La moneda en al-Ándalus
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Cuando Mahoma inició la huida (Hégira), desde La Meca a Medina, alejándose de los enemigos políticos que se había granjeado por sus predicaciones sobre la revelación divina, poco podía sospechar que estaba protagonizando el acto considerado como fundacional de una nueva religión, que transformó profundamente el mundo del Sur, Este y Oeste del Mediterráneo.
Posiblemente, la idea de Mahoma fuera llegar a ser conocido como un profeta de la categoría de Moisés o de Jesucristo, pero cuando la comunidad judía de Medina consideró errónea su interpretación de las Escrituras, comprendió que su doctrina no conducía a la religión de Abraham, sino que constituía una nueva fe. Para dejar constancia de ello, alteró la orientación en la postura de los rezos desde Jerusalén hacia La Meca.
En Medina, estableció un estado musulmán teocrático con el propósito de extender la nueva religión, utilizando la Guerra Santa (Yihad) como vehículo de expansión. La Meca cayó en poder de los mahometanos en el año 630 y, tras su victoria sobre los beligerantes beduinos de la región, Mahoma regresaba a Medina continuando con su misión reveladora. Atrajo a nuevos grupos de beduinos por medio de las armas, o por la convicción, y bastaron dos años para controlar la península Arábiga antes de fallecer en el año 632.
Abu Bakr, suegro del profeta, fue nombrado califa (representante de Dios) como figura integradora para resolver las discrepancias surgidas tras la muerte de Mahoma, pero ni él ni sus sucesores pudieron evitar los enfrentamientos entre las facciones. Las dos corrientes más importantes del Islam fueron (son) la sunnita y la chiíta. Los sunníes o sunnitas, así llamados porque junto al Corán aceptan la Sunna o libro de la tradición, que contiene las vivencias y pensamientos de Mahoma recogidos por sus primeros discípulos, pertenecían a la clase rica y privilegiada de Arabia. Los chiítas no aceptaban la Sunna y defendían que la interpretación del Corán debía hacerla el mejor de los descendientes de Mahoma y, por tanto, la figura del Imán correspondía a los descendientes de Alí, primo y yerno del Profeta.
Durante el califato de Utman, perteneciente a la familia de los Omeya, se recopiló y escribió el Corán para soslayar las disputas en torno al recitado del mismo.
No obstante, las discrepancias sobre la interpretación de sus mandatos generaron encarnizadas contiendas civiles enfrentando a los sunnies con los chiítas de Alí. Los motivos primarios de la rivalidad hay que buscarlos en los enfrentamientos tribales, en los que subyacía la idea de dominación y preponderancia de unas tribus sobre otras.
En estas contiendas, nunca terminadas, se impuso la dinastía Omeya, que estableció su capital en Damasco y fue protagonista de la gran propagación del Islam, estableciéndose desde la India hasta al-Ándalus, además de dominar el Índico y el Mediterráneo. Por Occidente la expansión fue detenida por Carlos Martel en Poitiers (732) y en Oriente finalizaba en 751.
La expansión territorial, cultural y religiosa musulmana fue un fenómeno sorprendente por su rapidez y aparente facilidad. Posiblemente, la causa principal que facilitó la conquista de tan vasto territorio, fue la aplicación de los regímenes administrativo y fiscal existentes en los pueblos invadidos, con lo que obtuvieron la colaboración de la mayoría de la aristocracia local. Además, aplicaron un sistema de impuestos que sustituyó a la antigua costumbre del botín de guerra, evitando odios y ganando más adeptos a su causa. A todo ello debe añadirse la escasa presión por imponer su religión, al menos en los primeros tiempos, hecho que mereció el respeto de los invadidos. Por otra parte, el árabe, tras ser designado como lengua administrativa, se difundió con gran rapidez por los territorios conquistados, facilitando la relación entre los árabes y los pueblos dominados.
Durante el califato de Marwan II, el islamismo sufrió una nueva guerra civil entre los omeyas y sus grandes rivales los abasidas. De la matanza del clan omeya sólo pudo librarse el joven Abderramán, quien huyó hacia al-Ándalus, fundando poco después el Emirato Independiente de Córdoba (756).
Se conoce con el nombre de al-Ándalus el territorio de la Península Ibérica ocupado por los musulmanes entre los años 711 y 1492.
No existe una opinión unánime en torno a la etimología de la denominación al-Ándalus. Se han publicado diversas teorías sobre ello, pero ninguna concluyente.
Así, el islamólogo holandés Reinhardt Dozy (1820-1883), en su obra “Historia de los musulmanes de España”, propuso que el nombre proviene de los vándalos: vandalus (tierra de los vándalos).
Otros estudiosos como Joaquín Vallvé, catedrático de la UCM de Madrid, (La conquista y sus itinerarios), Juan Fernández Amador de los Ríos (Antigüedades ibéricas) y Georgeos Díaz-Montexano (Textos de Platón) exponen que Ándalus sería la forma árabe con la que se denomina la isla Atlantis referida por Platón.
Según otra corriente de opinión, encabezada por el teutón Heinz Halm, la palabra procede del germano: land = tierra, lus = de sorteo, lo que estaría relacionado con el reparto de las tierras hispanas a las tribus germánicas.
Andalucía tiene su origen en el término arabizado: “al-Andalusíya”, es decir, al-Ándalus con el sufijo femenino “iya”.
Desde que, el 16 de julio del año 622 de la Era Cristiana, Mahoma iniciara su Hégira hasta la conquista de la Hispania visigoda, apenas habían transcurrido 90 años y en la dominación peninsular tardaron escasos cinco años.
La situación caótica de la Península Ibérica, heredada del desastroso reinado de Witiza, favoreció la ocupación y el dominio, que perduró durante ocho siglos. El avance islámico no careció de episodios violentos, sin embargo avanzó más bien mediante acuerdos con los nobles visigodos, que entregaban tierras a cambio de privilegios.
LA ECONOMÍA DE AL-ÁNDALUS
La economía islámica era esencialmente urbana. Los musulmanes establecieron como base de su sistema económico el desarrollo de las ciudades y de las actividades que ello conlleva, es decir, la industria y el comercio.
Las urbes se desarrollaban rodeadas de cinturones hortofrutícolas y los zocos y arrabales de profesiones artesanales eran esenciales en su forma de vida. No existían grandes industrias, sino pequeños talleres de muy diversas especialidades. La agricultura extensiva cerealista y la ganadería, que tanta importancia tuvieron en épocas anteriores, quedan ahora relegadas.
Al-Ándalus era el único centro de importancia comercial y cultural de Europa entre los siglos VIII y XI y se hallaba integrado en el circuito comercial que se extendía a lo largo del Mediterráneo, penetraba en África y llegaba hasta la India, relacionándose con China por medio de las caravanas y con los territorios bálticos a través de los ríos navegables rusos.
Los productos de al-Ándalus predominaban en los incipientes mercados del norte europeo hasta finales del siglo XII. Su cultura, recibida de Oriente, enlazaba con el mundo griego y llegó a alcanzar un esplendor que la Europa cristiana sólo conocerá a partir del siglo XIII. Al-Ándalus, y los dominios musulmanes del sur de Italia, transmitieron al resto del mundo europeo occidental el saber clásico que, unido al pensamiento cristiano, configuraron la Europa medieval.
LA MONEDA
El comercio fue posible gracias a la existencia de una moneda universalmente aceptada. En principio, los musulmanes se limitaban a utilizar las monedas existentes en los territorios conquistados, y más adelante se complementarán, primero, y serán sustituidas, después, por las acuñaciones de los omeyas a finales del VII.
El sistema monetario se fundamentaba en tres monedas: el dinar, el dirham y el felús. El dinar era de oro y se inspiraba en la moneda del emperador bizantino Heraclio. Fue acuñada por primera vez por Abdelmalik en los años 695-697 d.C. (76-78 de la Hégira), el dirham era de plata y valía 1/10 de dinar. El felús se acuñaba de cobre.
En las monedas islámicas únicamente aparecían leyendas proclamando la unicidad de Dios y su preferencia por la misión profética de Mahoma “En el nombre de Alá, no hay dios sino Alá, Mahoma es el emisario de Alá”. A lo largo de los siglos VIII y IX, fueron apareciendo otros elementos no religiosos en los textos como los nombre de gobernadores, califas, y personajes en la línea de sucesión dinástica.
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