5 pesetas 1871 (*71 *74). Amadeo I
"Pobres los necios, pues ellos no vieron lo que yo vi. Pobres de aquellos que dudaron de mi palabra, pues ellos no escucharon lo que yo escuché. Pobres de espíritu los que dudan de mi talante, pues ellos no saben dónde me crié y pobres de aquellos que me juzgan por mi aspecto, pues envejecido, golpeado y vilipendiado por algunos, aún sé lo que viví."Corrían tiempos extraños, yo de hecho represento a un rey que ya en el año de mi nacimiento no reinaba, al menos ese es un detalle bastante curioso y a tener en cuenta. Eran tiempos de jugadas de ajedrez sobre los tableros tan burocráticos y dificiles de entender a veces de la política. Eran tiempos en los que unos reclamaban en la calle lo que se les había quitado en el parlamento y otros gritaban y se enfurecían con buenos modales lo que en La Gloriosa habían perdido.
El caso es que una tarde fría de invierno, desde mi privilegiada posición, pude observar como uno de mis primeros dueños, al cual proceso verdadero cariño, pues él siempre me mantuvo consigo y nunca me llegó a utilizar salvo en una ocasión que más tarde os desvelaré. Bueno, que me iba de lo que les estaba comentando a vuesas mercedes, espero sepan disculpar mis modales, tanto tiempo entre el populacho me hicieron perder un poco las adecuadas maneras de la clase elegante a la que, al menos pertenecí algún tiempo.
Como les iba contando, los tiempos eran muy extraños, 1874 empezó de muy malas formas, asaltando el Congreso y dando fin a ese experimento de los libertinos, pobres, ateos y la clase sin el don de la nobleza que, por suerte, trato a duras penas de mantener. Supuestamente los gobernantes que sucedieron a, bueno vuesas mercedes entenderán que me cuesta horrores y sudores fríos pronunciar esa mísera palabra, palabra que no es más que el quitar el poder que el mismo Dios nos ha otorgado por naturaleza y que siempre nos ha pertenecido a nuestras selectas familias para dárselo al populacho, lo llaman democracia, incluso República, ilusos de mente obtusa cegada por los barros de las tierras que deben labrar y los sudores de las fábricas que han de mantener.
Espero sepan disculpar mis comentarios y modales, otra vez les he dejado a medias. Entenderán que me frusta y que me lleven los demonios si no lo digo, pues el mundo por desgracia ha cambiado mucho y poca gente queda de alta alcurnia con modales y formas que sepan defender bien claro lo que mis palabras mencionan.
Les comentaba que el año de 1874 era extraño, el país se dividía y la única opción era el restablecimiento de la monarquía, alejando de una vez por todas a ese experimento que nunca llegaría a buen puerto, en la figura de mi predecesor, el hijo de Isabel II, aquella que no supo contener todo lo que vino a continuación una vez La Gloriosa termino por arrastrarla a su lujoso exilio en la ciudad eterna, París.
Alfonso, ese es el hombre, ese era el nombre en el que muchos tenían puestas sus esperanzas, no confiaban muchos en aquel Don Carlos que por las tierras del norte se veía que tenía ciertos partidarios armados incluso. Algunos insolentes incluso llegaron a decir que yo nunca fui un buen rey, yo que nací en 1874 y mis recuerdos provienen desde esa fecha, pobres de aquellos que solo se atrevían a pensarlo.
Los días del año avanzaban, mi primer dueño una vez salí de la fábrica de Madrid me metió en una saca que junto a otras monedas de plata sirvieron de pago a mi segundo dueño y del que mis recuerdos siempre serán de lealtad y admiración, por su talante, por sus elegantes formas, por sus simpatías políticas y por el cariño que pese a las palabras que profuso contra mí en determinado día, me guardo con cariño hasta su muerte. Maldigo su muerte, pues eso supuso que al poco me sacarán a circular entre el populacho y acabase sin mí brillo, sin mis líneas bien definidas, sin mí querida barba y encima golpeado como si yo fuese un simple y vulgar miembro de esa escoria que en las calles habitaban.
El General, mi segundo dueño,
Arsenio Martínez Campos
Un buen día estando yo en su mesa, mi admirado y respetado dueño, con su uniforme militar bien limpio y sin arrugas, recibió un mensaje, era escueto solo le decían que las Naranjas de Valencia estaban en condiciones. Había pasado escasos dos días de la comida de Navidad, celebrando el nacimiento de Cristo todopoderoso, hijo de Dios. Hacía mucho viento de levante, al menos eso escuchaba entre los asistentes a la comida. Mi dueño siempre me protegió bien en ese aspecto, me salvaguardaba de estar expuesto al aire, mantiendome intacto y con mi brillo original.
Cogimos un carruaje tras la lectura del escueto y extraño telegrama que le enviaron. Nos dirigíamos a Sagunto que estaba lejos de Madrid, al parecer allí había tropas suficientes para realizar algo, no sé muy bien que era, pero importante seguro que sí.
Finalmente el día 29, cerca del final de año, mi general se puso al mando de unas divisiones armadas y arengó a la tropa diciéndoles frases como -¡¡Viva don Alfonso XII, rey de España y las Indias!!-, las tropas estaban enfervorecidas, jaleaban de orgullo y satisfacción. Pronto los ejércitos de diversos lugares de la nación se sumaron al pronunciamiento de mi general y justo en ese entonces el líder de ese experimento llamado República, que se encontraba en el norte combatiendo a los partidarios de Don Carlos, se dió cuenta de que era inevitable y que el pronunciamiento de Sagunto de mi general había triunfado dando el visto bueno con su marcha al exilio francés.
Mi general, Arsenio Martínez Campos, contento y extasiado por el logro, me cogió de su bolsillo y me miró fijamente. Su mirada en cierta parte desprendía rabia y coraje a la vez que alegría y valor. Me miró fijamente durante unos segundos y finalmente notando yo como sus dedos apretaban fuertemente mi canto, pronunció las palabras que me calaron y que si no llega a ser por su buen trato hasta el día de su fallecimiento, le hubiese odiado de por vida, sus palabras fueron -ya no volverás a aparecer en ninguna moneda española más, italiano inútil-.
Finalmente, me llevó consigo de nuevo a su casa de Madrid y allí en un pequeño joyero junto a colgantes, pendientes y demás me abandonó. Ya no estaba en mi lugar privilegiado en su mesa, eso sí, reguardado del frío y de las demás inclemencias del tiempo sí. Y allí estuve hasta días pasados de su muerte, donde me cogieron y me usaron para pagar en un comercio de lanas un lacayo de la familia.
Hasta aquí mi historia, poco os he de contar después, solo que sufrí golpes, de mano en mano, sirviendo de pago como una simple moneda más, hasta hace unas decadas me guardaron de nuevo, pero esta vez en un cajón de madera agrietada donde permanecí años y años. Luego, pasado ese tiempo me llevaron a una tienda, tienda que estaba llena de otras monedas y allí ese mismo día me llevaron a un lugar donde, me han dado la oportunidad de poder contaros mi historia.
24,86 gramos /37 milímetros / plata 0,900
"Pobres de aquellos que me juzgan por mi aspecto, pues yo he vivido la historia de España."