El laberinto del Minotauro
A mediados del siglo XIX, los orígenes de la antigua Grecia estaban envueltos en la oscuridad o, en todo caso, en el mito. Por entonces, la historia de Grecia solía empezarse con la I Olimpiada (776 antes de Cristo) y lo acaecido antes, pertenecía al dominio de dioses y héroes legendarios como los que poblaban los poemas de Homero.
Pero, como muchos ya sabéis, en el año 1870 el alemán Heinrich Schliemann anunció que había descubierto en lo que hoy es Turquía (en esa época posesiones del Imperio Otomano) la antigua ciudad de Troya, la mítica y codiciada por los arqueólogos ruinas de la ciudad que tanto dió, daba y sigue dando que hablar, ciudad de Troya, la ciudad de la guerra relatada por el gran Homero, la batalla que tantos personajes para la historia dejo, como Aquiles, Héctor, Helena etc.
Eso supuso, que la historia de Grecia no había hecho más que comenzar, que había un sin fin de ciudades, un sin de monumentos y un sin fin de leyendas que tenían que tener su punto de verdad, su origen en lo físico, enterrados a la espera que los vientos del sur y las lluvias del oeste ayudasen a los arqueólogos a descubrirlas, ayudarles a encontrar los orígenes, la verdad y quizás, solo quizás, la gloria eterna como a los campeones de las olimpiadas.
Sir Arthur Evans, un joven británico nacido en la Inglaterra victoriana en el año 1851, cerca de Londres se interesó por los hallazgos del alemán Schliemann dado que a los quince años visitó con su padre, John Evans, las excavaciones paleolíticas del valle del Somme, en Francia y desde entonces por su cuerpo corría la sangre arqueóloga.
Arthur soñaba con descubrir algo más antiguo, alguna civilización que fuese la precursora de la griega, su mente lo imaginaba constantemente, su espíritu volaba sobre las tierras secas en verano de Grecia y su alma lo acompañaba con todas sus fuerzas.
Mientras todo eso sucedía, se casó con una mujer que le acompañaba a todos sus viajes por los yacimientos de Europa, fue corresponsal de un periódico de Manchester y conservador del Museo Ashmolean, uno de los más completos en la época en lo que a piezas arqueológicas se refería.
Su mujer, lamentablemente falleció en 1892 y desde entonces, Arthur puso su "triste y melancólica" mirada en la isla de Creta. Allí se encontraría con lo que andaba buscando se decía a sí mismo. Iba tras las huellas del legendario rey Minos, quien, según el mito, encargó a Dédalo la construcción del Laberinto donde se ocultaba el gigantesco monstruo de el Minotauro, al que el príncipe ateniense Teseo dio muerte con ayuda de la hija del rey, Ariadna.
Sir Arthur Evans
Evans llegó a Creta en el mes de marzo del año de 1894. Lo primero que hizo fue irse al yacimiento de la ciudad de Cnosos. Una primera inspección le confirmó el gran interés del lugar: "En cuanto lo vi, sentí que era muy importante porque era el centro en torno al que giraban todas las leyendas de la Grecia antigua", recordaría años más tarde. Pero, como siempre hay un puto pero, el gobierno otomano, al que pertenecía Creta, ponía impedimentos: obligaba a los arqueólogos a comprar las tierras que querían excavar, cosa que, por ejemplo, había rechazado Schliemann. En los años siguientes, Evans hizo varios viajes a Creta, hasta que en 1899 creó el Fondo para la Exploración de Creta y compró los terrenos de Cnosos.
El 23 de marzo de 1900, tras largos litigios, largas charlas, largos días de estudio, de observación y mucha, mucha ilusión, comenzó la excavación.
En pocos días afloró una gran construcción: "un fenómeno de lo más extraordinario; nada griego, nada romano", según Evans.
Se trataba de un intrincado espacio de unas dos hectáreas de extensión, con unas mil salas comunicadas entre sí. De inmediato, Evans relacionó los hallazgos con el célebre rey Minos. La estructura tenía que ser el Laberinto del Minotauro. Cuando en una de las estancias apareció un gran asiento de yeso empotrado en la pared pensó que se hallaba en la "sala del trono", e identificó otra estancia cercana como "sala de la reina". Pensó que en uno de los patios se celebraron grandes asambleas, con los ancianos sentados en un lateral "mientras el rey se sentaba orientado hacia la entrada, en la Silla de la Justicia situada en el majestuoso pórtico del otro lado".
Trabajadores en la excavación
Con el paso de los años, tanto el público como su expectación, fueron decreciendo y en 1906, las obras se suspendieron. Los restos fueron barridos por fuertes lluvias y varios temblores sísmicos. Lo restauraron, incluso usarían hormigón armado, pintarían los frescos y su alma, vieja, cansada, fatigada y abandonada, seguiría en la lucha.
Uno de los Dracmas con los que pago a sus obreros:
Imagen de un Dracma de 1901 del protectorado otomano de Creta, con la imagen del busto del rey Jorge I de Grecia nombrado Alto Comisionado del territorio desde 1898. Con un peso (este ejemplar) de 4,95 gramos y un diámetro de 22,98 (este ejemplar) milímetros. Posee una cantidad de plata de 0,835 y fue acuñado en la Casa General de la Moneda de París en un número de 500.000 ejemplares. Su grabador fue Alfred Borrel.
Sin el aplauso del mundo, abandonado con sus restos, se dedicó a estudiar las tablillas encontradas, escritura que nunca llego a descifrar. En el año 1924, cedió los terrenos del palacio a una asociación británica ubicada en Atenas, mientras el mundo aplaudía el descubrimiento de la tumba de Tutankamón.
Falleció a los 90 años en el año 1941.
Su nombre quedó asociado para siempre al descubrimiento de la más antigua civilización del Egeo.
Espero que os guste.... Dedicado a
@Admin por eso de gustarle la arqueología y esas cosas
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Fuente utilizada: National Geographic