https://www.google.com/amp/s/www.infobae.com/cultura/2022/03/30/es-el-arte-contemporaneo-un-fraude-millonario/%3foutputType=amp-typeHay obras que despiertan críticas y burlas, pero que se venden por grandes cifras. El concepto de bellas artes parece haber quedado en la historia. ¿Por qué sucede?.
El término arte contemporáneo, aplicado al arte producido a partir de fines de la década del sesenta, es una denominación tan abarcativa como convencional. Es una etiqueta que carece de provocación, además de una perspectiva social y geográfica. Ready-made o arte encontrado es más asertivo porque en su definición está el cambio de paradigma: se refiere al arte hecho con objetos cuya funcionalidad es diferente a la del objeto artístico. Marcel Duchamp y su orinal famoso dado vuelta en una exposición de arte en 1917 son, para muchos, el puntapié inicial de lo que se consideró, desde los claustros academicistas y poco afectos a las posturas vanguardistas, una aberración. Su obra inauguró una base conceptual sobre la que se asentó gran parte del arte por venir.
Sin embargo, existen una serie de claves que ayudan a abordar este tipo de objetos artísticos y que son necesarias para así evitar juicios apresurados. Es importante entender que el arte ya no debe encajar en los vetustos y canónicos parámetros de belleza. Esa premisa es sustancial y comenzó a gestarse a fines del período clasicista cuando los alumnos que acudían a las academias europeas comenzaron a rebelarse contra los preceptos estéticos establecidos. Fueron estos futuros artistas quienes iniciaron una ruptura con los modelos y la tradición. Quizás el término Bellas Artes sea ya una forma demasiado enraizada en el pasado.
El cambio de soporte en el que se asienta la obra también es otro de los puntos fundamentales para empezar a entender el arte de nuestros días. Ya no son necesarios el bastidor o el mármol (por nombrar solo algunos) para que el artista exprese su visión del mundo. Lo que importa es el concepto, la idea que expresa la obra y que debe ser contextualizada en su tiempo. Y en este ítem hace su entrada otra de las claves esenciales: el rol que tiene el espectador, que se vuelve un actor principal.
Desde inicios del siglo XX el espectador ya no es un sujeto pasivo que acude a los museos a contemplar arte con admiración. Influido por las vanguardias europeas, se trata, en cambio, de uno activo que reflexiona, extrae conclusiones impensadas y reacciona. Esta inversión de roles convierte al espectador en un eslabón importante del mensaje (concepto) que la obra transmite. Incluso, si no se entiende el espíritu de la pieza, eso también forma parte de ésta.
El arte no se trata de likesDesde la teoría, Ernst Gombrich fue uno de los principales precursores de la desmitificación del arte. El historiador británico de origen austríaco, traducido a más de veinte idiomas, afirmó que no existe el arte si no los artistas y que son éstos los encargados de dar por tierra los cimientos sobre los que la idea de arte se asentó cómoda a lo largo de los años. También acusa a los museos como los responsables de imprimir ese halo sacro a las obras: sogas o marcas en el piso que rodean pinturas y esculturas para su protección, el silencio reinante en las salas, las vallas, los guardias de mirada inquisidora, los vidrios como escudos, la severidad de las cámaras de vigilancia…
El arte no debe ser evaluado por un tamiz tan liviano como una simple cuestión de gustos. No se trata de alzar el pulgar o declinarlo, como así tampoco los artistas deben pretender solo recibir halagos.
La lucha del artista actual es justamente esa cruzada: demostrar que la actividad artística cambia porque es síntoma del mundo revuelto que vivimos hoy en día. Ir en contra de lo bello y de los prejuicios heredados que demarcaron los gustos a lo largo de los años es el camino para que el arte siga siendo un elemento de denuncia y de cambio y no simplemente algo mimético y fidedigno.