Pedromarmol PRAEFECTVS PRAETORIO
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| Tema: La ventana alta, novela del detective Philip Marlowe Sáb 06 Ago 2022, 10:02 am | |
| Esta novela escrita por Chandler en 1942, y titulada en España, La ventana alta trata de de una mítica moneda norteamericana, la señora Elizabeth Bright Murdock contrata a Marlowe para encontrar una vieja moneda rara, el Doblón Brasher, que perteneció a la colección de su fallecido esposo. Marlowe comienza a investigar, pero rápidamente, cómo no, se verá envuelto en una serie de inexplicables asesinatos. Si a alguien le interesa saber la historia de esta moneda aquí tiene un enlace: El doblón Brasher |
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Pedromarmol PRAEFECTVS PRAETORIO
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| Tema: Re: La ventana alta, novela del detective Philip Marlowe Sáb 06 Ago 2022, 10:17 am | |
| —Bien, señor Marlowe, ¿en qué puedo servirle?
—Hábleme del doblón Brasher.
—Ah, sí —dijo—. El doblón Brasher. Una moneda interesante. —Levantó las manos del escritorio y formó una torre de iglesia con los dedos, como un antiguo abogado de familia preparándose para soltar un poco de jerga enrevesada—. En algunos aspectos, la más interesante y valiosa de las antiguas monedas norteamericanas. Como, sin duda, ya sabe usted.
—Con lo que yo no sé sobre monedas norteamericanas antiguas casi se podría llenar el Rose Bowl.
—¿De verdad? —dijo—. ¿De verdad? ¿Quiere que se lo diga yo?
—Para eso estoy aquí, señor Morningstar.
—Es una moneda de oro, más o menos equivalente a una moneda de oro de veinte dólares, y aproximadamente del tamaño de medio dólar. Casi exacta. Se hizo para el estado de Nueva York en 1787. No tiene cuño. No hubo cuños hasta 1793, cuando se fundó la primera casa de la moneda en Filadelfia. Probablemente, el doblón Brasher se fabricó mediante moldeado a presión, y su fabricante fue un orfebre particular llamado Ephraim Brasher, o Brashear. Donde sigue existiendo ese apellido se suele escribir Brashear, pero en la moneda no. No sé por qué.
Me puse un cigarrillo en la boca y lo encendí. Pensé que tal vez sirviera para combatir el olor a moho.
—¿Qué es el moldeado a presión?
—Las dos caras de la moneda se grababan en acero, en contrarrelieve, por supuesto. A continuación, estas mitades se montaban en plomo. Las piezas de oro se prensaban entre ellas, en una prensa para monedas. Después se repasaban los bordes para que el peso fuera exacto, y se pulían. Esta moneda no se acuñó a máquina. En 1787 no había máquinas de acuñar.
—Parece un proceso lento —dije.
Asintió con su cabeza blanca y picuda.
—Mucho. Y como en aquella época no se podía endurecer la superficie del acero sin distorsión, los moldes se gastaban y había que volverlos a hacer cada cierto tiempo. Con las consiguientes variaciones de diseño, ligeras pero visibles con un buen aumento. De hecho, se podría decir que no hay dos monedas idénticas, si las juzgamos con los métodos modernos de examen microscópico. ¿Me explico?
—Sí —dije—. Hasta cierto punto. ¿Cuántas de esas monedas existen, y cuánto valen?
Deshizo la torre de dedos, volvió a colocar las manos sobre el escritorio y tamborileó suavemente.
—No sé cuántas hay. Nadie lo sabe. Varios centenares, mil, tal vez más. Pero de ésas hay muy pocos ejemplares que no hayan circulado y se encuentren en lo que llamamos condición impecable. El valor varía, desde unos dos mil dólares para arriba. Yo diría que en estos tiempos, desde la devaluación del dólar, un ejemplar que no haya circulado, cuidadosamente manejado por un numismático de prestigio, podría venderse fácilmente por diez mil dólares, o incluso más. Tendría que tener historial, eso sí.
—Ah —dije, y dejé que el humo saliera lentamente de mis pulmones, disipándolo con la palma de la mano para alejarlo del anciano que se sentaba al otro lado del escritorio. Tenía aspecto de no fumar—. Y si no tiene historial y no se maneja con tanto cuidado… ¿cuánto?
Se encogió de hombros.
—Siempre existiría la sospecha de que la moneda se adquirió ilegalmente. Robada, u obtenida mediante fraude. Por supuesto, podría no ser así. Aparecen monedas raras en los sitios y momentos más inesperados. En viejas cajas fuertes, en cajones secretos de los escritorios de las casas antiguas de Nueva Inglaterra… No es frecuente, eso se lo aseguro, pero ocurre. Conozco un caso de una moneda muy valiosa que apareció en el relleno de un sofá de crin que estaba restaurando un anticuario. El sofá había estado en la misma habitación de la misma casa de Fall River, Massachusetts, durante noventa años. Nadie sabía cómo llegó allí la moneda. Pero hablando en general, las sospechas de robo serían muy fuertes. Sobre todo en esta parte del país.
Miró hacia un rincón del techo con mirada ausente. Yo le miré con una mirada no tan ausente. Parecía un hombre al que se podía confiar un secreto… siempre que fuera su propio secreto.
Bajó poco a poco la mirada hasta mi nivel y dijo:
—Cinco dólares, por favor.
—¿Qué? —dije yo.
—Cinco dólares, por favor.
—¿A cuento de qué?
—No sea ridículo, señor Marlowe. Todo lo que le he contado se puede encontrar en la biblioteca pública. En el Registro de Fosdyke, concretamente. Usted ha preferido venir aquí y hacerme perder el tiempo contándoselo. Mi tarifa por eso son cinco dólares.
—Suponga que no le pago —dije.
Se echó hacia atrás y cerró los ojos. En las comisuras de sus labios se dibujó una levísima sonrisa.
—Pagará —dijo.
Pagué. Saqué de mi cartera un billete de cinco, me levanté, me incliné sobre el escritorio y lo deposité cuidadosamente delante de él. Acaricié el billete con la punta de los dedos, como si fuera un gatito.
—Cinco dólares, señor Morningstar —dije.
Abrió los ojos y miró el billete. Sonrió.
—Y ahora —dije—, hablemos del doblón Brasher que alguien intentó venderle.
Abrió los ojos un poco más.
—Ah, ¿alguien ha querido venderme un doblón Brasher? ¿Y por qué lo harían?
—Necesitaban dinero —dije yo—. Y no querían que les hicieran demasiadas preguntas. Sabían, o averiguaron, que usted se dedica a esto y que el edificio en el que tiene su oficina es un vertedero asqueroso donde puede pasar cualquier cosa. Sabían que su oficina está al final de un pasillo y que usted es un hombre anciano que probablemente no intentaría ningún truco…, por el bien de su propia salud.
—Pues parece que sabían muchas cosas —dijo secamente Elisha Morningstar.
—Sabían lo que tenían que saber para llevar a cabo su negocio. Como usted y como yo. Y nada de ello fue difícil de averiguar.
Se metió el dedo meñique en la oreja, hurgó un poco y lo sacó con un pegote de cera oscura. Se lo limpió en la chaqueta como si tal cosa.
—¿Y usted ha deducido todo eso del simple hecho de que yo llamara a la señora Murdock y le preguntara si su doblón Brasher está en venta?
—Pues claro. Ella pensó lo mismo. Es lo lógico. ......... |
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