Con apenas 25 años, un noble persa llamado
Maceo (o Mazaeo) fue nombrado gobernador de la satrapía aqueménida de
Cilicia, al sur de la actual Turquía. La capital desde la que gobernó fue
Tarso, la misma ciudad donde 370 años después nacería san Pablo.
Su actuación como sátrapa fue tan celebrada que, a continuación, se le encargó gobernar la provincia de
Birīt Nārim, que significaba «entre los ríos». Estos ríos no son otros que el Tigris y el Éufrates. Cuando los griegos llegaron a esta región, se limitaron a traducir ese nombre literalmente y la llamaron
Mesopotamia, que en español significa eso mismo: Entrerríos. Las fuentes son escasas, pero se sabe que Maceo tuvo ocasión de demostrar su valía una y otra vez en el imperio persa y que llegó a estar prometido con
Estatira, una de las hijas de
Darío III.
Por aquel entonces,
Alejandro Magno invadió Asia Menor, entró en Tarso y, en el 333 a.n.e., cuando venció a un gran ejército persa en la
batalla de Isos, tomó como rehenes a la madre, la esposa y las hijas de Darío, Estatira entre ellas. Aquel fue el verdadero punto de inflexión para el imperio aqueménida y, a partir de ahí, sus días estaban contados. Cuentan las crónicas que Darío recurrió varias veces a los canales diplomáticos para persuadir al rey macedonio de que liberara a su familia y abandonara Asia, pero todo fue en vano. En aquel momento, Maceo ya ocupaba el cargo de sátrapa de
Babilonia, donde se encontraba la corte imperial. Los historiadores de Alejandro no mencionan su presencia en la batalla de Isos, por lo que se cree que el rey Darío le habría encargado la tarea de guardarle las espaldas desde la capital.
En ese año 333 a.n.e., cuando las tropas macedonias se desviaron temporalmente para conquistar Siria y Egipto, el imperio persa se preparó para defender su tierra hasta las últimas consecuencias y creó uno de los mayores ejércitos de su historia. El primer paso en esta contienda lo dio Alejandro en el 331 a.n.e., cuando se dispuso a cruzar el Éufrates a la altura de
Tápsaco con la intención de dirigirse hacia la capital aqueménida. Quien se enfrentó a él no fue otro que Maceo. Al mando de un pequeño contingente, el noble persa no pudo frenar el avance arrollador de Alejandro, pero sí consiguió cerrarle el paso directo hacia Babilonia y obligó a los macedonios a desviarse hacia el norte de Mesopotamia, donde esperaban las tropas de Darío para la última batalla en Gaugamela.
El 1 de octubre, el ejército persa se dispuso a lo largo de la llanura de
Gaugamela para derrotar de una vez por todas a los macedonios. En los días previos a la batalla, los persas nivelaron el terreno y eliminaron cualquier obstáculo que pudiera entorpecer el avance de sus carros de guerra. Todo estaba preparado. Se dice que había diez persas por cada macedonio. Maceo dirigía el ala derecha y, cuando empezaron las hostilidades, atacó con furia el ala izquierda macedonia, que estaba al mando del veterano
Parmenio. El choque fue brutal y las tropas comandadas por Maceo hicieron grandes estragos.
Lo que no sabía Maceo era que, al otro lado del campo de batalla, Alejandro estaba dando muestras del genio militar que le hizo célebre: el ala derecha macedonia avanzó en línea oblicua para alejarse del centro y dejar atrás el terreno nivelado y preparado por los persas, quienes, sin saber muy bien qué hacer, avanzaron también en oblicuo en persecución del macedonio. El ala izquierda persa se alejó tanto que, cuando quisieron darse cuenta, se había abierto una brecha gigantesca entre ellos y la línea central de su ejército. En ese momento, Alejandro cambió de rumbo y dirigió a su caballería al galope hacia esa brecha, hacia el centro mismo del ejército persa donde se encontraba Darío. Siempre me ha puesto los pelos de punta la imagen de Alejandro galopando a lomos de Bucéfalo con los ojos inyectados en sangre y dirigiéndose directamente hacia Darío. El rey de reyes y su línea central huyeron en desbandada. Cuando Alejandro se disponía a seguirlos, recibió el aviso de que Maceo estaba a punto de acabar con el ala izquierda macedonia, por lo que se vio obligado a dar media vuelta y ayudar a Parmenio.
Cuando Darío puso pies en polvorosa, la caballería liderada por Alejandro acudió al rescate de las maltrechas huestes de Parmenio. De repente, Maceo y sus hombres estaban solos. Abandonados por su rey y rodeados de tropas macedonias, se vieron obligados a batirse en retirada atravesando las líneas enemigas, en un intento desesperado por sobrevivir. La carnicería fue horrenda. Darío huyó hacia el este con su general
Besos. Maceo consiguió llegar a Babilonia y se dispuso a proteger la ciudad mientras su mundo se desmoronaba. Cuando días después recibió la confirmación de que Alejandro no tenía intenciones de destruir la ciudad, Maceo abrió las puertas (una de ellas, la de Istar) y entregó la capital aqueménida al rey macedonio.
La nobleza y el buen hacer de Maceo le granjearon el respeto de Alejandro, quien decidió convertirlo en uno de sus consejeros personales y lo mantuvo en el cargo de gobernador de Babilonia hasta su muerte en el 328 a.n.e.: el respeto fue mutuo e instantáneo. Cuando, meses después de conquistar el imperio aqueménida, Alejandro abandonó Babilonia y puso rumbo hacia el este, los dos hijos de Maceo se unieron a sus filas. Cuenta la leyenda que el llamado «sarcófago de Alejandro», que a día de hoy se puede admirar en el Museo Arqueológico de Estambul, albergó los restos mortales de Maceo.
¿Y a qué ha venido todo esto? Pues a que más de 2300 años después, que se dice pronto, llegué yo y conseguí esta preciosidad de moneda. La acuñó el bueno de Maceo en sus días como gobernador de Cilicia. Aún le quedaba toda esa vida por vivir.
CILICIA, Estátera pérsica de Tarso acuñada por el sátrapa Maceo (AR)361-334 a.n.e.
10,88 g, 24 mm, 6h
A/ Baal (de Tarso) sentado a izq. y vista al frente, con águila, cetro, espiga de trigo y racimo de uva en la mano; leyendas en arameo imperial: TR abajo a la izquierda y M bajo el trono; a la derecha, BꜤLTRZ (=BaꜤal Tarz).
R/ León atacando a un toro a izquierda; debajo, monograma; leyenda en arameo imperial arriba: MZDY (=Mazdai, o sea, Maceo).
Referencias: SNG Levante 106; Cayón 2981.
Conservación: EBC con algo de pátina.
Ahí va otra foto con distinto ángulo:
Un saludo y perdón si me he extendido demasiado.
Ramón