Para complacer a la divinidad y gozar de su protección, griegos y romanos ofrecían a los dioses sacrificios de animales y productos del campo. El sacrificio era un acto litúrgico que tenía que ser presidido por un sacerdote, y que tenía que realizarse escrupulosamente de acuerdo con el ritual tradicional. Acompañando al sacrificio, el sacerdote pronunciaba plegarias dirigidas a la divinidad.
El sacrificio es literalmente “hacer algo sagrado”. Los romanos creían que era el medio más efectivo de influir en los dioses. Este acto de sacrificar se realizaba en un lugar concreto, dedicado íntegramente a un dios. El sacrificio solía ser de animales generalmente, aunque también de cereales, flores, miel, fruta, vino, leche. También se podían hacer ofrendas a los dioses, pero la gran diferencia era que por medio del sacrificio se daba el principio de la vida. Cada dios tiene a su cargo una función concreta, por lo que su actividad requiere vitalidad, que debía ser renovada, ya que si no se debilitaría. El devoto reza para que su sacrificio revitalice al dios, capacitándolo así para aceptar las peticiones que se le hacen.
Los animales son los seres más vigorosos y contienen los órganos que dan la vida y la mantienen: el corazón, los riñones, el hígado. Son las partes que se solían ofrecer a los dioses y coincide que son partes comestibles para los humanos.
El sacrificio era llevado a cabo por los magistrados y empleados del Estado. La elección de la víctima era dictada por los manuales de los pontífices y dependía del dios implicado y de las razones del sacrificio. Uno de los principios era que los animales machos eran siempre ofrecidos a los dioses y las hembras a las diosas. Los colores eran muy tenidos en cuenta: blanco para Juno y Júpiter y deidades celestiales; el negro para los dioses de ultratumba. También dependía el tipo de animal según las celebraciones del Estado.
Concedido el voto se iba al templo para fijar el día apropiado con el aedituus, decidir los profesionales para degollar el animal y contratar un flautista para acallar los ruidos. Después se iba al mercado si no se disponía de animales propios. Se compraba teniendo en cuenta que tenía que ser perfecto para el sacrificio y para honrar bien al dios. De camino al templo no debía ocurrir ningún altercado fuera de lo común. Llegados allí se entregaba a los sacerdotes y daba comienzo el sacrificio.
El sacrificio se llevaba a efecto fuera del templo en un altar de piedra donde había un fuego encendido. Era preciso cerciorarse de que el sacrificio no era vigilado ni hurgado por nadie que pudiera contaminarlo. Se pedía la mayor pureza en todos los aspectos para llevar todo a buen término. Por ello después del acto los sacerdotes se lavaban las manos con agua sagrada.
Para comenzar se ordenaba silencio, a excepción del flautista. Los sacerdotes se cubrían la cabeza, tomaban una bandeja y la elevaban colmada de harina sagrada mezclada con sal (mola salsa) que luego se esparcía entre los cuernos del animal, mientras los ayudantes lo sujetaban. Este acto se llamaba immolare. Entonces después un ayudante pasaba el cuchillo simbólicamente por su lomo desde la cabeza hasta el rabo. Parece ser que en ese momento se pronuncia la oración, muy cuidada y ensayada para evitar cualquier error, ya que si se erraba se debía repetir todo de nuevo. Posteriormente el victimiario preguntaba “¿lo hago? (agone?) y al recibir la afirmación tomaba un martillo y golpeaba al animal en la cabeza haciéndole caer a sus pies. Seguidamente el cultrarius le cortaba el cuello, boca arriba en beneplácito de los celestiales y boca abajo para los del infierno. De repente la sangre salía a borbotones inevitablemente, más aún en el caso del buey al cortarle su vena principal, derramando nueve litros. Generalmente la sangre era limpiada tras el ritual. El animal no debía huir ni renegar, ya que habría fallado todo. Tras la muerte se miraba todo el cuerpo, por dentro y por fuera. Lo más importante eran los órganos vitales del animal, reservados a los dioses y llamados exta. Se depositaban en el altar para su consumo y más tarde eran devorados por las llamas. Luego quedaba el resto del cuerpo animal, que se consumía allí mismo o era vendido en el mercado. Allí en los templos había unas pequeñas cocinas y cenáculos.
Los sacrificios de animales (ovejas, cabras, cerdos, toros, bueyes, etc.) solían terminar en banquete para los participantes. Pero había también sacrificios en los que la víctima debía ser quemada por completo, los llamados holocaustos. La hecatombe era un sacrificio excepcional en el que se ofrecía a una divinidad la muerte de cien bueyes.
Ciertos sacrificios ofrecidos durante las ceremonias de los Juegos seculares se efectuaron cerca del Tíber, en un lugar nombrado Terentum.
Los bronces acuñados con ocasión de los juegos seculares nos muestran las diferentes etapas de estas fiestas: la distribución al pueblo de productos purificantes, el sacrificio de un carnero negro y de una cabra; las matronas que rezan a Juno, la procesión de los jóvenes solteros que cantan el himno secular, en honor de Apolo y en honor de Diana. En ciertos casos, el lugar donde se desarrollaba la fiesta es identificable gracias al templo representado al fondo.
Victimario sobre una montaña, extendiendo una rama sobre un toro que se dispone a sacrificar; entre ellos un altar encendido. Recuerda los juegos saeculares celebrados por A. Postumius en el monte Aventino, en honor de Apolo y Diana. Posiblemente represente a la vaca sabina siendo inmolada en la cima del monte Aventino, por el sacerdote de Diana.
Denario del Procónsul Aulus Postumius A.f. S.n. Albinus (Familia Postumia). Roma 81 C.
Numa estante junto a altar encendido, portando lituus; delante un victimario que trae una cabra. Denario del Magistrado Lucius Pomponius Molo (Familia Pomponia). Roma 97.C.
Domiciano estante a izq. efectuando sacrificio en altar: a su lado dos músicos y sacerdote con cordero; al fondo templo. Dupondio de Domiciano. Roma 88 d.C.
Dom
iciano togado estante a izq., portando pátera encima de altar encendido, frente a él, dos músicos tocando flauta y el Tíber acostado; templo de dos frontones al fondo. Dupondio de Domiciano. Roma 88 d.C.
Domiciano togado estante a izq. efectuando sacrificio sobre altar; delante dos figuras una tocando arpa y otra flauta; al fondo templo de un frontón. Dupondio de Domiciano. Roma 88 d.C.
Domiciano togado estante a dcha. efectuando sacrificio y dando la mano a un soldado con traje militar; detrás de éste dos soldados más, uno con lana y escudo: al fondo dos estandartes. Sestercio de Domiciano. Roma 85 d.C.
Domiciano velado estante a izq, portando pátera y efectuando sacrificio en altar engalanado; al fondo templo con una estatua de Minerva. Sestercio de Domiciano. Roma 85 d.C.
Sacrificio de toro. As de Domiciano. Roma 88 d.C.
Domiciano estante a izq, portando pátera y efectuando sacrificio en altar encendido: frente a él dos músicos tocando flauta y lira, al fondo templo adornado de una corona en el frontón. As de Domiciano. Roma 88 d.C.
Cómodo estante a izq. efectuando sacrificio en altar; Felicitas a su lado, portando caduceo y cornucopia; de frente victimario con toro. Medallón de Cómodo. Roma 192 d.C.
Cómodo estante a dcha. efectuando sacrificio ante altar, delante victimario y toro. Sestercio de Cómodo. Roma 178 d.C.
Caracalla a izq., sacrificando ante el Templo de Vesta, dos vírgenes Vestales que están de pie, niño entre dos hombres togados que están de pie detrás. Aureo de Caracalla.214 d.C.
Diocleciano, Maximianus, Galerio y Constantius; sacrificando delante de puerta de ciudad. Denario – Argenteo de Diocleciano. Antioch 293-295 d.C.