas como monedas de carácter municipal, y por tanto, de uso civil. Algunas veces, sólo después de un estudio muy meticuloso se puede llegar a saber si una moneda incusa es eclesiástica o civil. Por otra parte, no todas las pellofas eclesiásticas son incusas. También hay acuñadas a dos caras. Finalmente, el termino pellofa no incluye todas las monedas usadas por las comunidades eclesiásticas. También encontramos, como veremos, piezas con funciones caritativas. Por lo tanto, la definición dada cubre a la mayor parte de las monedas eclesiásticas, pero no todas.
Pero otra parte, si bien las pellofas eran, en principio, destinadas al uso interno de las comunidades eclesiásticas, también es cierto que habitualmente salían de su interior y, especialmente en épocas de escasez de la moneda pequeña, hacían la función de moneda de curso general. Las reiteradas prohibiciones en este sentido, y casos bien documentados como los de Vic o Tortosa, nos lo demuestran ampliamente.
Las pellofas eclesiásticas se convierten pues, en algo cercano a un instrumento monetario específicamente catalán, las monedas locales de tipo municipal. Fueron usadas en Cataluña y en algunos pueblos de la Franja, en Menorca e Ibiza y en tres poblaciones de Cerdeña. Inútilmente buscaríamos nada parecido n algún otro de los reinos peninsulares y solo encontraríamos casos muy aislados en el contexto europeo.
En lo que se refiere al mecanismo de las distribuciones debemos decir que, seguramente para evitar el manejo del dinero dentro de las iglesias, se instauro el uso de las pellofas y plomos. Estos tenían los valores ajustados a las percepciones propias de cada función religiosa, de forma que el reparto se convertía en una operación muy sencilla. El llamado bolsero, que era quien las repartía en los actos litúrgicos, las cambiaba cada mes a cada eclesiástico, a los que entregaba a cambio moneda de curso general. De esta forma se cerraba el ciclo de su circulación.
Justamente esta cualidad de pieza cambiable es la que facilitaba su disfunción. Si un eclesiástico quería dar caridad a un pobre, por ejemplo, le podía dar, si carecía en este momento de otra cosa o de dinero, una pellofa o plomo que el receptor sabia que podría cambiar por dinero. pero este receptor la podía ir a cambiar o la usaba a su vez como pago de un producto, ya que el vendedor también sabia que la podía cambiar en cualquier momento por moneda de curso legal. Con este sencillo mecanismo ya tenemos a las pellofas y los plomos circulando por la población como si fuesen monedas de curso general.
También en esto las pellofas eclesiásticas son cercanas a las monedas municipales, que generalmente se podían cambiar por monedas de curso general cuando algún ciudadano había acumulado una determinada cantidad.
Hay aún otros tipos de monedas eclesiásticas no específicamente utilizados para las distribuciones y que cumplían otras funciones como, por ejemplo, las caritativas, las de asistencia al catecismo, etc. Algunas de estas piezas eran, a veces, emitidas en colaboración con el municipio, siendo entonces una moneda de carácter mixto. En estos campos complementarios se debe decir que existe todo un mundo, capaz de documentar así muchos aspectos de la vida cotidiana, raramente analizados por la historia de los grandes acontecimientos.
Las pellofas y los plomos son, pues, unas monedas nuestras, incluso, y en algunos aspectos, más nuestra que ninguna otra. Tienen además, el atractivo añadido de su extraordinaria variedad de estampaciones y de la gran cantidad de pueblos representados. Afortunadamente, hoy hay suficientes estudios acumulados para poder clasificarlas con seguridad.
A la caracterización de las pellofas añadiremos que a lo largo del tiempo tuvieron muchos nombres diferentes y aspectos varios. Al principio eran de plomo y por eso se les llamaba plomos o plomos de misa. Después se fabricaron predominantemente de latón , pero también de hojalata, de hojalata estañada o de cobre, cuando eran incusas. Encontraremos igualmente estampadas por las dos caras y hechas de plomo, de latón, de cobre o incluso de aluminio. En Mallorca se siguieron haciendo siempre de plomo hasta su extinción, a finales del siglo XIX o principios del XX. Es por eso que las pellofas mallorquinas son designadas como plomos " ploms", mientras que las catalanas se llaman " pellofes" si son incusas y " gitons" si son estampadas por las dos caras. El término " senyals", que también se utiliza en algún momento para las pellofas, parece mejor reservarlo para las monedas locales del tipo municipal.
Estamos, en definitiva, ante un amplio mundo de piezas caseras, muy cercanas, pero también con múltiples facetas y donde los descubrimientos y sorpresas pueden ser frecuentes. Es por todo eso, quizás, que las pellofas catalanas y los plomos mallorquines se hacen querer, ya que dejan margen a la búsqueda y al descubrimiento, que es como decir a la creatividad.
En la subasta que se celebro en Áureo & Calico el pasado 9 de Febrero del 2017 se subasto la Colección Egara I dedicada exclusivamente a Pellofas y Plomos que consistía en 935 monedas de las cuales eran pellofas catalanas la cantidad de 868, plomos mallorquines la cantidad de 63 y de la catedral de Valencia 4.