Cuando presenté el pasado mes el as de Galba dije que me reservaba los detalles sobre Otón para cuando llegase el momento y que no iba a tardar. Me hice con ella poco después del verano. Era el último de los 12 césares que me faltaba y ya iba siendo hora de completar esa serie. Aunque tuve que ver pasar otras mucho más bonitas, pero también muy por encima de lo que me quería gastar. Lo difícil no es encontrar uno de estos denarios de una fuente de confianza, porque este tipo de monedas solo se deben comprar a vendedores de confianza. El problema siempre es la relación entre la conservación y el precio. Y los precios a los que se pone este señor te llevan a relajar mucho las exigencias de conservación.
La familia de Otón era una de tantas que salieron del anonimato y ascendieron en la sociedad romana durante las guerras civiles. El primer Otón del que tenemos noticias es el bisabuelo del emperador, un caballero romano casado con una mujer que pudo haber nacido esclava. Y no se sabría nada de él de no haber sido por sus vínculos con Livia Augusta. No hay un solo emperador en este año turbulento cuya familia no haya sido promocionada o favorecida por la esposa de Augusto, lo que para algunos historiadores la convierte en el autentico artífice de la política del siglo I. No se sabe que negocios tenía en común el bisabuelo de Otón con la mujer de Augusto, pero debían ser lo suficientemente fuertes como para que el hijo de este se criase en casa de Livia. Marco Salvio Otón, el abuelo del emperador, es el primero de la familia del que sabemos su nombre. Promovido al Senado, fue uno de los triunviros responsables de la acuñación de moneda (AAAFF), y nos dejó un as que suele ser el primer Otón que muchos fanáticos de los 12 césares meten en su colección. Aquí tenéis el que yo tengo, hasta hace poco mi único Otón:
https://www.imperio-numismatico.com/t140643-as-de-augusto-m-salvivs-otho-iii-vir-a-a-a-f-f-s-c-roma.Marco Salvio Otón no pasó del rango de pretor. Pero sí mejoró en el plano personal y familiar, por medio del matrimonio con una mujer de alto linaje emparentada con mucha gente importante. Un linaje que se transmitió a su hijo Lucio, padre del emperador, de quien incluso se insinuó que podría ser hijo de Tiberio, por el gran parecido y el aprecio que le dispensó el mismo emperador. La carrera de Lucio fue mucho más brillante que la de su padre y llegó a ser cónsul. Pero lo que le reportó los mayores beneficios personales fue el haber delatado una conjura contra Claudio, por lo que recibió del Senado el honor excepcional de colocar una estatua suya en el palacio y el favor del emperador, que lo incluyó entre los patricios y lo colmó de honores. Se casó también con una mujer de alta alcurnia con la que tuvo dos hijos y una hija. La chica fue prometida con Druso, el hijo de Germánico. No sabemos nada más de este acuerdo matrimonial, ni si estaba en vigor cuando Sejano truncó el futuro del chico.
Marco Otón era el menor de los hijos de Lucio, y el que le dio más quebraderos de cabeza. Ya desde muy pequeño despuntó en los malos hábitos y escándalos, y persistió a pesar de los latigazos con los que solía intentar corregirlo su padre. Ya adulto sedujo a una vieja liberta de la corte, decrépita según Suetonio, de la que se sirvió para llegar a Nerón y ganarse su confianza y afecto. Los dos compartían vicios y se hicieron grandes compinches de andanzas y de cama. La relación llegó a ser tan estrecha que Nerón le confió a Popea, por medio de un matrimonio de pantomima después de habérsela quitado a su marido, para desviar la atención de la madre. Fue Marco Otón el que ofreció el banquete de despedida a Agripina con Nerón, lleno de cordialidad, el día fijado para su asesinado. Muerta la madre y libre de su esposa Octavia nada se ponía en medio de Nerón y Popea, salvo que esta estaba casada con Otón. Pantomima o no, Otón sedujo o de dejó seducir por Popea y, llegado el momento, se negó a devolvérsela a Nerón. Se dice que incluso dejó al emperador plantado en la puerta de la casa lanzando amenazas y súplicas. Nerón rompió el matrimonio y envió a Otón a Lusitania como gobernador en un exilio dorado. Lo cierto es que el joven príncipe estuvo bastante comedido, según Suetonio para no alentar a las malas lenguas. Pero por la calle circulaba ya un verso en el que se decía que Otón “había empezado a cometer adulterio con su propia esposa”.
Es poco lo que nos llega de los historiadores clásicos sobre su estancia en la península, pero todo apunta a un Otón muy diferente al que era cuando vivía en Roma. Gobernó la provincia durante diez años, y destacó por su corrección y justicia. Y así estuvo hasta que el principado de Nerón llegó a su fin. Fue el primero en declarar su lealtad a Galba de manera incondicional, y en ese mismo momento pasó a formar parte del círculo íntimo del aspirante y después nuevo emperador. Por aquel entonces frecuentaba a un astrólogo llamado Seleuco, que le había vaticinado que sobreviviría a Nerón. Parece que este se le presentó, sin ser llamado, para decirle que muy pronto sería él el príncipe. A partir de ese momento Otón comenzó a manejar todas sus fichas, empezando por la adulación y la compra de simpatías. No escatimó en gastos, especialmente en lo que se refería a hacer favores a los soldados y otras personas influyentes. Todo ese esfuerzo se vio frustrado cuando Galba adoptó a Pisón. Entonces Marco Otón se vio fuera del trono, arruinado y acosado por los acreedores. Pocos días antes de la adopción había cobrado un soborno de un millón de sestercios por mediar en un puesto de intendente para de un esclavo de palacio e invirtió esa suma en comprar a los pretorianos por medio de un sistema casi piramidal. Empezó con un grupo de 5 oficiales que fueron incrementando su recompensa a medida que sobornaban a más pretorianos, que pasaban a formar parte de la pirámide de captación.
El día señalado Otón acudió a palacio por la mañana y estuvo presente con Galba en el sacrificio del que salieron presagios siniestros. Entonces se le acercó un liberto y le dijo que habían llegado los arquitectos. Puso la excusa de que quería ir a ver una casa en venta y se dirigió a tomar el mando de la insurrección camuflado en una litera de mujer. Cuando los porteadores mostraron signos de debilidad se bajó y se echó a correr. Tuvo que parar a abrocharse un zapato y entonces los que le acompañaban lo levantaron a hombros y lo introdujeron en el campamento, entre vítores y espadas desenvainadas. Lo primero que ordenó fue la muerte de Galba y Pisón. Al final del día entró en el Senado para ser confirmado, mientras la plebe lo aclamaba con el nombre de Nerón, al cual parece que no puso ascos. No solo restableció las estatuas de su antiguo amigo, restituyó los cargos a los funcionarios y libertos, entre estos la prefectura de Roma a Flavio Sabino, hermano de Vespasiano. Asignó 50 millones de sestercios a las obras de finalización de la Domus Aurea. Volvía a parecerse al joven Otón, el que forzaron a exiliarse en Lusitania, ahora bajo la forma de un nuevo Nerón. A la muerte de Galba le siguió un día de crímenes contra los partidarios y colaboradores de Galba que quedaban con vida. La ola de asesinatos le granjeó muchas críticas y desconfianza pero entre estas fue muy celebrada la orden de ejecución de Tigelino, el último prefecto de Nerón y responsable de muchos crímenes, que había podido escapar a la muerte gracias a la intercesión de Tito Vinio ante Galba. También sentó bien en amplios sectores del Senado el que se hubiese perdonado la vida al cónsul Mario Celso, a pesar de que se había posicionado abiertamente a favor de Galba. Consiguió que los pretorianos no lo ejecutasen prometiendo que lo encerraría de por vida.
Para cuando Otón tomo el poder las tropas de Germania, en rebelión casi desde que Galba llegó a Roma, ya habían proclamado emperador a Vitelio. Otón sugirió al Senado enviar una embajada para informar de la elección del nuevo emperador y exhortarlos a aceptar la decisión. En este sentido, el reconocimiento del Senado le daba la legitimidad legal. Además ofreció a Vitelio compartir el imperio y convertirse en su yerno. Pero los vitelianos eran más una horda anárquica que un ejército organizado, y una vez que se pusieron en marcha no había quien los parase. Cuando se les unieron las tropas de Britania Vitelio dividió su ejército en dos frentes. Envió a Fabio Valente a atraerse a las ciudades de la Galia o a someterlas por la fuerza si se resistían, para después acceder a Italia a través de los Alpes. El segundo ejército se lo asigno a Cécina con el encargo de atacar el norte de Italia bajando por los Apeninos. Los dos ejércitos causaron el terror allí por donde pasaron, cometiendo toda clase de tropelías con los que se les oponían e incluso con algunos de los que se les unieron.
Cuando tuvo claro que la guerra era inevitable Otón decidió adelantarse, aun a pesar de que todos los augurios eran funestos. Aparcó sus renovados vicios y se dedicó por entero a la comandancia del imperio. Hizo comparecer en el Capitolio a Mario Celso, se reconcilió con él y lo nombró entre los generales que conducirían a su ejército. Desde ese momento la lealtad del uno con el otro fue inquebrantable. Otro de sus generales más próximos fue Suetonio Paulino, de quien Tácito cuenta mucho más que su propio hijo, supongo que por razones sobre las que volveré en unas líneas, y que demostró altas dotes estratégicas que, por desgracia para Otón, no fueron apreciadas en la medida en que debieron. La mayoría de las provincias se pusieron del lado de Otón, especialmente las orientales, donde Vespasiano hizo jurar a sus tropas fidelidad al príncipe ratificado por el Senado. Justo en medio de estos preparativos apareció en Acaya un falso Nerón. Se trataba de un esclavo o liberto, con cierto parecido físico y experto en cítara y canto, lo que le permitió embaucar a una prole de soldados y hacerse fuerte en la isla de Citno. Engañado por los capitanes de dos trirremes embarcó hacia Siria para tomar el control del ejército oriental. Pero una vez en alta mar lo capturaron y lo decapitaron. La cabeza llegó a Asia y desde allí fue enviada a Roma.
La guerra viene descrita por Tácito con todo lujo de detalles al final del primer libro de las Historias. Comenzó con ventaja para Otón. Lanzó una escuadra naval a invadir la Galia Narbonense. Allí obtuvieron una victoria contra las tropas de Valente y consiguieron retrasar su marcha hacia los Alpes para unirse a Cécina. Este penetró solo en Italia y avanzó sin resistencia por la llanura del Po hasta Placencia e intentó tomarla al asalto. Con poca disciplina y mucha descoordinación las tropas de Cécina fueron rechazadas con grandes pérdidas y se retiraron en dirección a Cremona. Cécina se encontraba en una situación difícil, con grandes pérdidas y con Valente en camino para llevarse los méritos de una posible victoria y el rescate de un ejército derrotado. Intentando dar un vuelco a la situación intentó tender una emboscada al ejército otoniano cerca de Cremona. Pero estos planes llegaron a oídos del enemigo y estos le tendieron una contraemboscada y le causaron a los vitelianos otra considerable derrota. Suetonio Paulino, siempre muy prudente y conservador mandó retirar a la infantería una vez se hubo asegurado la victoria. Esto le hizo ser blanco de muchas críticas por parte de no pocos que opinaban que se podía haber destruido al ejército de Cécina definitivamente y con eso sentenciar la guerra a favor de Otón. Hubo quienes directamente acusaron de traición a Celso y a Suetonio. Sin llegar tan lejos, Otón sí hizo caso a las voces que acusaban a los dos generales de excesiva prudencia o cobardía y puso al frente del ejército a su hermano Ticiano, pero quien realmente tomaba las decisiones era el prefecto del pretorio Próculo.
Con la llegada de las tropas de Fabio Valente los vitelianos, al completo, podían atacar Italia abiertamente y jugárselo todo en una batalla decisiva. En el campamento de Otón se debatió sobre la estrategia a seguir. Suetonio y Celso apoyaban claramente someter a los vitelianos a una guerra de desgaste. Ticiano y Próculo se mostraban a favor de lanzar un ataque inmediato y sentenciar la guerra en una batalla decisiva. Otón, que manejaba muy mal la incertidumbre y quería zanjar el asunto cuanto antes apoyó la idea de zanjar la cuestión en un solo golpe. No hubo más que decir. Después se decidió también que Otón no participase en el combate y se retirase a un campamento en Brixelo, donde podría dedicarse a planificar el futuro del imperio. Esta decisión no solo minó la moral de las tropas, que querían combatir junto a su emperador, también debilitó al ejército por el fuerte contingente de pretorianos y caballería que se llevó como guardia personal. El ejército otoniano se encaminó a buscar a Cécina y Valente de forma apresurada, muy desorganizada y a través de una ruta larga y dura para la marcha. Cuando las tropas de Vitelio le salieron al encuentro, a pocos kilómetros de su campamento, los encontraron cansados, desperdigados y sin estar preparados para el combate. Aun así, presentaron una fuerte resistencia que convirtió la batalla en una suerte de carnicería caótica en la que los otonianos fueron derrotados. El resto del ejército de Otón, acantonado en el campamento desde donde habían salido para la batalla, se rindió sin combatir al día siguiente. Suetonio fue capturado por Vitelio tras la derrota, pero obtuvo el perdón del nuevo emperador al clamar que había conducido deliberadamente a la derrota a Otón. Tácito pone en duda la veracidad de la confesión de esta traición y lo achaca, sin mucha censura, a la desesperación por salvar la vida. El hijo, como comenté arriba, ni siquiera menciona las dificultades con las que su padre se encontró ejerciendo el mando.
La noticia llegó al campamento de Otón. Algunos de los que más le apremiaron defendían ahora la idea de la guerra de desgaste que reprocharon a Celso y Suetonio. Las legiones de Mesia estaban ya muy cerca para reforzar y dar la vuelta a la guerra. Pero Otón optó por no sacrificar más vidas que la suya y rendir sus tropas. Ordenó a todos que se marchasen y no molestasen más al enemigo. Quemó todas las cartas de apoyo e insultos contra Vitelio que había recibido y repartió dinero entre sus allegados. Dijo darse por satisfecho de la fama que había ganado para él y para su familia. Tuvo que ejercer el mando una última vez para calmar un motín de soldados que quisieron matar a los que se marchaban y asegurar que todos pudiesen salir con vida del campamento. Al final del día bebió abundante agua fría y se retiró a su tienda con dos puñales. Durmió a pierna suelta toda la noche y nada más despertar se lanzó con el pecho contra uno de los dos puñales. Celebraron su funeral a toda prisa, para evitar que el enemigo ultrajase su cuerpo. Con esto se ganó el respeto de muchos ciudadanos y de la posteridad. Un final noble para un sujeto bastante innoble. Varios de sus seguidores siguieron su ejemplo.
Mientras tanto, en Roma ni se despeinaron. Los juegos en honor a Ceres continuaron según lo programado. Flavio Sabino hizo jurar a favor de Vitelio a las cohortes de la ciudad. El Senado confirmó al nuevo emperador y se dio lectura a una carta de Fabio Valente bastante moderada. Aunque muchos consideraron más moderada la actitud de Cécina, que no mandó ninguna carta. Pero en el resto de Italia las cosas estaban descontroladas. Las tropas vencedoras campaban a sus anchas saqueando y cometiendo todo tipo de calamidades como si se encontrasen en tierra conquistada y no en su propia patria. La situación no mejoró, sino que fue a peor. Pero eso ya cuando venga con Vitelio en el próximo post.
Aquí tenéis la moneda. Es el denario más común de este emperador. Acuñado al comienzo de su reinado. Prometía seguridad al trono y al pueblo de Roma en los tiempos por venir. La rápida derrota del emperador tiró por tierra esa promesa.
Otón (Enero – Abril, 69 dC.)
AR Denario, Roma, 69 dC.
Anv.: IMP M OTHO CAESAR AVG TR P, busto desnudo a derecha.
Rev.: SECVRITAS P R, Securitas estante sosteniendo corona y cetro.
RIC I 8
Peso: 3,1g.
Diámetro: 19mm.
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