Con la última moneda que presenté en Navidad concluí el relato de la vida de Caracalla y prometí traer a Macrino en cuanto me hiciese con alguna pieza bonita. Pues pude cumplir con la parte de hacerse con la pieza y ahora puedo hacerlo con la de presentarla y continuar con la historia de principios del siglo III, que tenía descuidada y no tiene desperdicio.
Marco Opilio Macrino era uno de los prefectos del pretorio de Caracalla, con consolidada carrera política y un profundo conocimiento de las leyes, aunque carente de experiencia militar. Al parecer procedía de baja condición, pero mostraba modales exquisitos y gustos refinados, y vestía con una elegancia poco acorde con la vida de los campamentos. Este comportamiento lo convirtió en objeto de las críticas del emperador, que lo acusaba de cobardía y afeminamiento y lo amenazaba con darle muerte con cierta frecuencia. Al final de su vida, Caracalla sospechaba continuamente de conspiraciones en su contra y trataba de mantenerse informado en todo momento apoyado en sus delatores, espías y personas de confianza. Uno de estos era un tal Materniano, al que había dejado en Roma a cargo de los asuntos del imperio y en quien depositaba su absoluta confianza. Caracalla escribió a Materniano pidiéndole que investigase por todos los medios humanos y divinos si alguien estaba conspirando contra él. No están claros los motivos, pero Materniano apuntó con su dedo a Macrino y así se lo transmitió por carta al emperador. Ocurrió que la carta de Roma llegó con todo el correo justo cuando Caracalla se disponía a montar su carro para participar en una carrera y ordenó a Macrino despachar el correo. Esté, cumpliendo sus órdenes, leyó todas las cartas y se enteró de que sus días estaban contados.
Macrino debía hacer algo más que esconder una carta para salvar su vida y trazó un plan para deshacerse del emperador. Para eso se valió de un centurión de la guardia de Caracalla llamado Marcial, cuyo hermano había sido ejecutado recientemente bajo acusaciones poco probadas y él mismo había sido injuriado por el emperador. Macrino aprovechó el resentimiento de Marcial y lo convenció para matar a Caracalla en cuanto se presentase la ocasión. Y esta se presentó en Carras, cuando Caracalla decidió visitar un templo de Selene solo con su escolta y en el camino le entró esa urgencia que no pudo evitar. Caracalla fue sorprendido en esa postura tan indecorosa y asesinado por Marcial, que intentó escapar, pero fue alcanzado por las jabalinas que le lanzaron los guardias germanos y murió sin llegar a revelar quién más estaba implicado en el magnicidio. El asesinato fue achacado por entero a Marcial, y Macrino, que se deshizo en lloros y lamentos, salió airoso sin que nadie sospechase de él.
Los soldados no eligieron sucesor inmediatamente, y solo ante las noticias de que el rey de los partos, Artabano, se acercaba con un ejercito para vengar las tropelías que habían sufrido de Caracalla, se plantearon la cuestión de la sucesión. Con la urgencia del combate, ofrecieron el imperio a Advento, el otro prefecto que tenía una amplia experiencia militar. Pero este lo rechazó alegando su avanzada edad. Macrino aprovechó la situación y, maniobrando con un grupo de tribunos, se hizo con el poder y se dispuso a enfrentarse a Artabano. Los partos llegaron dispuestos a echarlo todo, y aunque fueron rechazados con grandes pérdidas durante tres días, continuaban intentando derrotar a los romanos con todo lo que les quedase. Fue entonces cuando Macrino se dio cuenta de que el enemigo a quien querían humillar era a Caracalla, y que no tenían idea de que había muerto. Envió una carta informando a Artabano que el causante de los ultrajes a los partos había muerto y recibido su justo castigo, y ofreciendo pactos que pusiesen fin al enfrentamiento. Se cambiaron prisioneros, se devolvió el dinero que Caracalla había saqueado y se acordó un tratado que aseguró la paz entre los dos imperios.
Arreglado el asunto con los partos, Macrino retiró al ejército a Antioquía y escribió al Senado informando de su nombramiento. Prometió un reinado de libertad, de respeto a la clase senatorial y reparación de los daños causados por Caracalla. Asoció también a su hijo Diaumediano, al que hizo adoptar el nombre de Antonino, al trono en calidad de César. La muerte de Caracalla fue un alivio para la mayoría del Senado y el principal motivo de regocijo ante el nuevo emperador, al que reconocieron sin mayor problema. Los delatores y confidentes de Caracalla fueron perseguidos y ajusticiados y en Roma se celebraba con júbilo el cambio de época. Pero Macrino no regresó a Roma inmediatamente, como era de esperar, sino que decidió quedarse un tiempo con el ejército en Antioquía. Este fue, según Herodiano, su mayor error. Allí se dedicó a cuidar su barba, a la vida relajada, a gozar de artes y artistas y a darse todo tipo lujos. La vida del emperador contrastaba con los sacrificios de los soldados, a los que no dejó licenciarse y los mantuvo pasando penurias en los campamentos. Esto motivó protestas y conatos de rebelión que el emperador reprimió con mano dura, llegando incluso a crucificar a sus propios soldados.
Entre tanto, Mesa, la hermana de Julia Donma a la que Macrino obligó a abandonar Roma pero permitió conservar su fortuna, maquinó hábilmente en favor de su nieto Basiano, el hijo de Julia Soemis al que hizo pasar como hijo natural de Caracalla. Sobre estos movimientos de las Severas hablaré en el próximo post. Por ahora, basta decir que el dinero y las maniobras de Mesa fueron aumentando su influencia sobre las tropas desplegadas en Oriente y sumándolas a la causa de su nieto. Los soldados conjurados se presentaron una noche en el campamento de Fenicia con Basiano, al que hicieron aclamar como Antonino, y lo proclamaron emperador. Cuando Macrino se enteró de la maniobra subestimó la fuerza de sus adversarios y envió al prefecto Juliano a sofocar la rebelión con unas fuerzas limitadas. Las tropas de Juliano no llegaron a combatir. Al llegar al campamento rebelde les persuadió la visión del nuevo Antonino y el dinero de Mesa, decapitaron a Juliano y le enviaron la cabeza a Macrino. Macrino decidió salir con su ejército a derrotar al usurpador y ambos se encontraron en la frontera de Fenicia y Siria. Los soldados de Basiano lucharon altamente motivados por el destino que les esperaba si fracasaban, mientras que muchos de los soldados de Macrino huyeron o se pasaron al enemigo. En cuanto tuvo claro que la batalla estaba perdida, Macrino se despojó de todas las enseñas imperiales y huyó dejando a sus soldados en el campo de batalla. Escapó tan rápido como pudo intentando llegar a Roma, pero fue capturado en Bitinia. Según algunas versiones se había afeitado la barba que tanto cuidó para pasar inadvertido, pero no le sirvió para despistar a sus perseguidores. Lo encontraron enfermo de agotamiento por los esfuerzos de la huida y terminaron con su sufrimiento cortándole la cabeza. Con él encontró también la muerte su hijo Diaumediano. Con eso comenzaba el reinado de Basiano, ya conocido como Antonino y al que después llamarían Heliogábalo.
Os dejo la moneda, un bonito ejemplar de esa barba que tanto cariño le tenía su dueño, hasta que acabó perdiéndola para después perder la cabeza. Espero que os guste.
Denario de Macrino, Roma, 217 – 218 dC.
Anv: IMP C M OPEL MACRINVS AVG, busto laureado con coraza a derecha.
Rev: PONTIF MAX TR P COS P P, Securitas en pie a izquierda, apoyada sobre columna, con las piernas cruzadas y cetro.
RIC IV 24
Peso: 2,92g.
Diámetro: 20mm.