Todos los cronistas antiguos coinciden en que Alejandro fue otra “delicia del género humano” como el Tito de Suetonio. Una bendición después del escandaloso y criminal paso de Heliogábalo por el Palatino. Fue un ejemplo de justicia, honradez, afabilidad y, sobre todo, dedicación al Imperio. No hay que olvidar que su abuela lo promocionó a César para compensar los excesos de Heliogábalo. Tanto Mesa, como su madre Mamea, pusieron todo su empeño en alejarlo de la influencia del primo, mientras este vivía, y de toda persona de mal vivir que lo pudiese corromper. Tras la muerte de Mesa la influencia de la madre sobre el emperador se hizo mucho más fuerte, incrementada por el séquito de asistentes y asesores que, previamente, ella había propuesto o comprado. Para evitar que cayese bajo la influencia de gentes no recomendables, o que pudiesen afectar a la posición dominante de Mamea, ella lo hacía estar ocupado permanentemente con los asuntos del imperio, por lo que el joven Augusto desarrolló una intensa labor administrativa en todos los ámbitos del estado.
La posición dominante de la madre y el sometimiento del hijo a las decisiones de esta son, según Herodiano, los únicos aspectos censurables del emperador, y responsables directos del trágico fin de su principado. Aunque Lampridio apenas critica a la madre de Alejandro, el historiador griego la acusa directamente de avaricia y codicia desmesurada, que es por donde suelen venir el resto de los comportamientos censurables. Cuenta también que después de haberle buscado esposa al hijo entre las patricias de familia más ilustre la expulsó de palacio por envidia, ya que no soportaba no ser la única Augusta. No contenta con eso, persiguió a su familia hasta conseguir ejecutar al padre y desterrar a la joven. Aunque Alejandro le censuró estos hechos, no fue capaz de impedirlos por el fuerte lazo de obediencia que le unía a su madre.
Desde muy joven recibió una educación exquisita y fue versado en un amplio abanico de disciplinas, desde las matemáticas a las artes militares. Se le asignaron los mejores maestros del imperio. A pesar de los esfuerzos de Heliogábalo por quitar de en medio a los más virtuosos, le inculcaron un recto sentido de la justicia, la equidad y la moderación. Estudió oratoria con gran dedicación, pero siempre habló mejor el griego que el latín, con el que se sentía inseguro, por lo que pronunció pocos discursos, lo que le valió la fama de timidez, o prudencia según quien lo mire. Rechazó los nombres de Antonino y el sobrenombre de el Grande que le quiso otorgar el Senado. Pero sí aceptó que los soldados lo llamasen Severo, según Lampridio por su expeditiva forma de imponer la disciplina y castigar los desmanes de la tropa. Tampoco puso objeciones a que le añadiesen el nombre de Pío como se ve en las inscripciones oficiales y las leyendas de las monedas. Lo que lamentaba profundamente, y hacía lo posible por desprenderse de ese sobrenombre, era que algunos lo llamasen el “Sirio”.
Tan pronto como fue encumbrado al poder anuló todos los puestos de responsabilidad y administración que habían sido asignados por Heliogábalo a gentes de dudosa reputación y los asignó a personas de reconocida competencia y honradez. Se eligió un colegio de 16 asesores escogidos entre los senadores que inspiraban más respeto por su edad, sabiduría y moderación a los que siempre consultó antes de tomar alguna decisión. En los asuntos religiosos supeditó su criterio al consejo de los pontífices, quindecinviros y augures. Anuló o revertió sus propias decisiones relativas al culto después de haberlas tomado si era enmendado por estos. Devolvió las estatuas que Heliogábalo había movido a sus templos originales y revitalizó el culto Imperial y los dioses tradicionales romanos. Restableció también los privilegios de los judíos, que Heliogábalo había anulado, y fue tolerante con los cristianos, llegando a plantearse la construcción de un templo a Cristo en Roma. Se trataría del primer emperador que reconocería al cristianismo como una religión más del Imperio, antes que Filipo. Pero debemos tener en cuenta que solo lo reporta Elio Lampridio, que escribió sus biografías bajo el principado de Constantino y el cristianismo y era, de hecho, religión oficial. Es posible que haya introducido esta supuesta complacencia con los cristianos para mejorar, aún más, la imagen de Alejandro entre los lectores de principios del siglo IV.
En el ámbito económico, llevó a cabo reformas dignas de la macroeconomía moderna. Mejoró el acceso al crédito dando ventajas y privilegios a los comerciantes y banqueros para animar al mayor número de ellos a asentarse en Roma dinamizando así la economía de la ciudad. Recortó también los tipos de interés de los prestamistas, que como sabemos bien resulta en un impulso del consumo y la inversión. Intervino el precio de la carne, que había venido aumentando desproporcionadamente en los últimos años. Al mismo tiempo prohibió el sacrificio de vacas y cerdas, provocando el consiguiente aumento de la oferta y su correspondiente corrección de los precios a la baja hasta conseguir que los productos cárnicos resultasen asequibles a la población sin necesidad de intervención.
Después de gobernar el Imperio en paz y justicia durante 13 años, Alejandro tuvo que afrontar un año de conflictos externos que comenzaron en las fronteras del Este. Artajerjes, rey de los persas, había levantado a su pueblo en armas y derrotado a los partos, imponiendo su dominio sobre los pueblos bárbaros al otro lado del Tigris. Inmediatamente después cruzó la frontera del Imperio y comenzó a hostigar Mesopotamia. Intentó negociar con Artajerjes, pero cuando tuvo claro que los persas no iban a entrar en razón asumió que debía ir a la guerra y organizó un gran ejército para marchar a pacificar Oriente. Y aquí se vuelven a separar las versiones que nos dan Lampridio y Herodiano. Si el primero nos habla de una campaña exitosa de la que solo da detalles de la celebración del triunfo en Roma, Herodiano, con una descripción más precisa de la campaña, nos habla de un desastre. Según el historiador griego Alejandro habría dividido sus tropas en 3 columnas. La primera entraría en el país de los Medos por el norte, a través de Armenia. La segunda columna cruzaría el Tigris en el sur y avanzaría por el territorio de los bárbaros hacia el norte. La tercera columna, con las tropas más preparadas y el emperador a la cabeza, avanzaría de frontalmente por el centro del escenario de la campaña. La idea era despistar a los persas, obligarlos a combatir en dos frentes y darles el golpe de gracia con el avance de la tercera columna. La primera columna llegó al territorio enemigo sin problemas e infligieron varias derrotas a los persas. Pero la segunda columna, que no encontró resistencia avanzó hacia el norte con mucho descuido, confiando en que Alejandro estaba en camino con las tropas de élite. Pero el emperador no se presentó. Ya sea por decisión propia o por imposición de su madre que temió por la vida de su hijo, la tercera columna no salió del campamento. Artajerjes rodeó a la columna que avanzaba por el sur y la masacró. A pesar del fracaso, las tropas persas quedaron tan degradadas tras sus encuentros con las dos columnas romanas que Artajerjes decidió licenciar su ejercito y abandonar sus ambiciones con respecto al territorio controlado por los romanos. Al final, los legionarios habían vendido muy cara su derrota. A pesar de haber frenado al invasor, la reputación de Alejandro entre la tropa quedó seriamente dañada.
La tranquilidad le duro poco. Estando en Antioquía, aun recuperándose de la expedición y de una enfermedad que le causó la exposición al clima extremo de la región, le llegó la noticia de que los germanos habían cruzado las fronteras del imperio y estaban devastando Iliria. Esto calentó los ánimos de los soldados, especialmente los Ilirios, de donde había un importante contingente, que no solo habían sido derrotados en Oriente, sino que tampoco habían podido socorrer a sus familiares y amigos en casa. Conocedor de los ánimos de la tropa y del peligro que corría Italia, muy a su disgusto se presentó en Germania tan pronto como le fue posible. Después de llevar a cabo todos los preparativos de la campaña intentó negociar una paz con los germanos a cambio de dinero, muy a disgusto de los soldados, que tenían otras intenciones y muy malos deseos hacia los germanos. Con este último movimiento al ejercitó se les acabo por caer un héroe de manera definitiva.
Había en el ejercito un oficial llamado Maximino, original del interior de Tracia, al que por su experiencia Alejandro le encomendó la labor de entrenar a los reclutas, quienes le tenían verdadera devoción. Así, los soldados más jóvenes empezaron a ensalzar las virtudes y valentía de Maximino, frente a la timidez y cobardía de un Alejandro que se escondía bajo la falda de su madre. No está claro si fue espontaneo o preparado por el mismo Maximino, pero un día se presentó en el campo de entrenamiento para la instrucción los soldados lo aclamaron y lo vistieron con la púrpura. El tracio se negó, pero en una ceremonia que se repetirá con bastante frecuencia en lo que resta de siglo, los soldados no amenazaron de muerte y finalmente aceptó encabezar la rebelión y hacerse con el imperio. Al enterarse Alejandro entró en pánico. Ofreció todo lo que pudo y más a los soldados que había en su campamento, pero a medida que las tropas de Maximino lo fueron abandonando, acusándole de ser un “miedoso muchachito esclavo de su madre”, llamándola a ella “roñosa mujercita”. Alejandro se retiró a su tienda donde esperó a quien fuese el designado en darle muerte mientras lloraba y culpaba a Mamea de todos sus males. Maximino, después de haber confirmado su triunfo, envió a un tribuno y algunos centuriones a terminar la faena.
Y con esto concluyo el relato del último de los Severos y os presento la moneda. Qué paséis todos una muy buena noche vieja y mejor entrada de año!!!
Alejandro Severo, 222 – 235 dC.
Denario de plata, Roma, 231 – 235 dC.
Anv.: IMP ALEXANDER PIVS AVG, busto laureado, drapeado y con coraza a derecha.
Rev.: SPES PVBLICA, Spes avanzando a izquierda, sosteniendo flor en la palma de la mano derecha y alzando la estola con la izquierda.
RIC IV 254
Peso: 3,3g.
Diámetro: 20 mm.