El verano estaba siendo un poco menos soleado que
de costumbre, se oía decir a Sir Melton mientras paseaba por los jardines
de su residencia. Estaba acompañado por su hijo menor George que recién acababa
de cumplir 19 años.
A ambos les gustaba dar largos paseos por los jardines en
la estación veraniega. Sir Melton era un hábil negociador en el parlamento
de Londres y estaba dispuesto a enseñar a su hijo todo aquello que sabía. Las costumbres mas arraigadas
de la filosofía
de vida británica y los entresijos
de los nuevos dueños del Imperio, los diputados grandes dueños
de fortunas gracias a los trapicheos para sacar leyes adelante, mediante el noble arte
de la corrupción.
George, siempre había sido el hijo ejemplar que obedecía, no daba problemas y seguía a pies puntillas las indicaciones que se le marcaban. Pero como no todo en
la vida es gloria y orgullo, el joven tenía un pequeño defecto... sus apasionados y deseosos
de amor
de las novelas, 19 años.
Para finalizar el periodo estival y antes
de regresar al parlamento, Sir Milton organizó una fiesta
de despida como normalmente solía hacer desde que fue nombrado diputado por
York.
Para comprar algunos
de los detalles
de la fiesta, tales como
la comida y algunos adornos decorativos, George se ofreció para comprarlos en
la ciudad en compañía
de algunos
de los sirvientes para que le ayudasen.
Las compras se alargaron bastante y
la noche empezó a caer sobre
la noche
de York. George sin más decidió mandar a casa a los sirvientes y quedarse en
la taberna para conversar con algún amigo.
Anna,
la joven farolera
de la ciudad,
de hermoso pelo negro, tez blanca y ojos azulados siempre estuvo enamorada del joven George. Pero claro las clases sociales impedían casi el acercamiento fortuito. Pero aquella noche todo era distinto, George salió
de la taberna y antes
de coger su caballo para volver se dió cuenta
de la presencia atónita
de la joven muchacha, paralizada por el temor y
la ilusión
de ver
de cerca a su gran amor. George por fin se fijo en ella y las miradas mutuas
de los dos jóvenes eran mas que aclaratorias.
Pasaron
la noche juntos encendiendo los pocos faroles que quedaban apagados y hablando sin parar. Las formalidades pasaron pronto a las risas tontas
de los jóvenes y las caricias mutuas en las manos y brazos. Al llegar al parque central inaugurado hacía poco tiempo George beso a
la joven farolera y le prometió volver para estar a su lado el mayor tiempo posible. Pero
de repente se escuchó un disparo y Anna se desplomó sobre
la tierra del parque, tal era
la situación que George estaba en estado
de ansiedad y locura. Anna se moría ante su mirada llena
de lágrimas
de joven enamorado. Anna tuvo aún tiempo
de decirle a su gran amor, que siempre que él llevase una half crown una vez al año al lugar donde ella moría crecería una
rosa que jamás moriría.
George tardó bastante tiempo en sanar
la depresión y
la tristeza. Sus ojos jamás volvieron a brillar y sus empresas nunca llegaron a tener el éxito
de las
de su padre. Había conocido el amor y lo había pedido en
la misma noche.
Eso sí, siempre en el aniversario
de la muerte
de la joven Anna depositaba su Half Crown en aquella
rosa, que siempre estaba fresca tanto en invierno como en verano.
En el lecho
de muerte
de Sir Milton, éste le confesó a su hijo, que el autor del disparo que acabó con
la vida
de la joven farolera fue él, que lo había hecho por su bienestar futuro, que no le convenían esas compañías. George con lágrimas en los ojos tapó
la boca
de su padre ahogándolo en el lecho
de muerte, adelantándose horas a que su majestad doña Muerte pasará a recoger el alma
de Sir Milton.
La rosa fresca y preciosa sigue viviendo en el parque antiguo
de York, por que hasta sus últimos días George dejó siempre su half Crown como aquella noche Anna le pidió.
Half Crown 1836. Guillermo IV. Peso 14 gramos, 32 mm de diámetro. 0,925 de plata. Jean Baptiste el diseñador.