-Durante la Guerra de Independencia española (1808-1814), dos enemigos históricos e irreconciliables como España y Gran Bretaña se vieron obligados a combatir juntos contra Napoleón. Fue una alianza difícil, tensa y plagada de riesgos, sobre todo para los españoles, por los excesos cometidos por las tropas británicas en suelo español.-
El resultado final de aquella guerra, con la victoria sobre Napoleón y los franceses, ha acabado enmudeciendo el relato de los terribles actos que llevaron a cabo los soldados de Wellington: el saqueo de Badajoz, el pillaje de Ciudad Rodrigo, el incendio y destrucción de San Sebastian, los bombardeos injustificados sobre Béjar… Wellington también adultero la lealtad y confianza que depositaron los españoles en él al criticar la obra de las Cortes de Cádiz y la Constitución. Sus desprecios hacia el ejército e instituciones españolas fueron constantes. Pero remontémonos unos años atrás en la Historia…
Durante la Edad Moderna las relaciones entre los reinos de España y Gran Bretaña fueron de abierta hostilidad traducida en multitud de guerras y enfrentamientos armados. En los años que precedieron a la Guerra Peninsular, denominación de la historiografía inglesa a nuestra Guerra de Independencia, ingleses y españoles habían medido armas en Santa Cruz de Tenerife (1797), Cabo San Vicente (1797), Algeciras (1801)…, hasta desembocar en la batalla crucial: Trafalgar (1805). Meses antes de la sublevación general contra los franceses, el 2 de mayo de 1808, ingleses y españoles eran técnicamente enemigos y los primeros no perdieron el tiempo. Los británicos tenían preparadas expediciones militares destinadas a soliviantar las posesiones coloniales americanas contra la corona española. El mismo Arthur Wellesley había sido escogido para mandar una expedición contra el territorio de la actual Venezuela y esperaba las últimas órdenes en Cork, Irlanda, con 9.500 hombres, hasta que los acontecimientos de España truncaron su expedición.
El origen de la intervención militar británica en España estuvo en el nacimiento de la Suprema Junta de Gobierno de Asturias. Esta envío dos representantes a Gran Bretaña solicitando la ayuda británica para combatir a los franceses. Haría falta esperar hasta septiembre de 1808, ya constituida la Junta Central, para enviar emisarios a Londres a suscribir un tratado de alianza con todas las formalidades. El gobierno español solicito una ayuda monetaria y material más que militar. El recuerdo fresco de las pasadas batallas y la herida de Gibraltar aun seguían abiertas. Los primeros compases militares británicos en la Península no fueron muy gloriosos, pues la enérgica ofensiva de Napoleón en la Península le llevo a las puertas de Madrid antes de las Navidades de 1808. El pequeño cabo desbarato a los ejércitos españoles y puso en aprietos a los británicos, incapaces de enfrentarse directamente a los franceses. El general John Moore (Wellington estaba en Inglaterra para responder a una investigación) se hizo cargo del mando y decidió la retirada hacia la Coruña, donde le podía asistir la cobertura de la Royal Navy.
La retirada fue desoladora, y estuvo marcada por las condiciones invernales, que costo la vida a 6.000 soldados británicos. Las marchas agotadoras, el tiempo gélido y las frecuentes escaramuzas con la vanguardia de las tropas francesas provocaron la caída en el alcoholismo de numerosas tropas, y su consiguiente abandono ante el avance francés. Esta retirada británica, muy parecida a la de Dunkerque en 1940, supuso un desastre militar que supieron convertir en un triunfo moral. Los soldados británicos reembarcaron y Moore murió en combate, herido por una bala de cañón y reverenciado como un héroe. Sin embargo, mientras vivió en España ni el ni sus tropas se comportaron como tales… Fueron malos aliados, dejaron a las tropas españolas solas contra los franceses y cometieron toda clase de tropelías en su desesperada huida hacia la Coruña. En esta guerra, ningún ejercito extranjero se comporto con decencia con la población civil española. Tras la retirada de principios de 1809, la propaganda inglesa se puso a funcionar y echaron parte de la culpa del desastre a los españoles. “Los sueños románticos sobre el valor y el patriotismo españoles se esfumaron en una noche”, llego a escribir Arthur Bryant.
----- LA DEFENSA DE LOS ANGLOFILOS -----
A pesar de este revés el prestigio de los ingleses en España siguió intacto, y al fragor de los acontecimientos bélicos surgieron multitud de panegíricos escritos por plumas anglófilas. La guerra no solo se gana en las trincheras de tierra sino también en las de papel: el periodista y escritor José María Blanco White fue de los primeros en poner su pluma a disposición de los soldados de Su Graciosa Majestad. Su periódico El Español fue fiel reflejo de esas intenciones.
Blanco White critico a la Junta Central Suprema “consagrada al error” y disculpo a los ingleses en estos términos: “victima de este sistema de engaño fue el desgraciado y generoso Sir John Moore, y poco falto para que lo fuera todo su ejercito (…). Yo no dudare dedicar mi pluma a dar a conocer a mis compatriotas el hombre que se sacrifico por la causa de España”. Blanco White tenía una información limitada sobre los acontecimientos españoles, pues escribía desde Londres y allí había que ensalzar por convencimiento o interés a los nuevos aliados contra el francés. Cualquier desmán o exceso quedaba inmediatamente censurado aun a costa de desprestigiar a sus propios compatriotas. Hablar del ejército británico en la Península es hablar de su jefe, personificación de las virtudes y vicios británicos: el laureado Arthur Wellesley, duque de Wellington. El hombre que dirigió a las tropas británicas en suelo peninsular y tuvo que coordinar los esfuerzos y solventar las diferencias de tres naciones diferentes para alcanzar la victoria fue un aristócrata irlandés. Nacido en Dublín, muy pronto sintió la llamada de las armas e ingreso en el ejército. En 1796, tras ser ascendido a Coronel, acompaño a su División a la India junto a su hermano mayor, Richard Wellesley, segundo conde de Mornington, quien fue nombrado Gobernador General de la India. En 1799 estallo la guerra contra el Sultan de Mysore, Tipu Sultan, conocido como el Tigre de Mysore. Arthur Wellesley comando su propia división. Fue nombrado comandante supremo tanto militar como político en el Deccan, y venció a los Marathas en 1803. Esta guerra colonial le serviría al joven Wellesley en futuras batallas, demostrando una gran capacidad táctica, una paciencia a prueba de bombas y una brillante estrategia defensiva. Como el mariscal Montgomery de la Segunda Guerra Mundial, no iniciaba ninguna ofensiva hasta no asegurarse una superioridad numérica y material sobre el enemigo, lo que le hacia parecer como indeciso o lento en batalla.
Al desembarcar en España por primera vez, a cargo de las tropas expedicionarias británicas en 1808, el duque de Wellington no imaginaba las dificultades que iba a arrostrar a la hora de trabar una alianza sólida con los españoles. Ambos luchaban contra el mismo enemigo pero las diferencias dieron lugar a multitud de encontronazos. Wellington no ahorro críticas y desprecios hacia los españoles, su ejército o sus instituciones. En una carta dirigida al primer embajador ingles el la España combatiente, John Hookman Frere, en fecha tan temprana como julio de 1809, Wellington decía lo siguiente: “Creo que no existe en España una persona que haya arriesgado tanto, o que haya sacrificado tanto, para llevarlo a cabo como yo. Pero desearía que los caballeros de la Junta, antes de culparme de no hacer mas, o de imputarme por adelantado de las probables consecuencias de los errores, o de la indiscreción de otros, vinieran o enviaran aquí a alguien a satisfacer las necesidades de nuestro ejercito semihambriento”. En esta misiva afloran una constante del carácter del duque durante el conflicto: su arrogancia.
Tras la victoria de Talavera culpo de su inactividad y de su posterior retirada hacia el Oeste y su cruce del Tajo a una serie de factores, entre ellos la deficiente situación de los abastecimientos. Quizás a sido Pablo de Azcarate, en su libro “Wellington y España”, quien mejor ha recogido la actitud deshonesta de Wellington hacia sus aliados españoles. La batalla de Albuera, mayo de 1811, no termino en una rotunda victoria por parte del bando aliado, sino en una ventaja táctica frente a los franceses; y ese resultado indeciso se lo achacaron los ingleses a los españoles. Hubo muchas bajas británicas como resultado de la batalla y Wellington, que por cierto no estuvo presente en ella, escribió las siguientes líneas: “Las tropas españolas, según he sabido, se comportaron admirablemente. Se quedaron quietos como rocas, mientras a veces los dos bandos disparaban sobre ellos, pero ellos seguían sin moverse, lo que explica todas nuestras perdidas. Esos españoles no saben hacer nada mas que quedarse quietos y ya podemos darnos por satisfechos si no echan a correr”. Ya tenemos otro rasgo del carácter de Wellington que sumar a su arrogancia: su sarcasmo.
----- POR CRITICAR QUE NO QUEDE-----
Aparte de ser el jefe supremo aliado en las operaciones militares en España y Portugal, Wellington también se permitía lanzarse a la palestra política, criticando los decretos y leyes que emanaron del Cádiz sitiado por los franceses. Para los ingleses las Cortes discutían una Constitución con poca relación con las necesidades concretas de España. Una perdida de tiempo. Solo se interesaban por los aspectos militares y, lo que es preocupante, con las leyes que afectaran al comercio hispanoamericano, ávidos como estaban los ingleses porque desapareciera el monopolio español con el comercio de las Indias y que se abriera a los comerciantes y negociantes de Londres. Wellington no tuvo nunca una opinión elevada de la asamblea nacional española; en una carta a su hermano Richard, declaraba lo siguiente: “Reconozco que siento una gran aversión a la nueva asamblea popular. (…). Pocas son las dudas que tengo de que en un corto espacio de tiempo España caerá en manos de Francia”. Demoledor. A un diputado asturiano a Cortes, Andrés Ángel de la Vega Infanzón, sugería que las Cortes debían rechazar el articulo 110 de la Constitución que prohibía la reelección de los diputados, así como el capitulo 7º en su totalidad, por el que se creaba el Consejo de Estado. Pero, tal vez, la objeción mayor que tenía el militar ingles respecto al sistema previsto en la Constitución era el referente a la propiedad de la tierra. Wellington critico extrañado que no se hubiera adoptado ninguna medida al efecto de preservar la propiedad de la tierra de las usurpaciones o violencias con motivo de revoluciones o desordenes. La solución, según el duque, era la constitución de “una asamblea de grandes propietarios territoriales” modelada conforme a la Cámara de los Lores británica, lo que no resulta tan extraño frente a un pensamiento ultraconservador como el suyo. Podemos admitir que un aliado pueda criticar e incluso cuestionar comportamientos del otro aliado, como dos amigos se dicen las cosas a la cara. Pero cuando tu aliado empieza a hacer correr tu sangre aparece la sospecha de que tienes dos enemigos, si bien uno de ellos actúa disfrazado. Veamos ahora la triada saqueadora que llevaron a cabo las tropas inglesas en Ciudad Rodrigo, Badajoz y San Sebastian. Estas tres ciudades creyeron que, tras la ocupación francesa, recuperarían la calma y paz pero los “libertadores” ingleses no ahorraron esfuerzos en saquear, violar y destruir todo lo que pudieron.
--------EL ASALTO DE CIUDAD RODRIGO------
Decidido a llevar la iniciativa en 1812, aprovechando la campaña rusa de Napoleón que le obligo a distraer numerosos efectivos de la Península, Wellington quiso asegurarse antes la posesión de Badajoz y Ciudad Rodrigo, que guardaban en el lado español las dos vías principales entre España y Portugal. Por ello, el 19 de enero de 1812 tomo por asalto Ciudad Rodrigo tras un corto asedio. La toma fue seguida de un estado de embriaguez colectiva de la tropa, asesinatos, saqueo de las casas de quienes salían alborozados a recibir a los libertadores y violaciones.
Wellington atribuyo los excesos a que era la primera vez que sus tropas liberaban una ciudad española, y estaban poco acostumbradas. El gobierno español, sordo a estos desmanes, premio al general británico con la creación del Ducado de Ciudad Rodrigo, el 30 de enero de 1812. No seria el último reconocimiento y honor que se le dispensaba a Wellington por su participación en la Guerra de Independencia: poco después, se le designo generalísimo de todos los ejércitos aliados en la Península con la única oposición del general Ballesteros, que por esta razón fue arrestado y posteriormente desterrado.
Tras el saqueo de Badajoz, el gobierno español de entonces mando de nuevo al zorro a cuidar de las gallinas. Esta ceguera auto flageladora llego llego a las paginas de los periódicos.
Algunas publicaciones adictas se desahogaban en elogios a Wellington y los ingleses, a pesar de los espantosos hechos, no aislados, que habían ocurrido. Un ejemplo de ello lo tenemos en las páginas de “Los ingleses en España”, impreso en Sevilla por la viuda de Vázquez y Compañía en 1813. Calificado de “peculiar” por Checa Godoy, contiene crónicas sobre las batallas de las tropas inglesas contra las napoleónicas y artículos apologéticos de Lord Wellington y de otros generales españoles, como Castaños y Ballesteros, y del conde de Abisbal, y otros referidos a la actitud de los ingleses en la insurrección de las colonias españolas en America. La información la tomaba de periódicos ingleses, completándola con otros españoles. Sobre la batalla de Vitoria, señala, por ejemplo, que es “copia fidedigna de un impreso” de esta ciudad. Sobra decir que en este caso fue probablemente financiado por los ingleses. Leamos un editorial del periódico titulado “Elogio del Lord Wellington”, tras los sucesos de Ciudad Rodrigo y Badajoz: “Las invectivas y sátiras vergonzosas llegaron hasta los muros de Badajoz, donde reposaba tranquilo este Scipion rodeado de sus gloriosas centurias: los periódicos nacionales acriminaban altamente esta paz octaviana, que así la graduaban estos impolíticos, cuando no diga neciamente preocupados; pero cayo el telón, y apareció un héroe, un héroe que con solo salir hacer sus avanzadas de aquella ciudad fuerte y pertrechada, los espantados invencibles vuelven la cara a los Pirineos, para esconderse entre sus peñascos, y no ver los desperezos del león ingles”.
Los ingleses no fueron amigos de los españoles, pero eses letras demuestran que algunos compatriotas nuestros si fueron amigos suyos. Sin nada que envidiar a ninguna campaña de propaganda actual, se afirmaba alegremente “que la toma de Badajoz es un testimonio ilustre que hará inmortal el nombre del Lord Wellington en la remota posteridad, como Tiro el de Alejandro el Grande”. Seguramente, Juana María de los Dolores de León, futura mujer del general Harry Smith, y su hermana, que fueron de los pocos civiles españoles que consiguieron sobrevivir, tendrían una opinión distinta.
Recorriendo las trincheras de papel encontramos un diario que puso las cosas en su sitio y nos ofrece la descripción mas acertada, ponderada y bien escrita de lo que ocurrió en Badajoz y Ciudad Rodrigo a manos de los ingleses. Nos estamos refiriendo al diario oficialista Diario de Madrid, que nació en 1788 con privilegio real para su impresión. En su número del sábado 18 de julio de 1812, un español medianamente instruido podría acercarse a la verdad a través de estas líneas que conforman un verdadero manifiesto:
“Los ingleses han tratado a sus aliados los españoles en las plazas de Ciudad Rodrigo y Badajoz como a los nababes de la India. El saqueo ha sido general, se ha violado de un modo brutal y peculiar de las tropas de aquella nación las mujeres casadas, solteras, religiosas, de todas clases, entrando en los conventos, profanando los templos, hollando las santas formas, y pisándolas en horror y desprecio del catolicismo, para ellos primer crimen y sobre lo que no admiten tolerancia. Lo mismo acaban de ejecutar en otros pueblos de Extremadura, a que llegaron unas divisiones inglesas, dejándolos arrasados en su retirada, y talados enteramente los campos, que ofrecían los mas óptimos frutos. La conducta de estos vándalos no se puede describir sin horror. El clamor ha sido tal que hasta los demagogos de Cádiz se han visto forzados a quejarse al Lord Wellington, el cual siguiendo las huellas de su gobierno, y tratándolos como esclavos y vendidos, se ha dignado contestar fríamente, que estas son consecuencias de la guerra”.
----LA MATANZA DE SAN SEBASTIAN----
Alguien podría decir que el ejército británico no podía soportar la derrota… ni el éxito. Los historiadores británicos pocos dados a nombrar los puntos negros de su Historia encontraron una notable excepción en Napier, que se atrevió a colocar a sus compatriotas en el sitio que se merecían:
“En Rodrigo, los hechos principales fueron la embriaguez y el pillaje; en Badajoz a la satisfacción de los apetitos carnales y al asesinato vinieron a añadírseles la rapiña y la embriaguez. Pero en San Sebastian, la crueldad mas espantosa y repugnante se añadió a la relación de crímenes”.
Certera presentación de la tercera victima de los atropellos ingleses en España: la destrucción e incendio de San Sebastian en 1813. El británico Graham dispuso su asedio, y la ciudad cayo al cuarto asalto. La soldadesca desmandada la saqueo durante una semana, mato a mas de mil habitantes, sometió a torturas a los sospechosos de guardar dinero o alhajas, violo a mujeres y prendió fuego a los edificios, ayuntamiento (con su archivo) y consulado incluidos. De 600 casas y palacetes que componían el vecindario (de las que solo 60 habían sido destruidas durante el asedio) quedaron 40 en pie.
Wellington, sordo a la tragedia civil, permitió que Lord Lidenoch, al mando de la tropa asaltante, fuera condecorado. El Ayuntamiento de San Sebastian presento, textualmente, un manifiesto a la Nación, sobre la conducta de las tropas británicas y portuguesas en dicha plaza, el 31 de agosto de 1813 y siguientes. Comienza con un lamento conmovedor: “La ciudad de San Sebastian ha sido arrasada por las tropas ahijadas que la sitiaron, después de haber sufrido sus habitantes un saqueo horroroso y el tratamiento mas atroz de que hay memoria en la Europa civilizada. He aquí la relación sencilla y fiel de este espantoso suceso”.
A partir de ahí no ahorra palabras y sentimientos para describir el horror de las innumerables atrocidades que cometieron los soldados británicos a una población esperanzada en la liberación. La bestia de la guerra apareció con múltiples cabezas: violación, robo, profanación, humillación, asesinato, destrucción, saqueo, incendio… para dejar mudos a los habitantes de la ciudad pero no a los del resto del país.
Los abusos de Badajoz habían sido deplorables, y hubo poca reacción desfavorable de la España libre a las atrocidades cometidas. Pero San Sebastian cayo próxima a la victoria final y la población española ya no estaba dispuesta a tolerar tales excesos. En consecuencia, en la prensa de Cádiz arreciaron las protestas y Wellington, aguijoneado por las vociferantes críticas, se quejo amargamente a su hermano Henry, a la sazón embajador en España, de la prensa gaditana.
-----EL REVERSO DE LA MONEDA-----
Uno de las abejas que aguijoneo la conciencia del reputado militar británico fue el diario gaditano El Duende de los Cafés, de carácter político y patriótico e ideas liberales “exaltadas”, anticlerical y “enemigo” de las ordenes regulares. El diario lanzaba las siguientes preguntas en su numero del 6 de octubre de 1813: “Estoy dudoso de quien pueda ser la causa de la conducta horrorosa que las tropas inglesas han observado en San Sebastian; no se si atribuirlo al descuido o a una siniestra orden de los generales. (…). Yo creo que si el duque de Ciudad Rodrigo observa mientras permanezca en España mandando ejércitos, la política de los sabios generales españoles, evitara tan amargos disgustos como los que nos han ocasionado los desastres de Badajoz y los que acaban de suceder en San Sebastian”.
La población española empezaba a conocer la verdadera naturaleza de sus “aliados” y a tomar una postura de desconfianza hacia ellos.
Después de todos estos sucesos la historiografía española, en general, ha tratado con respeto a la participación británica en la Guerra de Independencia. Ya hemos visto que durante el transcurso de la contienda las voces españolas críticas con los ingleses eran muy escasas y aisladas. La historiografía británica ha sido, tradicionalmente, muy chauvinista, considerando básica, fundamental e imprescindible la actuación de los británicos y, en especial, de su jefe. Incluso Raymond Carr considero la batalla de Bailen como “un azar afortunado”. Pero Wellington no se hubiese podido mantener tanto tiempo si las guerrillas no hubieran sido una amenaza constante que obligo a los franceses a distraer gran número de tropas. Los abusos que realizaron los ingleses en España no pueden considerarse casos aislados aunque tampoco obedecieron a órdenes directas de los jefes militares. Tan solo demuestran el poco respeto, lealtad y honestidad que desarrollaron en la guerra. Cuando veamos un cuadro del duque de Wellington, adusto, serio y sin macula, veremos traslucido el reverso de ese semblante en los horribles saqueos y destrucciones que realizaron los ingleses en España
-Autor del articulo: Carlos Alberto Font Gavira