Ya tenía ganas de un poco de tiempo para sacar alguna pieza a pasear y tengo pendiente alguna interesante, de esas que cuentan historias
. Empiezo con este Galba, de quién tenía un ejemplar muy maltratado y difícil de catalogar. Era obligado mejorarla y esta, aunque tampoco es ninguna maravilla de conservación, se me puso a tiro en la misma subasta en que me hice con el Apolo Citaredo de Nerón, en el verano.
Servio Sulpicio Galba venía de una familia recia que se remontaba a los fundadores de la Urbe. Ya siendo emperador llegó a atribuirse ser descendiente de Júpiter por línea paterna. Su antepasado más conocido fue el Servio Galba que provocó la guerra de Viriato cuando fue gobernador de Hispania y que habría recibido en esta el nombre por su afición a quemar con brea (galba) las ciudades que no se le sometían. Su padre no destacó demasiado en la política por su limitada capacidad oratoria, pero fue un abogado de bastante prestigio, lo que le permitió mantener una vida bastante acomodada y dotar a sus dos hijos los recursos necesarios para escalar en el “cursus honorum”. Si el que llegó a emperador tuvo fama de austero, incluso tacaño, su hermano Cayo fue un manirroto que se vio forzado a abandonar Roma acosado por las deudas después de dilapidar su patrimonio. Cuando intentó recuperarse concurriendo al sorteo de los proconsulados Tiberio lo vetó y el hombre, desesperado, se suicidó. Al parecer, los presagios sobre el acceso de Galba al imperio se presentaron desde que él era todavía un crío. A Tiberio no le preocuparon mucho, pues parecían bastante claros en que llegaría al poder en avanzada edad y decidió que a él no le afectaban. Pero su propio abuelo de mofó de estos presagios diciendo que su nieto sería emperador cuando pariesen las mulas.
Además de los contactos que le venían de familia, Servio Galba cultivó la amistad de Livia Augusta, a la que trató con gran referencia. Esta amistad le reportó una gran influencia mientras ella vivió y casi llegó a hacerlo rico con su testamento, de no haberse interpuesto la avaricia de Tiberio, que anuló el testamento de su madre. No fue la única mujer de la familia imperial con la que tuvo una relación estrecha con motivos más variados. Según cuenta Suetonio, Agripina le echo el ojo al morir Domicio, padre de Nerón, y estuvo acosándolo incluso cuando todavía vivía su esposa. Esto le costó, a la futura Augusta, un fuerte rapapolvo público de la suegra de Galba con insultos y agresión incluidas. Accedió a la magistratura antes de la edad legal y ejerció puestos de responsabilidad desde el reinado de Tiberio. En su primer consulado sustituyó al padre de Nerón y fue sustituido por el padre de Otón, una casualidad que más tarde sería interpretada como un presagio de lo que estaba por venir. Calígula lo mandó a Germania Superior como gobernador. Allí se labró la fama de militar severo y exigente, al igual que de hombre austero, cuando no tacaño, que le caracterizó en su vida posterior, y se ganó los elogios del emperador. Formó parte del círculo de amigos personales de Claudio, quien retrasó la invasión de Britania hasta que Galba se recuperase de una indisposición. Después fue enviado a África en calidad de procónsul, a restablecer el orden que había sido alterado por discordias internas y revueltas de bárbaros. Por los servicios de África y Germania recibió las insignias triunfales y un triple sacerdocio. Después de estos éxitos se retiró de la vida pública. Vivió en Fundos y casi sin salir de su villa ni para dar un paseo en litera. Las pocas veces que viajaba se decía que llevaba siempre un carro con un millón de sestercios en oro, no fuese a quedarse sin cambio
.
En el año 60 Nerón le ofreció el gobierno de la Tarraconense y allí estuvo hasta que en el invierno del 68 le cogió la revuelta de Vindex. Según Suetonio, este escribió a Galba pidiéndole que se pusiese al frente de la sublevación. Casi al mismo tiempo se había destapado su intento de asesinato por parte de unos libertos que le había regalado Nerón y unos despachos que el emperador había enviado a sus procuradores con la orden de matar a Galba. En estas circunstancias no es de extrañar que aceptase el ofrecimiento de Vindex sin pensárselo demasiado. Aunque también se dice que estuvo dudando hasta que se enteró de que en un campamento de Hispania una mula había parido, en alusión a la sentencia del abuelo sobre los presagios que anunciaban su ascenso al poder. Siguiendo con Suetonio, cuando llegó a la Galia Vindex ya se había suicidado y Galba estaba considerando hacer lo mismo, pero entonces llegaron noticias de Roma anunciando la muerte de Nerón y su reconocimiento como nuevo emperador.
Según cuenta Tácito, la ascensión de Galba fue acogida con optimismo por senadores y caballeros, que se alegraban de haberse librado de Nerón, pero con menos entusiasmo por el pueblo. Los sentimientos en el ejército estaban divididos. Fonteyo Capitón se rebeló en Germania y Clodio Macro en África. Ambos fueron eliminados por enviados de Galba. En Roma, Nifidio Sabino, nombrado prefecto del pretorio por Nerón como colega de Tigelino tras la conjura de Pisón, se puso inicialmente del lado de Galba tras haber abandonado a Nerón. Poco después se lo pensó mejor y organizó una suerte de golpe de estado para tomar el poder para él mismo antes de la llegada de Galba a Roma en la que perdió la vida. Con estas maniobras había eliminado las cabezas rebeldes dentro del ejército, pero no llegó a calmar el ánimo de los soldados sino por medio de la promesa de los oficiales de que recibirían un donativo como nunca se había visto. A estas muertes se añadieron otras y no pocas represalias a las ciudades de Hispania y Galia que dudaron en unírsele. Cuando llegó a Roma una fama de crueldad y avaricia le precedía. Para echar más leña al fuego ordenó disolver la legión que Nerón había organizado con los remeros de la armada. Como estos no quisieron obedecer y siguieron reclamando un águila, mando a la caballería cargar contra ellos y después los diezmó.
Para el gobierno de la ciudad se apoyó en dos personajes que le habían acompañado en Hispania y de quienes nadie ha escrito una palabra amable. Por un lado, el que fuera su legado, Tito Vinio, un codicioso sin límites, y por el otro el asesor Cornelio Lacón, nombrado prefecto del pretorio a pesar de su manifiesta cobardía e incompetencia. A ellos se unía su liberto Ícelo, al que había ascendido al más alto rango del orden ecuestre. Estos pájaros cometieron desmanes de todo tipo y mientras el emperador se mostraba riguroso con muchos ciudadanos, a estos les permitía todo tipo de excesos. Para hacer frente a la situación de quiebra en la que Nerón había dejado al tesoro, se le ocurrió la genial idea de recuperar los donativos y regalos concedidos por el anterior príncipe, que no eran pocos. Esto causó muchos trastornos y dejó en la ruina a muchos de los beneficiarios. Se promovieron castigos a ciudadanos inocentes mientras se perdonó a otros reconocidos canallas como el mismo Tigelino, a quien Galba perdonó personalmente y reprochó la actitud de quienes pedían su muerte. La popularidad del emperador cayó en picado en todos los órdenes sociales y comenzaron a proliferar los comentarios y críticas sobre su excesiva severidad, avaricia y muy especialmente su vejez.
Pero era en el ejército donde andaban las cosas más revueltas. El tan prometido donativo no acaba de llegar y los soldados empezaban a impacientarse. El mismo Galba zanjó el asunto cuando al preguntarle sobre el donativo espetó que él no compraba a sus soldados, sino que los alistaba. A partir de ahí los soldados dejaron de ser suyos. Los pretorianos ya andaban inquietos desde la intentona de Ninfidio y las purgas que siguieron, y no sentían ninguna simpatía ni respeto por su nuevo prefecto. Pero fueron las tropas de Germania las primeras que movieron ficha. Cuando Vitelio llegó a Germania, enviado por Galba, los soldados encontraron al comandante con la suficiente autoridad y ambición para ponerse a la cabeza de la rebelión. Se negaron a prestar el juramento de fidelidad a nadie que no fuera el senado, y comunicaron a los pretorianos que se ocuparían ellos de nombrar al nuevo emperador con el beneplácito de todo el ejército. Al enterarse de los problemas en Germania Galba achacó su falta de popularidad al hecho de no tener descendencia, además de a su vejez, y decidió que adoptando un sucesor resolvería el problema. Acabó siendo la peor de las decisiones. Si lo que pretendía era atraerse a la gente de Roma frente a los rebeldes de Germania, lo que consiguió fue precipitar los movimientos de sus enemigos más próximos.
El elegido para la adopción fue Lucio Calpurnio Pisón Frugi Liciniano, quien ya estaba designado como heredero en el testamento de Galba desde antes de su ascensión al poder. Era un hombre joven y de muy alta cuna, descendiente de Pompeyo el Grande y de Marco Licino Craso. Lo llevó al campamento de los pretorianos y allí lo adoptó en público, sin hacer ni la más mínima referencia a donativo de ningún tipo. No sabemos si esta adopción gozó de mucha o poca aprobación en Roma, pero sí que fue la causa que precipitó la muerte del emperador en una revuelta palaciega encabezada por Otón. Este, que fue el primero en unirse a Galba, esperaba ser el sucesor del imperio con el apoyo de Tito Vinio. No me voy a detener con Otón más de lo necesario, porque es el siguiente en la lista de piezas para publicar en estas vacaciones.
Cuatro días después de la adopción de Calpurnio Pisón los conjurados ocuparon el campamento de los pretorianos. En vez de presentarse en el lugar para imponer su autoridad, como le recomendaban algunos, Galba se encerró en el palacio con los legionarios que le eran fieles. Con eso renunció a los pretorianos, dejándolos en manos de Otón. Estos hicieron circular el rumor de que la conjura había sido reprimida y consiguieron que Galba saliese del palacio. Incluso hubo un soldado que se apuró a apuntarse el mérito de haber matado a Otón y fue recriminado por el emperador. La noticia de que la conjura había sido sofocada corrió por Roma y una multitud de ciudadanos de todos los órdenes irrumpió en palacio adulando a Galba con mayor o menor convencimiento e interés. Galba se vistió la coraza y se dirigió al foro en litera. En el camino se le unió Pisón y juntos fueron informados de que los rumores eran falsos y que la conjura aumentaba en apoyos. Entonces hubo gran confusión y muchos de los que hasta hacía poco adulaban a Galba comenzaron a desaparecer. Otón, alertado de la posibilidad de que Galba armase a la plebe, ordenó a los soldados que le apoyaban que acabasen con la resistencia sin miramientos.
Cuando las tropas rebeldes llegaron al foro, el abanderado de la guardia de Galba arrancó su retrato del estandarte y lo arrojó al suelo. El emperador quedaba solo contra todo el ejército. En medio de la desbandada que siguió Galba cayó de la litera y rodó por el suelo. Hubo muchas versiones sobre su comportamiento antes de morir, que si rogó por su vida o que si ofreció un donativo aún mayor. Pero tanto Suetonio como Tácito coinciden en que la versión más fiable es que Galba, asumiendo la derrota, se plantó y ofreció su cuello a los jinetes de caballería que cargaban. La muerte se la causó un solo golpe de espada en la garganta, al que siguió todo un recital de maltratos y mutilaciones en su cuerpo sin vida. Después de Galba cayó Tito Vinio, quien según algunos dijo estar de acuerdo con Otón para salvar su vida. Fuese o no verdad, acabó con el pecho atravesado delante del tempo de Julio César. Pisón resultó herido, pero gracias a la protección de un centurión que le permaneció fiel pudo refugiarse en el templo de Vesta, hasta que entraron a por él y lo degollaron ante la puerta.
Todos fueron decapitados y sus cabezas circularon por la ciudad. La cabeza de Galba llegó directamente a las manos de Otón. Este se la entregó a los pretorianos que la clavaron en una pica y la pasearon por todo el campamento. Después, el liberto de un confidente de Nerón se la compró y la tiró en el templo donde fue ejecutado su patrono por orden de Galba. Cuando Otón permitió que fuesen enterrados hubo que pagar por recuperar algunas de esas cabezas. Galba fue enterrado por quien fue su administrador. Este reunió las partes del cuerpo y las incineró en los jardines privados que el difunto tenía en Roma. En realidad hubo dos incineraciones, porque la cabeza se dio por perdida hasta que apareció un día después de que se hubiese quemado el resto del cuerpo.
Tenía 72 años cuando murió y el senado todavía alcanzó a decretarle una estatua, que no llegó a levantarse nunca. Fue Vespasiano, convencido de que Galba había enviado asesinos a Judea para eliminarlo, quien al final tuvo tiempo de prestarle atención y anular ese decreto. En lo que se refiere al personaje, hay cierta contradicción entre Suetonio y Tácito. Aunque ambos coinciden en hacerlo responsable de los crímenes que se cometieron durante su breve reinado, Suetonio abunda más en sus vicios y en su incapacidad para gobernar. Tácito, en cambio, nos da una versión más amable del emperador. Habla de una persona austera en lugar de avara, recto, justo y severo a la manera antigua. En sus mismas palabras, hubiese sido un gran emperador si nunca hubiese alcanzado el imperio.
Esta vez no tardaré meses en sacar la siguiente
. Mientras tanto aquí tenéis el Galba. Espero que os guste.
Galba (68-69)
AE As, Roma, 68 dC.
Anv: IMP SER GALBA CAES AVG TR P. Busto desnudo a derecha.
Rev: LIBERTAS PVBLICA S - C. Libertas estante sosteniendo pileus y cetro.
RIC I 372. R2
Peso: 11,8g
Diámetro: 27mm.